“Que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena”.
Joaquín Sabina
El
Gobierno, prácticamente desde su prehistoria, en mayo de 2003, ha infundido en
los estamentos dirigentes de la sociedad argentina, un temor que ya raya, a la
vez, en lo ridículo y en lo trágico. Que los gobernadores, los empresarios, los
militares, los funcionarios, los legisladores, los periodistas, los
consultores, los profesores, los jueces, los fiscales, los colegios
profesionales, las asociaciones gremiales y los sindicatos –todos ellos, salvo
algunas honrosísimas excepciones- hayan callado ante los permanentes avances
del Poder Ejecutivo sobre los derechos individuales y sobre las instituciones
democráticas y republicanas, dice mucho, y muy malo, de nosotros como sociedad.
Es más, que
la ciudadanía en general haya privilegiado su bienestar de corto plazo sobre la
natural repulsa que hubiera debido despertarle la tan extendida corrupción, aún
cuando ésta haya sido la causa directa de crímenes tales como lo sucedido en
Once o el hambre y la desnutrición que asuela no sólo el norte del país sino el
mismo Conurbano o el flagelo de la droga, tan vinculado a la inseguridad
cotidiana, explica la profunda decadencia de la Argentina.
Nos hemos
acostumbrado a viajar como ganado, a que se nos impida circular libremente, a
disponer de nuestra propiedad privada con libre albedrío, a opinar sobre los
actos de desgobierno, a que se nos mienta descaradamente desde atriles
oficiales y desde el Indec y el Banco Central, a que se persiga a jueces cuando
éstos fallan de acuerdo a la ley pero en contra de los deseos o intereses del
Gobierno, a que se perjudique publicitariamente a los medios de prensa
independientes, a matarnos en rutas indignas de ser llamadas tales, a que
nuestros hospitales carezcan de todo, a que nuestras escuelas se hayan
transformado en meros comedores, a que nuestras universidades hayan
desaparecido de todas las listas de excelencia, a que se nos niegue la
posibilidad de preguntar a los funcionarios de todo nivel, a que la Justicia se
dispense con varas diferentes según el grado de cercanía al poder del acusado,
a acceder libremente a la información oficial que debiera ser pública, a que se
cercene hasta la inanición a los órganos de control de la administración, a que
se ignoren los fallos de la Corte Suprema, a que se nos expolie con una desmadrada
inflación, a no poder salir a la calle por no saber si regresaremos vivos, a
que se discrimine a provincias y municipios en función de su sumisión al
Ejecutivo nacional, a que un funcionario amenace a empresarios o decida
arbitrariamente quien puede importar o no, a que se utilicen los mecanismos
recaudatorios para castigar a quienes disienten con el “relato”, a que la “portación
de apellido” constituya un demérito para hacer carrera, a que se dilapiden
nuestros impuestos en actividades disparatadas, que se use el dinero de los
jubilados para todo tipo de proyectos inverosímiles mientras se niega el pago a
sus naturales destinatarios, a que se mantenga en su cargo a vicepresidentes
vinculados a empresas fantasmas que imprimen nuestra moneda y a ministros de la
Corte Suprema propietarios de prostíbulos y a jueces que fallan contra natura y
exhiben impunemente sus mal habidos patrimonios, a que se haya desbaratado todo
el andamiaje jurídico por obra de un ideologizado “garantismo” y de la destrucción de todos los principios que hacen
a la protección judicial de los ciudadanos, a que la droga se trafique
libremente y que se lave su producido con total impunidad.
La lista
podría continuar hasta el infinito, pero debiera encabezarla la gran cuestión:
¿cómo puede ser que, después de nueve años de crecimiento inédito uno de cada
cuatro argentinos sea pobre y uno de cada ocho miserable? ¿Y cómo haremos para
hacernos cargo de tantos compatriotas que hoy comen, literalmente, de los
planes y subsidios que el Gobierno reparte para mantenerlos en la ignorancia y
en la sumisión, y que ya resultan impagables?
El próximo
paso que darán quienes tienen la responsabilidad de llevar este proyecto
mesiánico y gramsciano hacia el futuro será la modificación de los códigos
penal y civil, para adecuarlos a esa ideología oscurantista y tiránica que
profesan, para continuar luego con la reforma de la Constitución, que terminará
definitivamente con la forma de sociedad igualitaria y digna que la Argentina
ha disfrutado desde su origen. Como dicen los chicos, se llevará puestos a
conceptos tales como la propiedad privada, el federalismo, el poder tripartito,
la libertad personal, la educación libre, el sistema de partidos políticos, en
suma, a la democracia representativa, republicana y federal, que fue la que
hizo grande a nuestro país. Si el Gobierno dispusiera de los medios necesarios
para distribuir y tranquilizar nuevamente nuestro bolsillo y nuestra panza
cortoplacistas, seguramente lograrán su propósito, ya que otra vez miraremos
para otro lado mientras compramos autos, plasmas y nos vamos de vacaciones.
Sin
embargo, esta vez, cuando despertemos de ese nuevo espejismo, nos encontraremos
con otra sociedad, con otro país, mucho más parecido a la Venezuela de Chávez, al Ecuador de Correa, a la Nicaragua
de Ortega, a la Bolivia
de Morales o a la Cuba de Castro, es decir, con algo totalmente distinto al lugar en que los
argentinos hemos decidido vivir, y ya será tarde.
