Desconocemos al autor del presente
análisis, es original, diferente, se apoya en hechos y no dichos… saque sus
propias conclusiones.
Asombrosas similitudes entre la
destrucción de Alemania, en 1919, y la catástrofe argentina del presente.
La Primera
Guerra Mundial (1914-1918) fue una contienda tremenda en todo sentido de la
palabra. Para tener una idea aproximada, digamos que en la batalla de Verdún
murieron 530.000 hombres y en la ofensiva del Somme, las bajas superaron el
millón. El saldo final de la gran Guerra fue de 10 millones de muertos y 20
millones de heridos y mutilados en el campo militar, sin contar las numerosas
bajas civiles.
Alemania, el país vencido, sufrió la peor
parte con 2 millones de muertos. Había movilizado un ejército de 13 millones de
hombres.
Las potencias vencedoras, lideradas por
Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos e Italia, se instalaron en Versalles en
Enero de 1919 para imponer sus condiciones a los vencidos.
El territorio alemán fue desmembrado, de
modo que Francia se apropió de Alsacia, Lorena y la cuenca carbonífera del
Sarre. A su vez, Austria fue separada “con
prohibición de volver a formar parte de Alemania”; Polonia se quedó con
Posnania y la Alta Silesia (Danzig pasó a llamarse Gdansk); Dinamarca con el
Schleswig septentrional. La región de los sudetes pasó a formar parte de
Checoeslovaquia y las colonias alemanas se repartieron entre Gran Bretaña, Francia,
Japón y Bélgica. Por su parte, Italia se apropió de Trieste, Istria, el Tirol
sur y el Trentino-Alto Adige.
Las Fuerzas Armadas alemanas fueron
desmanteladas y de ese modo el Ejército sólo podía contar con 100.000 hombres,
la Armada con 15.000 y se disolvía la fuerza aérea. El servicio militar
obligatorio fue suprimido.
También se disponía el desguace de la
imponente maquinaria industrial alemana, principal competidora de Inglaterra y
Francia. Así, 60.000 toneladas de maquinaria de las industrias Krupp fueron
destruidas luego de Versalles. Los buques de la Marina Mercante alemana fueron
confiscados como pago de indemnizaciones, y los aliados se apropiaron de 14.000
aviones alemanes. No se permitía a los alemanes poseer tanques ni blindados de
ningún tipo.
Se prohibía la fabricación de submarinos
y de buques que superaran determinado tonelaje, como asimismo la elaboración de
material de guerra o de uso militar. A su vez, la producción de carbón mineral
y hierro pasaban a estar bajo control de las potencias vencedoras.
Las onerosas condiciones se conocieron
como el “Tratado de Versalles”, que fue suscripto el 28 de Junio de
1919 por el gobierno socialista de la recién creada República de Weimar. Los
alemanes, por su parte, lo llamaron el “Diktat de Versalles” (Dictado de
Versalles). En un documento complementario, dado a luz en París en 1921, se
imponía a Alemania una deuda externa por indemnizaciones de guerra, que llegaba
a los 132.000 marcos oro.
El Senado de los Estados Unidos rechazó
ratificar el Tratado de Versalles.
Aunque el propio presidente de los
Estados Unidos, Woodrow Wilson,
dijo: “Esto no es un tratado de paz.
Puedo ver al menos once guerras en él”.
Al gobierno militarista del Kaiser Guillermo, le sucedió la
Democracia. En Alemania se instalaron la miseria, el desempleo, la
hiperinflación, el cierre de fuentes de trabajo, las cocinas de caridad, los
dormitorios colectivos para indigentes, las huelgas, los motines, las
barricadas, la violencia, las humillaciones públicas a los militares. Y una
deuda externa impagable.
El quiebre del principio de autoridad,
trajo el desorden y la decadencia moral. Surgieron los cabarets con los
primeros travestidos, los prostíbulos de homosexuales, la prostitución
infantil, el tráfico de morfina y cocaína, el arte decadente.
El caso de Argentina
¿Porqué traer a la memoria aquél Tratado de Versalles? Porque existen
demasiadas analogías con la situación del país. Porque cuando se analizan los
graves problemas que sacuden a la Argentina, nadie o casi nadie llega al nudo
de la cuestión: estamos pagando el precio que nos imponen los vencedores de la
Guerra de Malvinas.
Nos han dado el trato de país derrotado
en una guerra, librada contra la primera potencia naval de la OTAN en Europa:
Gran Bretaña. Potencia europea que tuvo el apoyo de otro país beneficiado con
nuestra derrota: Chile. Y que hizo base en la Isla Ascensión, y empleó los
servicios de información satelital de su aliado natural: los EEUU.
