viernes, 21 de octubre de 2016

JUGO DE TOMATE FRIO

20/10/16                                                                             
Por Mauricio Ortín

En cualquier país medianamente decente un héroe de guerra es un Héroe de Guerra. Alguien que no es del montón y al que se le debe gratitud, respeto y admiración. En los casos de los que no están porque dieron su vida por su sociedad, más todavía. A veces sí y a veces no, los pueblos se merecen  esos hombres excepcionales. La divinidad o el azar, según se mire, tienen sus antojos y no vacilan en despachar pan a quienes de dientes carecen. Y no exagero ni un ápice si afirmo  que con nuestro  país se les está yendo la mano.


Pues, es evidente que a nuestro  pueblo ni le va ni le viene que se destruyan monumentos como el de Cristóbal Colón o el del Combate de Manchalá o se denominen calles, plazas y centros culturales con apellidos de corruptos, subversivos o pelafustanes. En los días que pasaron, en el Colegio Militar de la Nación se rindió  homenaje al capitán Héctor Cáceres, al capitán Carlos María Casagrande y al teniente coronel  Emilio Guillermo Nani. Los dos primeros, muertos en combate contra el ERP en Tucumán y el tercero, herido en combate y condecorado por su valor en Malvinas y en el ataque a La Tablada.


Según los trascendidos recogidos por la prensa, el Ministerio de Defensa ordenó no se coloque la placa conmemoratoria en razón de que  la referencia que alude a la "guerrilla marxista” (ERP) podría ser consideraba como "una frase política”. Ahora bien, pregunto, ¿Puede así como así un ministro agraviar a héroes de guerra impidiendo se los honre con una placa? ¿Cuáles y cuantos son los servicios a la patria prestados por el ministro Julio Martínez que lo autorizan moralmente a pisotear la dignidad de los que expusieron su propio  cuerpo? Me late que, en el mejor de los casos, no tiene ni la más peregrina idea de quién fue y cómo y porqué murió el capitán Héctor Cáceres.  Eso sí, cuando recordó a guerrilleros se quebró y lloró. Tampoco se escuchó todavía la voz de un solo diputado, senador o gobernador que haya propuesto  desagraviar a los ofendidos. Mejor esperar sentados. Los invade el miedo gélido a que Bonafini o Carlotto los acusen de “políticamente incorrectos” y el gurú Durand Barba los mande a rendir a marzo. Todos ellos, apilados uno sobre otro, no alcanzarían ni para producir un gramo de los que ningunean a los recordados en la placa. “Jugo de tomate frio” corre por esas venas.



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