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viernes, 3 de agosto de 2012

La Inversión de la Prueba

Por Gabriela Pousa  /   2 agosto, 2012 

Un análisis exhaustivo del escenario en que nos toca vivir, arroja un evidencia: la desmesura.  Más que un problema ideológico o un desajuste económico, lo que está convirtiendo al gobierno en enemigo de los argentinos son los excesos. Y el paseo “cultural” de los presos fue uno de ellos.

Está visto que hoy, hay que interpretar cada frase a la inversa de su sentido, acostumbrarse a lo excesivo, a que la violencia hable el lenguaje de la paz, y el fanatismo el de la razón. La manipulación de eufemismos y el abuso de la oratoria, desfiguraron el sentido de las palabras y las cosas.

Como nunca antes, estamos observando como se invierten y magnifican los hechos. La Presidente desvirtúa la historia, da vuelta los argumentos, y altera los roles. Evita aparece en los billetes, Roca es vilipendiado, y Néstor un mártir contemporáneo. Todo es demasiado maniqueo. El sentido común pierde la batalla contra el absurdo y el grotesco.


En este desorden de cosas, las víctimas terminen siendo victimarios, y quienes viven tras las rejas son los ciudadanos: rehenes de un gobierno que ha secuestrado la lógica y lo sensato. Todo se torna incongruente y teñido de intereses subyacentes.

Si tuviéramos que escuchar de boca de Cristina, los sucesos acontecidos durante el nazismo, oiríamos que los alemanes fueron el objetivo de un genocidio por parte de los judíos. Si se tratara del sufrimiento armenio de 1915, diría, por ejemplo, que Armenia masacró a los turcos.

En la concepción que tiene, tanto de la historia como del presente, tergiversa lo real según sus intereses. El asesino es la víctima, y mata porque el otro merece ser matado. ¿Cómo juzgarlo?

Este trastrocamiento de los hechos no es casual ni gratuito. Es una estrategia malsana de supervivencia. Hoy, se pagarán unos bonos adeudados, pero se venderá el hecho como una segunda independencia. Pocas veces ha habido un gobierno que haya manipulado tan impunemente, el ritmo natural de lo cotidiano. Pregona la igualdad pero, simultáneamente, rinde culto a las diferencias donde no debiera haberlas.

Homogéneos en pensamiento, heterogéneos en deberes y derechos.

El relato, con sus arbitrariedades, impone lo indeterminado. Nada puede ser diferenciado. Es el triunfo del principio de equivalencia. En estas circunstancias, no hay forma de distinguir entre buenos y malos. Este tipo de neutralidad es la otra cara de la complicidad. A las víctimas se las despoja del respeto a sus sufrimientos, se los expropia de su dolor.

Transpolando esto a un dato actual, podría decirse que, para la Presidente, hoy la víctima no es Wanda Taddei sino Eduardo Vázquez, “muchacho incomprendido“, sometido a la marginalidad, posiblemente por ser músico y no médico u abogado… ¡Sabrá Dios cuáles son los atributos capaces de discernir quién es marginal, y quién no!

Wanda Taddei durante su traslado al hospital

A esta altura, si de Balcarce 50 se emitiera el servicio meteorológico, la ciudadanía sabría que, frente a un pronóstico de cielo despejado y sol brillando, lo aconsejable es llevar paraguas e impermeable.

Cuando Julio De Vido garantizó el suministro eléctrico, no por coincidencia, muchos argentinos terminaron comiendo a la luz de las velas… Recientemente, el ministro Florencio Randazzo, aseguró que quien portara la tarjeta SUBE, no pagaría boleto más caro. Se supo luego que el incremento de tarifas, lo sufrirá también, aquel que utilice la misma.

Tampoco hace mucho que Cristina Kirchner decidió que no mandaría gendarmería, a ocuparse de asuntos pendientes en las provincias. A los pocos días, gendarmes, llegaban a Santa Cruz enviados por su porfía.

Lo cierto es que, al margen de estas argucias, no ha variado un ápice la concepción política: antes o después, todo se reduce a enfrentamientos, pero ahora no buscan enemigos concretos. Ni Macri, ni Moyano, ni siquiera Magnetto. Esos son adversarios que, de tanto en tanto, la mandataria saca de la manga, para excusarse por algún nuevo escándalo. Después los mantiene en un freezer, como se mantiene algún alimento para consumir en situaciones límites.

Al margen de aquellos, el discurso progresista de pacotilla busca instalar en la sociedad un nuevo personaje: el excluido, el desamparado. Un conglomerado en el cual Cristina jamás había fijado su vista. Seres ignorados hasta hoy. Durante 10 años, no hubo para ellos ni políticas de Estado ni contención, ni un sistema penitenciario civilizado. De pronto, algo cambió, y no es precisamente la sensibilidad de la Presidente.

En Casa Rosada saben que el 54% perdió algunos dígitos en el trayecto. Era menester reemplazar a los desilusionados, arrepentidos e ingratos, y nada mejor que buscar en los institutos penitenciarios. Así fue como surgió la excusa de la “inclusión” detrás de un fin netamente utilitario.


