lunes, 6 de febrero de 2012

Armando Futuro


La libertad es la obediencia
a la ley que uno mismo
se ha trazado.
Jean-Jacques Rousseau

Puse fin a mi nota anterior diciendo que resulta imprescindible que produzcamos una real alternativa a este modelo que pueda presentarse ante la sociedad y concitar las adhesiones necesarias para llevarla a la práctica, devolviendo al país un futuro del cual, hoy, carece a ojos vistas.

Gracias a Dios, doña Cristina coincidió conmigo en su abuso, ahora semanal, de la cadena oficial; nos enseño, dedito en alto, que lo que debíamos hacer, si queríamos pensar en un país diferente al que nos está imponiendo encaramada en su 54%, era presentarnos a elecciones y ganarlas.


Tengo la sensación que esa enorme y apacible marea de opinión favorable que hoy acaricia su ego, se transformará en un mar complicado tan pronto los argentinos se den cuenta que la fiesta se ha terminado y que serán forzados a pagar la cuenta. Lamentablemente, será una elevada factura, ya que habrá que optar, por ejemplo, entre mayores ajustes o desabastecimiento energético, tal como nos dijo la señora Presidente al informarnos que las importaciones en la materia superaron los nueve mil millones de dólares en 2011.

Me imagino un hogar típico de clase media, con auto propio y con gran cantidad de electrodomésticos recién adquiridos en cuotas, haciendo cuentas malabares para pagar los aumentos en los impuestos, en las tasas municipales, en las prepagas médicas, en los servicios de agua, gas y luz, en los colegios y en el transporte, y todo ello con una inflación galopante que incide, sobre todo, en los alimentos. ¿Seguirán, entonces, sus integrantes creyendo todavía en el relato oficial que niega el ajuste mientras lo llama sintonía fina ?


Entonces, retornando al tema de la nota, creo que ha llegado el momento de proponerle a la ciudadanía otras ideas a las cuales adherir cuando el descontento llegue, que contengan ingredientes tales como verdadero civismo y libertad.

Creo que lo primero que debemos entender, y compartir, es que la cosa pública , en todas sus manifestaciones, nos pertenece a todos. Que sólo si tomamos conciencia de esa verdad de Perogrullo podremos cambiar este destino de decadencia nacional que, hoy, parece irremediable; para comprobar nuestro derrumbe basta pensar que, hace ciento treinta años, el analfabetismo había desaparecido de la Argentina.

Nada hay en la historia del hombre sobre la tierra más igualador que la educación, y el populismo la ha convertido entre nosotros en zona de desastre.

Una vez que comprendamos cuán negativamente influye la falta de seguridad jurídica que sólo puede ser corregida por una Justicia independiente, preparada y rápida-, en nuestra vida cotidiana, comenzarán a solucionarse, como por arte de magia, todos los graves problemas que nos aquejan como sociedad.


Veamos, juntos, a qué me refiero. El primer tópico es que todos, todos, debemos ser esclavos de la ley, porque sólo esa esclavitud nos hará verdaderamente libres. Tenemos que entender que toda sociedad civilizada, y hay muchas en el mundo para tomar de ejemplo, establece sus propias normas de convivencia, que evitan que, en los conglomerados humanos, vuelva a primar la ley de la selva.

La aplicación local de ideas ya experimentadas con éxito en otras latitudes, como la tolerancia cero , debe ser hecha a rajatabla, comenzando por las faltas más insignificantes para llegar a las mayores y terminar con el delito impune.

La sociedad argentina, en su conjunto, está clamando a los poderes públicos por la inseguridad cotidiana, pero parece no entender que, detrás de cada chico o joven que mata, hay un vendedor de drogas, protegido y socio de los políticos y funcionarios que se enriquecen y financian su populismo y, siguiendo la cadena, cobran coimas por obras sobrefacturadas o desvían fondos para su peculio personal o malvenden los recursos nacionales por mero afán de lucro.


Tenemos que entender que todo, todo eso, forma parte de lo mismo, y encarar así su solución; de otro modo, terminaremos en lo que fue Colombia hasta hace pocos años, o México hoy mismo, y entonces será tarde.

Con una Justicia como la descripta, todo será posible; sin ella, nada lo será.

Si el mundo tuviera confianza en la Argentina y sus instituciones, llegarían de inmediato las inversiones necesarias para transformar, realmente, a nuestro país en la potencia que fuimos. Podríamos contar con carreteras, ferrocarriles y puertos eficientes y seguros; volveríamos a tener, seguramente, grandes reservas de gas y petróleo, y retornar a la categoría de netos exportadores de energía; con inteligencia y planificación, nuestra industria podría transformarse en señera en materia de calidad y diseño; se crearían empleos de alta calidad, generando una demanda que traccionaría hacia arriba, con sus exigencias, esa educación de la que hablaba; etc., etc., etc.

Para lograrlo, esa misma Justicia deberá ser la que controle a los otros poderes del Estado y a las personas que los ejercen, verificando tanto que cumplan estrictamente la ley y las obligaciones que ésta les impone, cuanto su evolución patrimonial, antes y después de asumir sus cargos, castigando severamente hasta los más ínfimos desvíos, pero imputando también a los empresarios que hubieran sido la contrapartida de tales travesuras.


Para comprender una frase acuñada hace tiempo Qué buenos gobernantes hubieran sido los Kirchner si fueran buena gente - basta pensar que el Estado dispuso de una masa de dinero enorme trescientos cincuenta mil millones de dólares- que, si se hubiera aplicado con decencia e inteligencia, hubiera cambiado el país para siempre; sin embargo, dilapidada en populismo y corrupción, hará que el período que se inició en 2003 sea, tal vez, la más grave década perdida de nuestra historia.

Debemos volver a respetar, y a hacer respetar, todos los derechos humanos, tal como los describe nuestra Constitución. La propiedad privada, la libre circulación, la educación y la salud, la vivienda digna, la libertad de prensa, deben dejar de ser gracias de un Estado pseudo benefactor, que sólo trae decadencia y miseria.

Como es fácil de comprender, no es posible ofrecer un plan de gobierno y de país en una nota periodística, necesariamente limitada en su extensión; pero un grupo de argentinos nos hemos puesto a trabajar para ofrecerlo, como alternativa, a la ciudadanía. No se tratará de ideas de derecha o de izquierda sino, simplemente, de sentido común, y esperamos tenerlo concluido antes que el descontento, nuevamente, haga de las suyas en la Argentina.

Buenos Aires, 5 de febrero de 2012

Enrique Guillermo Avogadro
Abogado

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