En una
palabra, debemos reaccionar ahora mismo, para impedirles alcanzar ese triunfo.
Y la forma de hacerlo es ponernos a trabajar para ofrecer a la ciudadanía una
verdadera alternativa, algo que reúna todos los ingredientes necesarios para
recuperar el rol que la Argentina tuvo y todavía puede y debe recuperar en el
mundo, hoy interpelado por enormes masas de población que, por la inteligencia
y el proceder de sus dirigentes, han salido de la pobreza y se han incorporado
al mercado de consumo, alimentándose más y mejor. Con sólo pensar que entre Cardoso y Lula rescataron de esa situación a cuarenta millones -¡el
equivalente a toda nuestra población!- de brasileños, el problema adquiere su
verdadera dimensión; y lo mismo sucede en los países asiáticos, comenzando por
la propia China, y hasta en nuestros
vecinos latinoamericanos, como Chile,
Uruguay, Perú y Colombia. Porque
el mundo que sobrevendrá, cuando la actual crisis haya pasado, será mucho más
demandante en materia de alimentos, y no podrá permitirse que malgastemos
nuestras posibilidades por nuestra crónica estupidez; la globalización, tan
denostada como inevitable, encontrará entonces un remedio que, seguramente, no
será de nuestro agrado.
La
principal y más urgente de esas acciones es recuperar una Justicia
independiente, seria, preparada y rápida, que otorgue seguridad jurídica a
propios y extraños que, sólo contando con ella, volverán a invertir en nuestro
país, en lugar de seguir sangrándolo con una fuga de capitales que, ante su
ausencia total, han optado por buscar destinos más previsibles. Cuando la
logremos la corrupción será castigada fieramente, el tráfico de drogas será
reprimido con severidad, el lavado de dinero resultará imposible, disminuirá la
inseguridad, la información oficial será pública y creíble, los fondos votados
por el Congreso irán a sus destinos previstos, los concursos para los cargos
públicos consagrarán a los mejores y, sobre todo, los contratos de todo tipo
serán respetados.
Si lo
conseguimos, se hará realidad el sueño de la llegada en masa de inversores,
capaces de ayudarnos a cerrar la brecha que nos separa, cada día más, de los
países desarrollados, tanto en industria cuanto en educación, toda vez que los
nuevos emprendimientos exigirán más profesionales y técnicos en carreras duras.
¿Cómo pudo suceder, como dice Alieto
Guadagni, que por cada 100 abogados graduados, en la Argentina se formen
sólo 20 ingenieros, mientras que en Chile lo hacen 200? Con una mejor
industria, podremos salir a competir externamente en los mercados de menor
cantidad y mayor precio, adecuados en su tamaño a lo reducido de nuestra
realidad doméstica, dejando de hacerlo, como sucede hoy, con aquéllos a quienes
una economía de escala les permite reducir costos y precios, aunque con menos
calidad. Deberemos recuperar el autoabastecimiento energético e incentivar
nuestra industria minera, con serio y verificado respeto al medio ambiente.
Habrá que
ocuparse, también prioritariamente, de sancionar una nueva ley de
coparticipación federal que, haciendo automática la redistribución de impuestos
a las provincias y municipios, termine con el centralismo basado en la
concentración de la caja. El federalismo es inviable sin que las jurisdicciones
tengan recursos propios.
Asimismo,
habrá que discutir una política migratoria, de la cual hoy la Argentina carece,
y dejar de ejercer una falsa solidaridad continental que empobrece y castiga a
nuestros conciudadanos más humildes. No existe país en el mundo que no
establezca reglas claras para permitir el ingreso y la permanencia en su
territorio mientras que aquí nuestras fronteras son frágiles coladores, sin
vigilancia de ningún tipo ni requisito alguno a cumplir para inmigrar. Este
tema se vincula, además, con la atención gratuita de pacientes extranjeros en
nuestros hospitales, que carecen de la infraestructura y de los recursos
humanos y financieros necesarios para brindar eficiente servicio de salud a
quienes pagan los impuestos para sostenerlos.
Deberemos
volver al mundo, integrándonos a él a través de una relación de permanente
respeto con todas aquellas naciones que actúen en igual sentido, respetando a
ultranza los compromisos internacionales asumidos, tanto en materia comercial
como económico-financiera, y las sentencias internacionales. Sólo entonces
estaremos en condiciones de reclamar la devolución de las Malvinas,
En cambio,
si el miedo continúa haciendo de las suyas entre nosotros, si no conseguimos
evitar que se nos cambie la sociedad que queremos y en la que hemos elegido
vivir, el futuro será mucho peor que cualquier pronóstico pesimista que podamos
imaginar hasta que, finalmente, desaparezcamos como nación independiente. Ha
llegado la hora, y la Argentina convocará a sus mejores hijos al combate por la
República.
Sólo resta
saber qué hará Ud. cuando sea llamado, y qué le dirá a sus hijos y nietos
cuando éstos le pregunten: ¿qué hiciste tú entonces?
Bs.As., 22
Jul 12
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
Tel. +54 (11) 4807 4401/02
Fax +54 (11) 4801 6819
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