Tal concepto obra de manera similar a como obrara la causa Malvinas, tiempo atrás. ¿Cómo oponérsele? No hay modo de cuestionar la idea de reinsertar al marginal, sin quedar sepultado por el tribunal de lo políticamente correcto que, si bien se mira, no es sino lo correcto para la necesidad política del momento.

La urgencia oficial por engrosar el caudal electoral y el respaldo a sus actos, explica por qué esta preocupación repentina por los presidiarios, y por reflotar un concepto tan abstracto como el de “inserción social”.

Saben que no tienen el aval de las clases medias. La inflación está perjudicando a quienes menos tienen, y no hay garantía de contar con el respaldo incondicional de esa gente. Se esfumó también el voto cautivo del peronismo. Mientras, la izquierda, la acusa de haber profanado su discurso. El último refugio de Cristina está pues, entre los “desposeídos”.

Son elegidos como los nuevos bienaventurados del modelo. La vulnerabilidad es la clave. Sobreviven resignados frente a un destino que creen predeterminado. Cristina Kirchner les ofrece entonces, la redención. Los absuelve: no son malos. A lo sumo, se habrán visto obligado por la miseria y la indiferencia.

Ya no es “algo habrán hecho“, si no “por algo lo hicieron”. Y ese “algo” recae sobre quienes actuamos acordé a las reglas, a la ley, al respeto. Ellos son las víctimas, nosotros los victimarios. Se invierte la prueba, se prostituye la virtud: lo bueno no se diferencia de lo malo.

La línea divisoria entre lo correcto y lo penado se desdibuja. Hay un sutil regreso a la teoría de Rousseau, interpretada a conveniencia de la jefe de Estado. El hombre es bueno, sólo la sociedad es malvada. Reduccionismo barato.

Estamos presenciando la abolición del mal, y la entronización de “circunstancias perversas” que justifican cualquier infracción: desde una mínima manifestación de violencia, hasta la atrocidad más siniestra.

“Si ese hombre mató, y aquel otro robó ha de ser por las condiciones donde creció”, eso excusa y habilita. Cualquier sinrazón tiene causas sociales o económicas, cualquier barbarie nace de la injusticia. Cuando se produce un atentado o un crimen aberrante, las autoridades salen a cuestionar el sistema, alegan que hay que cambiarlo. ¿Cuántas veces se ha endilgado un delito al libre mercado?

Bajo esta doctrina, el ladrón, el criminal no eligieron robar ni matar. El contexto eligió por ellos. Pierde todo sentido la ley y la norma. Son oprimidos, consecuentemente, se les otorga derechos para paliar la desgracia natural. Todo es explicado y justificado por factores exógenos.

Los jueces se convierten en psicólogos y asistentes sociales. El gobierno usurpa el papel del Estado para utilizarlos. La igualdad ante la ley, fundamento de la República, se abandona en pro de la dispensa individual, y la Presidente deviene en madre de estos pobres desamparados.

La inclusión social no es sino otro artilugio político, implementado para obtener, nuevamente, un porcentaje de votos cautivos y una guardia pretoriana por si acaso. Cristina instaura la cultura de la excusa, que no es sino la cultura de la subestimación. A los culpables los infantiliza, los convierte en necesitados de protección. Pueden ser homicidas pero se los presenta como “niños”, por lo tanto no puede acusárselos, sólo puede perdonárselos.

“El discurso progresista lejos de promover libertad, encierra al individuo en su condición de origen y lo confina. El defensor de los oprimidos demuestra un paternalismo condescendiente, pero le prohibe el acceso a la autonomía y a la madurez. En el fondo se lava las manos”, dice Pascal Bruckner.

Y si alguien hay con las características de Poncio Pilato en este escenario, sabemos donde se halla, y en qué cargo. Pese al asombro que ha generado la defensa a ultranza del gobierno, respecto a los presos asistiendo a actos partidarios, cabe otra consideración.

Antes, cuando este tipo de escándalo provocaba escozor, surgía alguna desmentida, y la jefe de Estado guardaba silencio unos días hasta que el tema se extinguía. Hoy, una ignominia como esta, no sólo es corroborada con una naturalidad que espanta, sino también recibe aval presidencial, confirmando que, el desparpajo y la impunidad, ganaron.

La Argentina está teniendo los códigos de una prisión. Se impuso la lógica tumbera. El matón infunde miedo. Entre éste y el guardia-cárcel hay connivencia. Sobrevive el obsecuente, y se comanda el delito desde la misma celda…


Quienes creen que saliendo del penal, obtienen privilegios y libertad, desconocen cómo actúan las fuerzas centrifugas de un gobierno que los convierte en títeres, los utiliza, y cuando ya no le sirvan, los arrojará sin defensa al foro de los leones, para que el circo siga. 

La sociedad esperará verlos reinsertados en ella, como Penélope esperó a su amante en el andén, y el zorro aguardó que el Principito volviera…

Decía el poeta: “El día en que el crimen se engalana con los restos de la inocencia, por efecto de una curiosa subversión propia de nuestro tiempo, es la inocencia la que tiene que justificarse”.

Gabriela Pousa

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