LA NACION – 16sep12 – Opinión
Publicado en edición impresa
El análisis
Por Joaquín Morales Solá
Pasó a queja. Ahora el riesgo es la fractura de la
sociedad. Una Argentina parecida a la Venezuela de Hugo Chávez, partida en dos. La reacción oficial a la protesta del
jueves serviría, en tal caso, para crear dos sociedades enfrentadas entre sí.
Si el discurso público del jefe de
Gabinete no se rectificara en la práctica o si los próximos hechos fueran
marchas y contramarchas, el Gobierno se asumiría como representativo de una
sola porción. Abal Medina es un
hombre sumiso y obediente, obsesivo con la preservación de su cargo. Jamás
hubiera dicho lo que dijo sin la autorización expresa de su presidentE. Es Cristina Kirchner la que cree que una conspiración
política-mediática eyectó a miles de personas para protestar contra ella. Los
culpables y no las causas, otra vez. Funcionarios
nacionales con larga experiencia
política se sorprendieron ante la magnitud de la protesta del jueves.
Algo hay que hacer, se dijeron entre ellos. Sin embargo,
cuando golpearon las puertas de la cima chocaron contra un bloque sombrío e
impenetrable. Creíamos que podríamos dar un consejo, pero en este gobierno
nadie quiere consejos, contó uno de ellos. Sucedió lo mismo con varios gobernadores peronistas, viejos
baqueanos del humor social. Daniel Scioli, José Luís Gioja, José Alperovich
o el mendocino Francisco Pérez se
mostraron prudentes o comprensivos al principio. Abal Medina los llamó a silencio cuando descalificó el masivo
cacerolazo. Callaron de nuevo.
La división que está promoviendo el Gobierno no es entre
los que viajan a Miami y los que veranean en Mar del Plata (algunos hacen las
dos cosas). Ese mensaje es para la militancia pura y dura, que sólo necesita
consignas vacías. Ricos o pobres. Nacionales o cipayos.
Las cacerolas se escucharon también, sin embargo, en
Lugano, en Quilmes o en Lanús. En el interior lejano las protestas fueron
igualmente contra la PresidentE y
contra su gobierno. Casi ningún cacerolero del interior se acordó de su gobernador. No es Miami la prioridad en
esos lugares ni en ningún otro, sino la inseguridad y la inflación. La división
terminará enfrentando al kirchnerismo con el antikirchnerismo. A los seguidores
de la PresidentE con sus opositores.
Cualquier lógica que sólo admite a amigos o a enemigos tiene ese pobre final.
Puede decirse que la PresidentE
cuenta, más o menos, con un 40 por ciento de imagen positiva. ¿Quiere decir que
la división se produciría con el 60 por ciento restante? No. Ni todo aquel 40
por ciento está dispuesto a enfrentarse con el resto de los argentinos ni todo
el 60 por ciento quiere convertir su vida en una guerra heroica. El campo de
batalla quedará siempre en manos de los fanáticos. Las manifestaciones del
jueves estuvieron llenas de jóvenes (una refutación al supuesto monopolio
kirchnerista de la juventud), pero son los jóvenes oficialistas los más activos
y agresivos. Se notan más, pero no son más.
La eventual fractura social semejaría esa relación en la
juventud. Sucede, sin embargo, que el antikirchnerismo incluye también a
núcleos beligerantes y ofensivos. Fanáticos contra fanáticos. Cristina Kirchner tiene ahora la
responsabilidad de decidir si dejará el país en semejantes manos. La novedad
para su gobierno consiste en que la sociedad perdió el temor. Ya no hay temor.
Rumores tal vez interesados habían circulado en las últimas semanas sobre la
decisión del Gobierno de lanzar a las fuerzas de choque de ex piqueteros
oficialistas o a La Cámpora para enfrentar a los caceroleros. No pasó nada. El
riesgo de la sociedad sublevada y acéfala es caer en sus propios errores estratégicos
o de cálculos.
Una cosa era D'Elía
enfrentándose a los trompadas con los productores rurales (la poco creíble "oligarquía" de entonces) y
otra cosa sería si se las tomara con simples familias que reclaman por libertad
y por una mejor administración de los problemas públicos. Cristina Kirchner no pondrá nunca ni un herido sobre su conciencia.
El fin del miedo, que habitaba inconsciente en muchos hogares argentinos, es
una buena noticia para la democracia, pero es también una incómoda complicación
para los que gobiernan.