Veamos cuáles han sido los hechos que
demuestran a las claras lo que afirmamos.
- En el último tramo del Gobierno de
facto, Domingo Felipe Cavallo abultó
el endeudamiento externo público al sumarle la deuda de particulares con entes
extranjeros. El Gobierno constitucional de Alfonsín
legitimó la medida, declarando a la totalidad de la deuda externa “de legítimo abono”, a la vez que inició
una campaña de repudio a la guerra de Malvinas, dando comienzo a la “leyenda negra” que hoy subsiste.
- El mismo Gobierno entregó a Chile el
Canal de Beagle, con lo cual el país entonces gobernado por Pinochet pasó a ser una potencia
bioceánica, controlando el estratégico paso entre el Atlántico y el Pacífico,
rompiendo la Doctrina del Derecho Internacional que establece: “Argentina en el Atlántico, Chile en el Pacífico”.
Fue una compensación de guerra, al aliado táctico que suministraba información
a Gran Bretaña durante la Guerra. Baste recordar el agradecido discurso de Margaret Thatcher a Pinochet “por salvar tantas vidas de soldados ingleses”, o las recientes declaraciones
del General Mathei, ex Comandante de la
FACH (Fuerza Aérea Chilena). Los ingleses reconocen que, un solo día que el
radar chileno no estuvo operable, la aviación argentina hizo estragos entre la
flota agresora.
- También llegó la vertiginosa devaluación
de la moneda en varios ceros, la inflación y la hiperinflación. Los ajustes e
impuestazos. Como en Alemania luego de Versalles.
- Los militares argentinos fueron a dar al
banquillo de los acusados, tanto por la derrota de Malvinas cuanto por la
victoria contra el terrorismo. Había que “desmilitarizar
la Argentina”.
- El Gobierno que sucedió a Alfonsín entregó a empresas o países
extranjeros el petróleo, el gas, el carbón, los teléfonos, la energía
eléctrica, el acero, la línea aérea de bandera con todas sus rutas, así como
también los servicios de cloacas y agua potable. La vasta red ferrovial, que
vertebraba la dilatada extensión del territorio nacional, fue suprimida. Los puertos, aeropuertos, rutas y autopistas
fueron “privatizados”. Había que “vaciar” la Argentina.
- Se suprimió el servicio militar
obligatorio, se cerraron astilleros navales, fabricaciones militares y fábricas
de aviones de la Fuerza Aérea. Se desmanteló la fábrica del misil de largo
alcance “Cóndor”, la Fábrica del
Tanque Argentino Mediano (TAM) y la CONEA (Comisión Nacional de Energía
Nuclear) que había logrado un desarrollo admirable bajo la dirección del Almirante Castro Madero. Las FFAA
fueron reducidas a su mínima expresión, con un presupuesto insuficiente,
cerrándose cuarteles a la vez que se disolvían batallones y regimientos. Se
eliminaron las hipótesis de conflicto. Había que “desarmar” la Argentina.
- La industria nacional cayó ante la
avalancha de productos importados subsidiados o ingresados por una “Aduana Paralela”, que inundaron el
mercado. Comercios, fábricas y empresas de todo tipo fueron a la quiebra. La
deuda externa creció en proporciones geométricas, alcanzando niveles
descomunales, en paralelo con la corrupción y el descrédito de la clase
política. Había que “empobrecer” la
Argentina.
Similares resultados
Las semejanzas no terminan acá, ya que
también se dieron similares resultados a partir de “nuestro” Versalles.
La legión de desocupados incluyó a
millones de argentinos, la mitad de la población quedó sumergida bajo la línea
de pobreza y la miseria pobló las villas suburbanas. La otrora orgullosa
Argentina se convirtió en un país de mendigos, pululando por las calles y
hurgando entre los residuos para comer.
Surgieron los “piqueteros”, hordas (y hasta turbas salvajes) de vándalos
organizados y adoctrinados por grupos marxistas, encapuchados y armados con
garrotes, apoderándose por la fuerza de calles, rutas, puentes y accesos,
sitiando a Buenos Aires como práctica revolucionaria, tomando por asalto
comisarías, ministerios, estaciones de servicio. La corrupción de las
costumbres, el auge de la droga, la perversión sexual y la inseguridad son
moneda corriente en el país. Se multiplican los paros, las “tomas”, y las marchas de protesta.
Reducida a ser una republiqueta
anarquizada, anémica, desarmada y en estado de indefensión, la Argentina está
limitada a exportar soja y subsidiar piqueteros.
Éste es el resultado del “Diktat
de Versalles” impuesto a nuestro país luego de Malvinas.
Entenderlo así, es empezar a descubrir
las verdaderas causas de nuestros males. Algo de lo que no se quiere hablar.
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