lunes, 24 de agosto de 2015

EL PADRE CARLOS MUGICA

 

Salvo alguno que otro relato aislado[1], ningún argentino ha escrito nada de su experiencia e instrucción militar en Cuba. Contrariamente, el chileno Max Marambio relata en sus memorias su paso por Cuba (1966-1968), su retorno a Chile, su vinculación al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y su vida en la clandestinidad de la que emerge en 1970 para convertirse en el jefe de la custodia del presidente Salvador Allende, conocida como GAP (“Grupo de Amigos Personales”).

 
Max Marambio con su ex amigo Fidel Castro
Marambio cuyo nombre de guerra era Aurelio Roca o Ariel relató cómo conoció en La Habana a dirigentes guerrilleros de todo el continente: “era fascinante vincularse con aquel universo de revolucionarios latinoamericanos, donde se mezclaban probados combatientes, intelectuales de izquierda, diletantes circunstanciales y aprendices de revolucionarios.” Primero tuvo un entrenamiento básico en una finca en las afueras de La Habana que se denominaba R-2. Luego fue trasladado a las montañas de Pinar del Río, al campo que “Benigno” Dariel Alarcón Ramírez, uno de los instructores a su vuelta de Bolivia, denominara el PETI 1.[2]

En el centro de instrucción guerrillero había entre 30 y 40 “combatientes de diferentes nacionalidades…y sobre todo argentinos de diversos grupos políticos”. “Con los argentinos no me llevaba muy bien, escribió Max Marambio, debido al nacionalismo de sus posiciones políticas. Provenían del peronismo y su formación era distinta a la mía, su catolicismo chocaba con mi ateísmo, entonces tan intolerante como la devoción de ellos por los santos. A uno lo reconocí años después en una foto donde la prensa daba cuenta de su muerte en una emboscada en Buenos Aires. Se trataba de Fernando Abal Medina, fundador y dirigente de los Montoneros. En el campamento “recibíamos clases de tiro, explosivos, artillería artesanal, lucha urbana, topografía y otras artes de la guerra irregular”; luego relató que con el paso de los días muchos defeccionaron. No así los argentinos “de diversas tendencias cuyo contingente mayor lo formaba un grupo de católicos dirigidos por un cura.” Era el Padre Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe, hijo del dirigente conservador Adolfo Mugica, ex canciller de Arturo Frondizi. La presencia de Mugica en Cuba es sugerida por el chileno Max Marambio en “Las armas de ayer”[3] y explícitamente (al autor) por un ex miembro del Ejército de Liberación Nacional perteneciente al Sector 8, entrenado en Cuba en 1968, en la misma época que el sacerdote.



Pocos años más tarde, tras publicarse la biografía de Jorge Rulli[4], se confirma su presencia del cura en La Habana. El escritor Juan Mendoza al relatar la vida de Rulli, dice que Mugica llegó a Cuba en 1968 tras los acontecimientos del “Mayo Francés”. Fue un viaje fugaz porque “lo hacía a espaldas del obispo, para la oficialidad de la Iglesia (argentina), Mugica nunca se movió de Francia, donde realizaba unos cursos de Teología”. En La Habana vivió en una casa de “protocolo” junto con Rulli, a quien conocía muy bien.

El cura, durante su estadía de un mes, tuvo “un ritmo de salidas abrumador. Todas las noches cenaba con alguien distinto. Comandantes y subcomandantes, con sus familias incluidas, querían conocer al cura obrero, al precursor del Movimiento de los Sacerdotes para el Tercer Mundo.”


La noche anterior a su partida de La Habana tuvo una cena con oficiales cubanos. A la vuelta, pasada la medianoche, Rulli observó en Mugica una profunda tristeza”. Ante una pregunta del porqué de su estado a ánimo, el cura le contó que no tenía ningún problema: Esta noche me reuní con el representante de América[5] latina y él me pidió, no me lo dijo abiertamente, pero me lo dio a entender que yo sería muy útil como agente de los cubanos”.



