jueves, 14 de julio de 2011

Cometas en el cielo…


El pueblo de la provincia de La Rioja podría ser el “gran justiciero” y no permitir que el ex presidente Carlos Saúl Menem sea elegido una vez más como senador nacional y gozar de la impunidad que le otorga tan alto cargo.


El tigre debe volver al llano y asumir sus responsabilidades ante la justicia, donde tiene radicadas una abundante cantidad de causas que han producido un gran perjuicio a la Nación. La ley debe ser igual para todos… tenemos que demostrar que en la República Argentina “no hay hijos ni entenados”.




La docencia impía del monito bailarín     


"Es­te Go­bier­no es un de­sas­tre. Cris­ti­na es una mu­jer so­ber­bia, y la so­ber­bia es fru­to de la ig­no­ran­cia"…,
"Este es el Gobierno más corrupto de la historia, que se haya hecho la campaña con dinero del narcotráfico, de Antonini Wilson o de Hugo Chávez…..es para un juicio político.”
Carlos Menem. 14 de octubre de 2008


“esta elección las gana Cristina. No va a haber segunda vuelta y eso es lo mejor que le puede pasar a Argentina… Además, está haciendo un buen gobierno, no lo vamos a negar.
Carlos Menem. 30 de junio de 2011

El inicio
Llegó en “olor de santidad”. Si se hubiera animado a enancarse en un burro, sus seguidores – tan insólitos y tan flamantes como sucede con los acólitos de cada nuevo caudillo peronista - hubieran alfombrado la Plaza de Mayo con hojas de palma y ramos de olivo. Era la mezcla demagógicamente pulcra y ecuménica que su obstinada fantasía había urdido: madre musulmana, ama de leche judía, católico sin saber por que, y el extravagante convencimiento que el Tigre de los Llanos se había reencarnado en él.  Era el amasijo perfecto que suele calar hondo en los argentinos donde en un rejunte malevo transitan mezclados la Virgen de Luján, Perón, Gardel, el Gauchito Gil, la Madre María y la Difunta Correa.


Seguidores o no, los argentinos querían creer de nuevo, como en 1976 o  en 1983, que Tata Dios volvía a privilegiarnos poniendo a nuestra disposición todo el realismo mágico que abunda en estas comarcas. De nuevo accedíamos al “luomo del destino”. Sufrir dos guerras y finalmente una inflación galopante eran cosas para alemanes, no para nosotros.


Es cierto que el gobierno anterior – del que él decía venir a rescatarnos - había sido un desastre. Tan desastre que se tuvieron que rajar seis meses antes porque como “no pudieron, no supieron o no quisieron” terminaron hundiendo al País en una letrina sin sifón que rebalsaba heces y a la que alguien le había afanado la cadena. Y si bien al compararlos con las bandas de rufianes que hoy asolan la República, Alfonsín y sus chicos no nos parecen otra cosa que un desolado grupo de boy scouts a los que les han robado la brújula, debemos aceptar que había una cualidad común en ellos: la torpeza. Cualidad que, pase el tiempo que pase, parece ser la condición sine qua non para que un radical se considere un hombre político. Triste Karma que arrastra el centenario partido que obliga a sus correligionarios a dedicar sus energías a santificar a los Mostrencos Golpistas del Parque o a un “Peludo” Esclerótico mientras se empeñan empecinadamente en afrentar a los dos mejores Presidentes que la Argentina jamás tuvo: Marcelo T. de Alvear y Arturo Frondizi. Presidentes que, por increíble que parezca, y esto si que es para el libro Guinness de la gansada, se formaron en la Unión Cívica Radical.

     


Pero bien, él venía a salvarnos de todo aquello que “consumía” el bolsillo de los argentinos, los trenes a pura pérdida, la Aerolínea indomesticada, el petróleo más caro del mundo, el interior postergado, los aparatos de teléfono a 3.500 u$s la línea, las cajas pan, las FF.AA. ninguneadas por el juicio a las juntas y, por que no, hasta el descrédito del ejecutivo anterior en Semana Santa y la fábula cómica de “La casa está en orden”. El, el que “No nos iba a defraudar” venía a salvarnos y, ¿Por que no creerle?, si crédulos de toda credulidad hasta podíamos llegar a imaginar que nos rescataría de las manos de los sindicalistas salvajes que reconstruían, por enésima vez, su imperio de aprietes y prebendas.



Es cierto que se rodeó de gente técnicamente capaz y tuvo un éxito inicial al acotar la inflación, y aunque los manuales que usaron no habían sido pensados para el País y a la larga éste sería otro fracaso a sumar a los que ya habíamos acumulado, a nosotros, ¡Que nos importaba!, si nos habían convencido que lo que urgía era vender  las joyas de la abuela, esas joyas pasadas de moda y a las que una desconocida mutación alquímica solo por él conocida  había convertido sus brillantes en meros vidrios de botella.


