Por Agustín Laje (*)
El socialismo del Siglo XXI es un
proyecto de carácter ideológico y, por consiguiente, es la ideología –y no el
mero pragmatismo– la que orienta la práctica política de los gobiernos
latinoamericanos que adhieren a aquél, al menos en la mayor parte de los casos.
Frente a tal aserto podría
señalársenos, a modo de refutación, y no sin cuotas de razón, que los
referentes del socialismo del Siglo XXI no han puesto en práctica a nivel
individual las ideas que profesan para el grueso de la ciudadanía. En otras
palabras, que no aplican para sí mismos los criterios según los cuales
pretenden ordenar (o más precisamente desordenar) la sociedad.
La lista de contradicciones es
infinita: las impagables joyas de la “abogada exitosa” Cristina Kirchner no van
de la mano con la imagen montoneril que pretende vender; la ignorancia del
impostor Evo Morales respecto de los idiomas nativos de Bolivia no va de la
mano con los plumíferos atuendos con los que procura inscribirse en el mito
indigenista; las inmensas fortunas que se le conocieron a Hugo Chávez y al
propio Fidel Castro no van de la mano con la prédica redistribucionista que
promete la revolución socialista; la condición de egresado de Harvard de Rafael
Correa no va de la mano con sus muecas antiimperialistas, y así sucesivamente.
No se trata de poner en duda las
hipocresías del socialismo. Eso se tiene muy claro. Después de todo, la
hipocresía ha sido históricamente la regla general de la mayoría virtualmente
absoluta de los socialistas que provienen de la llamada burguesía. De lo que se
trata, al contrario, es de no perder de vista que, independientemente de las
conductas personales de sus líderes, los gobiernos del socialismo del Siglo XXI
están conducidos con arreglo a criterios ideológicos antes que pragmáticos, y
sobre esta base hay que entender la Argentina que vivimos. Precisamente por
desatender o desconocer este dato crucial, los partidos políticos que cumplen
roles opositores en los referidos países llevan adelante un papel lamentable,
exceptuando en los últimos tiempos a la oposición venezolana, que comprendió la
naturaleza de la batalla ideológica que tiene lugar en la región.
En función de estas consideraciones es
que podemos entender por qué, desde el inicio del kirchnerismo en 2003 hasta la
fecha, todos los análisis políticos que avizoraban un cambio de rumbo en el
sentido de la moderación y la rectificación, han terminado siendo erróneos. Las
últimas promesas de mesura política fueron dadas tras la significativa derrota
que sufrió el elenco K en el último octubre, y tras el consiguiente cambio de
gabinete que, según intentaban de predecir voces optimistas, inyectaría dosis
de racionalidad a una gestión dominada por anteojeras ideológicas.
Como se sabe, nada de eso ocurrió. Más
bien, todo lo contrario. La economía sigue regida por el irracionalismo
económico del marxista Axel Kicillof que nos conduce directo a una recesión con
inflación. El Jefe de Gabinete Jorge Capitanich, presidenciable por algunos
contados días, ha absorbido todos los cachetazos que las malas políticas del
kirchnerismo le han endilgado, salvando el cuello de Cristina pero
guillotinando el propio. En lo que hace a las relaciones internacionales,
apoyos explícitos e incondicionales a la dictadura de Nicolás Maduro se han
vomitado oficialmente. En lo referido a la inseguridad, un anteproyecto de un
nuevo Código Penal pensado por delincuentes para beneficiar delincuentes es la
perla de los últimos días (si para muestra basta un botón, entre los
colaboradores de su confección se encuentra la Asociación Madres de Plaza de
Mayo, apologistas de la delincuencia en todas sus formas, y responsables de uno
de los actos más escandalosos de corrupción de los últimos años). Y, como
frutilla del postre, hemos asistido hace no muchas horas al lanzamiento de
Máximo Kirchner a la arena política a través de un reciente reportaje efectuado
por Sandra Russo que, según se dice, lo sacará del quietismo y la nulidad
política que tan característica en él ha sido desde siempre. ¿Será un intento
desesperado de proseguir esta suerte de dinastía monárquica que nos rige?
Algo es claro: el histórico “vamos por
todo”, como declaración de guerra al sistema republicano, sigue tan en pie como
en los tiempos en que el kirchnerismo podía flamear la hoy mutilada bandera del
54%. Y es que según la última encuesta nacional de Management & Fit, sólo
un 25% de los argentinos aprueba actualmente la gestión de Cristina Kirchner
que, como una desquiciada al volante de un auto sin frenos, se dirige a máxima
velocidad contra un inmenso paredón. El suicidio es el camino escogido ante la
posibilidad de pegar un volantazo.
El problema es que ese auto, conducido
por la ideología del socialismo del Siglo XXI, nos lleva en su interior a todos
los argentinos.
(*) Agustín Laje es co-autor de
“Cuando el relato es una FARSA – La respuesta a la mentira kirchnerista”.
Twitter: @agustinlaje
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