Entre otras veleidades, Mugica fue miembro del directorio editorial de “Liberación”, órgano del ERP-22 en abril de 1973, junto con Monseñor Jerónimo Podestá, Gustavo Roca, Rodolfo Walsh, Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde y Julio Cortázar. Mugica fue asesinado al salir de decir misa en Zelada 4771, CF, el 11 mayo de 1974. El periodista Jacobo Timerman desde La Opinión acusó a Montoneros. Durante su entierro, la hermana de Mugica le dijo a Mario Firmenich: Señor le voy a pedir que se retire. Yo soy la hermana de Carlos Mugica y usted nos está ofendiendo con su presencia. ¡Vayase de aquí! Usted hizo mucho daño al país”.


Años más tarde, durante una reunión con exiliados en Holanda, Rodolfo Galimberti se adjudicó la muerte. De esa reunión participaron algunos que son altos funcionarios del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Unas pocas horas más tarde, en la intimidad, con una mujer holandesa –y con unas copas de más– volvió a repetir la misma versión. Todo esto me fue relatado por uno de sus participantes.[6]



Pero hay algo más: Los asesinatos de Mugica; el sindicalista José Ignacio Rucci y el Comisario General Alberto Villar, el jefe de la Policía Federal, nombrado por el presidente Juan Domingo Perón, fueron temas de conversación en un encuentro casual entre Galimberti con José López Rega, el ex secretario privado y Ministro de Bienestar Social de Perón y su esposa, la presidenta María Estela Martínez de Perón. Según María Elena Cisneros Rueda, la pareja de López Rega[7], habían ido a almorzar al restaurante “Bavaria”, ubicado a un costado de la “Place du Marché” del pueblo suizo de Montreux. En realidad no vivían ahí sino a pocos kilómetros, en la calle Byron 7 del pueblito de Villeneuve. López Rega vivía clandestino, porque era requerido por las autoridades militares que habían derrocado a la viuda de Perón y tenía varias causas en la Justicia.

Cuando salieron del restaurante, la pareja caminó unos metros y se topó con el dirigente montonero Rodolfo Galimberti, que se encontraba acompañado de una mujer. Se saludaron ceremoniosamente, sin ninguna calidez. López Rega le dirigió una fría mirada. Sólo atinó a preguntarle por qué habían matado a Mugica, Rucci y Villar. Las dos mujeres presentes observaban en silencio.

Galimberti intentó una explicación diciendo que él no había sido el que “apretó el gatillo” contra Mugica, respuesta que molestó aún más a López Rega que, exaltado, dijo ¿Cómo pudieron hacer eso?

 
José López Rega y María Elena Cisneros Rueda
La memoria de María Elena tiene presente que Galimberti afirmó en voz alta: “No te entendimos”. Luego, Galimberti contó que vivía en Londres, donde le ofreció refugio, pasaporte y custodia. La compañera de López Rega contó que el ex jefe montonero se sacó la boina como demostración de respeto y pidió perdón. Se despidieron con un abrazo y no se volvieron a ver.

Juan Bautista 'Tata' Yofre

NOTA: Las imágenes no corresponden a la nota original.



[1] Una excepción es “El furor y el delirio” de Jorge Masetti, Editorial Tusquets (1999).
[2] Libro citado “Memorias de un soldado cubano”.
[3] “Las armas de ayer”, Random House-Mondadori, Buenos Aires 2009.
[4] “El guerrero de la periferia”, Juan Mendoza, Editorial Del Nuevo Extremo, Buenos Aires 2011.
[5] Jorge Rulli se debe referir al comandante Manuel Piñeiro Losada, jefe del Departamento América del Partido Comunista de Cuba.
[6] El autor lo relató en “Volver a Matar” (2009); “El Escarmiento” (2010) y “La trama de Madrid” (2013. Todos editados por Editorial Sudamericana.
[7] Diálogos con el autor, los días 10 y 16 de julio de 2014.

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