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lunes, 22 de octubre de 2012

A propósito de los ataques a los templos católicos


La justa ira es legítima.

La mayoría de nosotros lo piensa, y no se atreve a decirlo.

Es vergonzoso que nos hayan acallado la conciencia natural, haciéndonos creer que eso es virtuoso. El orden natural es razonable, y la peor violencia puede ser la violencia psicológica, cuando se pretende sostener que un círculo es cuadrado.

Y es de sentido común, y de orden natural, y por tanto coherente con el pensar y sentir católico (aunque no de los católicos “mistongos”, como diría Castellani), que a una agresión injusta se puede oponer una legítima defensa.

Hace años que la ofensiva contra los católicos sigue in crescendo, y el “bocatto di cardinale” lo constituyen en nuestra patria, sin duda, los aquelarres mal llamados Encuentros de Mujeres, que de autoconvocadas no tienen ni las la “a”. En ellos, van dando vueltas por el mundo los videos que revelan un grado de inmundicia y odio que sólo puede provenir del fondo mismo del infierno, como sabemos bien los que hemos estado en este tipo de situaciones.

Como contrapartida, una respuesta por parte de los católicos allí presentes, que tampoco puede explicarse sino con la asistencia sublime de la gracia.

Pero más allá de la templanza increíble que allí resplandece, no podemos menos que preocuparnos por una cuestión que va ganando terreno en muchos sectores de nuestra juventud, y es la anticatólica doctrina del pacifismo, que nada tiene que ver con la búsqueda de la paz de Cristo.

Hace unos años, nos inquietaba que se pueda confundir, por ejemplo, la virtud de la paciencia –hija de la Fortaleza, sin duda- con cierta negligencia en la Justicia, pero llegados a los hechos de este año en la defensa de la Catedral de Posadas-Misiones (no sólo ya escupidas, sino manoseos obscenos a los católicos impasibles, pintarles la cara y ropa, y habiendo llegado incluso a desnudarlos totalmente en ciertos casos: ver http://es.gloria.tv/?media=343529), resurge con mucha más energía la pregunta: ¿y si alguno de los allí presentes, por temperamento, “carisma”, o simplemente convicción, creyera en conciencia que es testimonio y deber también – y no menos heroico- reprimir (¡oh! ¡la palabrita!!..) con los modestos medios que se tengan al alcance, las injurias y agresiones sufridas en legítima defensa? No nos cabe duda que se produciría de inmediato  la reprobación de los propios católicos de a pie, tachándolos de “violentos”, “intolerantes” o faltos de fortaleza, si en vez de optar por la heroica resistencia, lo hicieran por la reacción…

Y esto nos parece una verdadera injusticia, y un escándalo, en la más pura acepción del término, de “tropiezo para la fe”, y nos parece de un reduccionismo inadmisible plantear “LA” actitud católica ejemplar, un modelo de moral estoica.

Porque tal vez sin darnos cuenta, mientras por una parte vemos la profunda actualidad de la película Cristíada (proyectada ante el Santo Padre sin haber sido anatematizada por él, según parece), pretendemos por otra, formar a nuestros jóvenes en el estoicismo o en el budismo, pero no en la sana doctrina, que tan serenamente expone el Catecismo, y que conviene recordar en este Año de la Fe. 

En última instancia, si nuestras obras dan testimonio de la fe profesada… ¿no cercenaremos la Fe, sosteniendo una moral reduccionista y falsa, que confunde a muchos de nuestros hermanos?   Teniendo en cuenta, pues, que “cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.” (Catic.166 ss.)

2286 El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión.

En nuestro caso, el mayor escándalo lo están dando, por supuesto, muchos  pastores, que no sólo no apoyan ni acogen paternalmente, sino que desmovilizan y repudian a sus propios fieles, y la opinión común, que secunda su medianía, olvidando el ejemplo de los santos.

