martes, 12 de junio de 2012

La destrucción de la República

A la república solo ha de salvarla pensar en grande,
sacudirse de lo pequeño y proyectar hacia lo porvenir.
José Ortega y Gasset

La frase del epígrafe fue escrita por Ortega y Gasset cuando la república española se debatía entre contradicciones y revanchas. Fue un impaciente llamado a los políticos para que dejaran de pasarse facturas por el pasado, desecharan la crianza del odio y que asumieran que de ellos dependía la creación de un estado nacional fuerte y solidario. No fue escuchado, absortos en sus egoísmos los políticos españoles prefirieron pensar de una manera vana y pedestre. El resultado fue una guerra civil y un millón de muertos.



Ya ni vale la pena detenernos en lo que hoy estamos viviendo porque esto viene de lejos. Exactamente desde hace veintiocho años. Más allá del hecho que todos los que tenemos más de cuarenta años lo hemos padecido en carne propia, en esta repetición de errores estúpidos lo único que hoy genera asombro es ver con que impunidad una facción que ha decidido hacerse con el estado va logrando sus objetivos ante la pasividad de todos. De nuevo  tiene fuerza de dogma entre los argentinos el “No te metas”. Todo puede suceder en la medida que cada uno de nosotros no sea el inmediato damnificado y me ne frega si al de al lado se lo llevan puesto. Si salvé mi kiosco, que los demás se arreglen.



Sobre esta forma de ser del argentino es que la pandilla gobernante ha podido sustentar su ratería institucional. Hemos sido aplastados de tal manera que lo único que nos mueve es que nos hurguen el bolsillo. Hemos conseguido en nuestra necia comodidad dejar que prostituyeran hasta aquello que era impensado que alguna vez pudiera ser deshonrado. Convertimos a la República en un infame mercado de pulgas donde todo es negociable y, por supuesto, una vez usado todo es descartable. Si alguien tiene alguna duda puede preguntárselo a políticos, empresarios, jueces, generales, almirantes, o brigadieres. El miedo a perder las espurias canonjías o enjuagues que supieron conseguir los impele a llevar a cabo operaciones repugnantes aún contra sus amigos, conocidos o camaradas, total, “vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todo manoseaos”.



Todo esto comenzó cuando llegó la democracia. ¡Cuidado!, no es la democracia algo malo en sí, lo sórdido fue la manera como llegó y quienes la trajeron. Hagamos algo de memoria. Tuvimos democracia porque perdimos la Batalla de Malvinas. Ese frágil y mentiroso anecdotario que hoy se les cuenta a los chicos que la democracia llegó de la mano de la “heroica resistencia al poder militar” es solo un verso guarango. Es un relato tan farsante y basado en medias verdades como el que hoy soportamos y quizás peor aún pues es el compendio de la bajeza humana, es la “gesta” de abogados defensores de terroristas luego   devenidos en dirigentes políticos que en sus ratos libres informaban a la SIDE, es el cuento de extremistas que al final terminaron siendo conmilitones de uno de los jefes del proceso y al que le mostraron su valía entregando “perejiles” a destajo, es la patraña con pretensiones de heroísmo de tipos que vivieron escondidos y luego salieron a hablar de una intrepidez que jamás tuvieron. Esa es la verdad de como accedimos a la democracia y cuando la parición viene mal no hay que ilusionarse con el crecimiento.



Nos han jodido tanto con la democracia que hemos llegado a pensar que cualquier cosa anterior al 24 de marzo de 1976 se pierde en la incierta bruma de los tiempos pretéritos sin ningún interés o razón de ser. No es que nuestra bendita democracia haya nacido ese día sino que necesitamos tener algo previamente muy oscuro para que el sumiso colectivo ciudadano pueda compararla y pretender que es tan esplendorosa como nos quieren hacer creer.

Cuando esta, la democracia, nos cayó del cielo en 1983 todos pensamos, muy a la argentina, qué era lo que con ella íbamos a conseguir. A nadie, y menos aún a los dirigentes políticos, se le ocurrió imaginar que era algo a construir con paciencia y dedicación, a nadie se le paso por la cabeza, siquiera durante un momento, que era menester un aprendizaje profundo para hacerla plausible en la Argentina. 

¿Para qué?, si nos habían dicho que ella nos iba a educar, curar y hasta quizás nos iba a hacer ganar un mundial de fútbol. Obviamente nadie se animó a decir que una democracia moderna, ágil y eficiente era posible en la medida que se basara en que los que fueran a dirigirnos debían ser por intelecto y carácter los mejores. Pensar que alguien pudiera decir algo por el estilo era un chiste en sí mismo, estábamos en Argentina, rara comarca la nuestra donde cualquier desquiciado al que en un país en serio no le hubieran permitido dirigir siquiera una pegatina en barrios marginales y en la profundidad de la noche, puede aspirar con éxito a sentarse en el sillón de Rivadavia.

En veintiocho años y medio de democracia hemos soportado de todo. Desde un inútil vociferante, pasando por un protocorrupto al que si hoy lo comparamos en una rueda de cortabolsas con los que hemos sabido conseguir en los últimos tiempos queda éste reducido a la estatura de un punga de bondi, y así seguimos con un payador que decía haberse preparado toda su vida para ser presidente y tuvo que irse como rata por tirante. Luego tuvimos dos o tres que duraron horas, un caudillejo del conurbano que se prestó para hacer el trabajo sucio y finalmente una presidencia colegiada y familiar que estamos sufriendo.

Pero en estos veintiocho años y aunque de signos diferentes, ¿Diferentes? todos ellos han coincidido en un común objetivo: la destrucción de la República. Para ello han llevado adelante, en forma solapada o abierta, una guerra miserable contra las Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica, un sistemático desguace de la justicia mediante la compra y elección de jueces indignos y la destrucción de la escuela pública pues para arruinar la República es menester tener un pueblo de ignorantes a quienes comprarles su dignidad con alguna mísera dádiva.

Quizás si Gramsci se levantara de su tumba le alegraría ver que buenos discípulos ha tenido en estas tierras. Sería una desilusión para él. Estos, que han llegado a plasmar la idea gramsciana en Argentina no han llegado a ella por el estudio, el desarrollo de una estrategia o una fanática dedicación a la causa. Nos han llevado a ello a fuerza de estupidez e   indecencia.

JOSE LUIS MILIA
Josemilia_686@hotmail.com

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