Venía diciendo lo que queríamos oír y aunque tarde nos dimos cuenta, jamás fue un estadista, ni siquiera un político con algo más de miras que los que, civiles y militares, lo habían precedido. Era solo un pícaro de provincias, un mercachifle apurado que se limitó a tasar todo aquello a lo que podía sacarle alguna moneda más el vuelto correspondiente aunque eso significara quedarnos sin ferrocarriles, sin gas, sin energía  y sin industrias, con un campo acogotado por el lazo de la convertibilidad y sin posibilidades ciertas de desarrollarnos.


Pero ahí no quedaba la cosa. Con su innata capacidad para el engaño convenció - al menos a los menos avisados, a los que se conformaron con las formas del desfile militar del 9 de julio de 1990 - que él venía a devolverle el respeto perdido a las Fuerzas Armadas. Detrás de esa falacia infame  vinieron los presupuestos cada vez más raquíticos, la desmalvinización, los veteranos muertos de hambre  y la vergüenza de las “relaciones carnales”, una manera elegante de decir que los  ingleses nos podían sodomizar cuantas veces quisieran que al gobierno argentino no le preocuparía nada cuanto nos podía doler el traste. A eso deberíamos sumarle la desaparición del Servicio Militar y con él años de docencia, alfabetización y apoyo sanitario de los postergados que eran y aún son, muchos en la República, y la reivindicación territorial de la Argentina que las Fuerzas Armadas habían hecho por años. Como a este desguace él no lo concebía sin el consabido negocio se consiguió, entre tantos hombres probos, una espada inmoral para que le sirviera diligentemente en sus acomodos, y así tuvimos que sufrir Río III, Croacia y lo más vergonzoso, la venta de fusiles a Ecuador para hacerle la guerra a Perú, ese Perú indómito y más argentino que mucho de los que han sido paridos en estos parajes, que en 1982 había borrado las insignias de sus Mirages III para entregárnoslo – sin pedir nada a cambio - así podíamos  reponer la pérdidas que sufríamos en la Guerra de Malvinas.



Alguien puede decir que pese a todo, fue su logro indultar a las juntas, pero me pregunto, ¿Para que indultarlas?, si estas habían hecho todo tan mal que sus integrantes se merecían, no un juicio sinó la degradación lisa y llana con quiebre de espadas y arranque de jinetas por su torpeza e ineptitud, pero él siguió adelante, los indultó e hizo lo mismo con los otros, con los que sin otra bandera que una revolución criminal y mentirosa habían aterrorizado a la Argentina. Tan irresponsable fue que al final,  los que terminaron pagando con su libertad la fatuidad, o la perversión, presidencial fueron aquellos que, desde Teniente Coronel  y equivalentes de las otras Fuerzas para abajo, después de hacer la guerra se convirtieron en los precisos chivos expiatorios que hoy pagan su patriotismo en los penales federales.


  

Nada de lo que hoy sucede podría haber acontecido sin sus enseñanzas. Excelente maestro de agachadas y cobardías, de enjuagues y retornos terminó, al final, superado por sus discípulos, ninguneado y denostado por estos como el paradigma del corrupto. Y hoy, ni siquiera es eso, casi ni ocupa un lugar destacado en el procerato de la podredura nacional. Hoy con los ejemplos a la vista de las acciones de sus aprovechados alumnos, de las Madres y su administrador, de las valijas voladoras, de la efedrina que paga campañas, de Skanska y el INADI solo ha quedado, el ex presidente, a la altura de un pobre punga de Bondi.



El epílogo
Entre ambas declaraciones del epígrafe median poco menos de tres años. Es un intervalo de tiempo demasiado corto como para rifar una honra, si es que esta hubiera existido alguna vez, pero es, al menos, el tiempo necesario para saber donde aprieta un zapato. Es el tiempo suficiente para saber cuando y cuanto, alguien sin honor ni respeto, debe agachar la cabeza. Es el tiempo en que la sabiduría de Viejo Vizcacha que el mamó le permite saber lo que debe hacer para tener la posibilidad de prenderse de una teta que le permita vivir sus últimos años sin sobresaltos.

Quien emitió estas opiniones y a quien prefiero no nombrar, no por estupidez supersticiosa sino porque considero un buen ejercicio olvidar a aquellos nos arrastraron por el lodo ni siquiera le cabe como epitafio aquello de “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”, porque en realidad nunca fue salvo lo que alguna vez creyó la estúpida imaginación que los argentinos derrochamos.


JOSE LUIS MILIA
Josemilia_686@hotmail.com


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