Hablamos entonces, de escándalo para la fe, porque mientras se reconoce la noble disposición de los agraviados, se oye también a otros católicos sencillos, más admirados por la reacción “contundente”, de miembros de otras religiones cuando se agravia a su fe (por otra parte, falsa), y esta sensación lleva en ocasiones a hacerles sentir la “incoherencia” de la propia, cuando se pregona demasiado el imperativo absoluto del pacifismo como doctrina “oficial”, comenzando por los lobos que ofician muchas veces de pastores. Estos “pequeños” a quienes se escandaliza con este tipo de prédicas, se preguntarán entonces: ¿entonces se puede justificar si defiendo mi casa y mis bienes, pero no puedo reaccionar para defender lo que para mí es más sagrado que eso, como lo es mi fe, mis templos, y hasta mi cuerpo-templo del Espíritu Santo?...

Porque si lo que se pretende defender es el templo, la Casa de Dios (que es la nuestra también, legítimamente, como nos lo recordaba hace unos años un cartel del Arzobispado en la Catedral), resulta que el responsable de ella sostiene que “no importa que lo pinten con blasfemias, porque luego se pintaría de nuevo” (sic!) . 

La presencia  de Cristo más importante, según esa gente, es “en los hermanos”, ¿y si alguien pretendiese defender a un “hermano” agraviado por los escupitajos y manoseos?...Nos dirán entonces que somos violentos, porque uno no 
sabe cómo terminarían los hechos.

Pero el Catecismo de la Iglesia Católica (y que por favor nos ilustren con cuál se rigen los pacifistas) nos dice en el nro. 2263: “Nada impide que un solo acto tenga dos efectos, de los que uno sólo es querido, sin embargo el otro está más allá de la intención” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7). En el nro. siguiente, prosigue: El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. «Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la acción sería lícita [...] y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada a fin de evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7).

No propiciamos, por supuesto, asistir con cañones ni fusiles, pero tomar con cierta firmeza el brazo de una de esas “damas de ensueño” cuando pretenden ensuciar a los católicos, y “disuadirlas” virilmente de que lo hagan, pensamos que puede ser muy eficaz también, e incluso caritativo, porque se impide que sigan cometiendo ofensas mayores, y siga avanzando el pecado y el agravio a Nuestro Señor, en su Templo de piedra y en sus templos vivos.

Sigue el Catecismo en el nro. 2265: “La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave (.... )La defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar perjuicio". Por este motivo, los que tienen autoridad legítima tienen también el derecho de rechazar(…)a los agresores de la sociedad civil confiada a su responsabilidad.

266 A la exigencia de la tutela del bien común corresponde el esfuerzo del Estado para contener la difusión de comportamientos lesivos de los derechos humanos y las normas fundamentales de la convivencia civil. La legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en la medida de lo posible, debe contribuir a la enmienda del culpable.

De más está decir que en un estado donde la propia autoridad propicia a los agresores (con el silencio cómplice de parte de nuestra Jerarquía), parece por lo menos absurdo pedir a las víctimas el no uso de la legítima defensa,  para tener el certificado de buena conducta con un párroco, que de todos modos considera que su mera presencia allí es provocativa.

Que se comprenda, por favor: no estamos juzgando negativamente a quienes estuvieron allí con una fortaleza admirable. Estamos reclamando el acuerdo sobre el derecho legítimo de  varones que en las mismas ocasiones, demuestren también la fortaleza de reaccionar, combatiendo con los medios que tengan a su mano, en una lucha que siempre será desigual humanamente –como lo fue en Lepanto-, pero que también es, sin ninguna duda, buen combate.

El enemigo sabe que ellos cada vez son más, y nosotros cada vez menos, no por lo que informan los noticieros, sino porque tenemos presente la gran apostasía de la que nos habla el Apocalipsis. Los hechos que se producirán serán seguramente cada vez más graves, y por ello se deberá responder tarde o temprano de otra manera, que por supuesto no escatima la Cruz, porque no será nada grato y también se requerirá el auxilio de la gracia y la oración.