La PresidentE
pidió que le tengan miedo y la respuesta fue la reacción de una sociedad sin
miedo. Los que vivieron el 2001 desde puestos de poder aseguran que el jueves
hubo más gente batiendo cacerolas que en el momento inicial de la protesta
contra De la Rúa. Es cierto que
entonces no existía la masividad de las actuales redes sociales y que aquel
principio de 2001 rebelde fue una saga que no cesó en muchos meses.
La Argentina no es Venezuela. No lo es su sociedad ni lo
fue nunca. Los problemas y la historia no son los mismos. Tampoco Cristina Kirchner tiene los
petrodólares de Chávez. El país
tiene soja, pero la soja es propiedad privada. El petróleo es estatal en
Venezuela. Querer reproducir aquí la lamentable experiencia chavista de
Venezuela sería perder el tiempo en un combate inútil.
El descontento social se resolvería con mucho menos que
eso. Con menos autoritarismo o con el fin, por ejemplo, de cierta hipocresía.
Un senador kirchnerista señaló el viernes que no entendía por qué los
manifestantes rechazaban la re-reelección de Cristina si la Constitución le prohíbe otro mandato consecutivo. La
re-reelección está inscripta en los planes públicos del kirchnerismo, no en sus
secretos. Hasta en los actos presidenciales se clama por una Cristina eterna.
Vale la pena consignar una anécdota elocuente. El gobernador de una provincia cuyana se
manifestó solidario con Scioli a
principios de año, cuando el kirchnerismo comenzó a acosarlo. Durante cuatro
meses no recibió un solo peso fuera de la estricta coparticipación. Nada para
obras públicas. Nada para el sistema social. El gobernador logró verla a Cristina
después de muchas gestiones y de innumerables llamados telefónicos. Le comentó
que él no se opondría a una segunda reelección de la PresidentE porque él mismo había forzado su propia reelección en la
provincia. Decí en público lo de la reelección, le contestó Cristina, mandona y seca.
El gobernador
lo dijo. Los recursos federales volvieron a esa provincia. El gobernador cuyano nunca volvió a hablar
de Scioli.
Las cosas serían más fáciles si el gobierno nacional y
popular reconociera que la inflación está devastando todo, pero
fundamentalmente el salario de los más pobres. Y que la inseguridad es un
problema común de los argentinos, aunque los sectores más bajos son también los
más vulnerables. Si reconociera que el transporte público está mucho peor que
cuando el kirchnerismo llegó al poder. Un milagro permanente está evitando
nuevas catástrofes en los trenes de la línea Sarmiento. El ramal Mitre, que fue
el mejor hasta hace poco, se ha convertido en un infierno diario para muchos
argentinos. No saben cuándo llegará el tren ni dónde se detendrá para siempre.
En estos años, muchos empresarios y no pocos funcionarios se enriquecieron
obscenamente administrando esos ferrocarriles.
Cristina no ignora nada, ni siquiera la velada amenaza que le
zampó el gobernador de su provincia, Daniel
Peralta, acorralado y débil, jaqueado por cristinistas y camporistas. Amagó
en público con quitarle pozos petroleros al empresario Cristóbal López y con ponerle un impuesto al juego. Pareció una
venganza. Y lo era. ¿Qué estás diciendo?, le preguntó un funcionario nacional.
Aquí todos sabemos cómo son las cosas., contestó Peralta, sugerente.
¿Otro ejemplo? En la audiencia ante la Corte Suprema de Justicia, José Manuel de la Sota encaró al jefe de la Anses, Diego Bossio, de esta manera: Vos me dijiste que la plata de
Córdoba estaba lista para ser girada y que sólo te faltaba la orden política
para enviarla. Veo que la orden no te llegó nunca. Bossio balbuceó y trastabilló, pero nunca le contestó delante del
tribunal.
Cristina cree que un complot mediático urdió los cacerolazos. Es
la confesión de la ineficacia de su sistema de comunicación casi monopólico,
como se vio el jueves. Intelectuales kirchneristas culparon a la clase media de
las desventuras de su gobierno. Pero la clase media representa económica o
culturalmente a más del 60 por ciento de los argentinos. Es la búsqueda
insaciable de un argumento de partición social. Costarían menos trabajo algunas
rectificaciones concretas, ciertos gestos distintos después del éxtasis y el
castigo.
Estimada.Deje de crear resentidos, es escupir al cielo. Los mismos que creó, le van a pedir la cabeza. Gobierne, no agreda, no descalifique ni ataque a los que no pensamos como Ud. Siembre bien, para cosechar mejor. Califique su entorno que a mi entender son quemativos.
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