A quienes ya se hayan rasgado las vestiduras, pregonando la mansedumbre de Nuestro Señor y su rechazo a Pedro al desenvainar la espada, respondemos siguiendo la cita: “Tu eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”.…. (Mt 16,21ss.)   El obstáculo que Pedro significaba entonces era para la Pasión, por cuyo medio seríamos rescatados; su condición de “necesaria” es afirmada por El mismo tras la Resurrección: “..era necesario que el Cristo padeciese estas cosas…” (Lc.24,26), pero podemos ver entonces que no es este el mismo caso, sino más bien muy al contrario. ¿O alguien puede afirmar la “necesidad” de la blasfemia? Por otro lado, sistemáticamente eluden el pasaje en que Nuestro Señor expulsa a los mercaderes del templo, "haciendo de cuerdas un azote" (Jn 2,13-22; Mt 21,12-17; Me 11,15-19; Le 19,45-46); ¿qué podemos suponer que haría si los mercaderes se hubiesen puesto a blasfemar en las puertas del Templo?...

Sosteniendo como única vía  la mansedumbre, y toda ira desdeñable, respondemos con el Catecismo: 2287 (…) La ira es un deseo de venganza. “Desear la venganza para el mal de aquel a quien es preciso castigar, es ilícito”; pero es loable imponer una reparación “para la corrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 158, a. 1, ad 3).
Tanto Ntro. Señor  como  los santos, tienen un claro conocimiento de la verdad y una firme adhesión al bien. Eso les permite no responder al mal con otro mal propio, como es la ira injusta o desmedida, o la falta de corrección del mal, pero la ausencia total de ira justa, ante un mal cierto, puede incurrirse en ocasiones en grave omisión. Y como la gracia supone la naturaleza, supone también el recto y justo uso de la ira como pasión natural, ordenada a un bien, que es muy diferente de la cólera o del odio al pecador, lo que por supuesto, es censurable.  No quepa duda, de que si no se trata de encauzar legítimamente el apetito irascible para defender los valores más altos, muchos seguirán dejando hasta la vida en las canchas de fútbol, creyendo que es incluso meritorio dar la vida por una remera…
Insistimos, entonces: no sólo HASTA DONDE ha de tolerarse este basureo de la Iglesia y sus miembros, sino sobre todo, ¿es lícito tolerarlo?... El mal exige una respuesta: a veces hay que resistirlo y otras veces hay que soportarlo. ¿Pero podemos afirmar que siempre haya que soportarlo sin oponer resistencia? Si pretendiéramos sugerir que todo católico “debe” exponerse al martirio, nos reprocharían con justicia que no podemos exigirlo, pues se trata de una gracia. Acá tampoco sugerimos que todo católico “deba” reaccionar ante estas situaciones procurando neutralizar al agresor, pero tampoco  parece justo, ni ético, ni caritativo, ni “pastoral” (¡!) exigir a cada católico que esté presente, que soporte impasiblemente estas situaciones, incurriendo en la temeridad de estar convirtiendo a muchas almas en “ollas a presión”, cuando su conciencia y la gracia les sugiere otras actitudes más “naturales”, por así decirlo.

Nos parece paradójico, de paso, que siendo estos sucesos motivados sobre todo por la defensa del orden natural (habitualmente frente a abortistas, degenerados, etc.), terminemos nosotros mismos negando otro punto de orden natural, como es la legítima defensa, y la reacción de protección de la propia integridad y los bienes comunes a los católicos.

Ante la acusación de intemperante o “imprudente” a quien reacciona, responderemos que la prudencia humana, no es sino una desviación de la prudencia como virtud, cuando se entiende como no pasar un límite establecido. 

La prudencia sobrenatural actúa en función de la realidad externa, vista  a la luz de los primeros principios que nos hacen buscar el Bien, pero esto exige conocer ante todo la verdad. ¿Podríamos llamar entonces prudente un proceder que no reacciona ante el griterío de obscenidades contra la Verdad misma?...  Recordamos entonces que la corrección fraterna es deber de caridad, y así como no sería caritativo observar “respetuosamente” como un hermano nuestro se suicida, ¿no es razonable hacer todo lo que esté de nuestra parte para impedir que sume profundidades de abismo a su pecado, si se permite que agregue blasfemia sobre blasfemia, arrastrando también a otros?...

Muchos replicarán, que compete a la autoridad finalmente, la reacción… Llegados a este punto, un niño nos diría sin vacilar, que si su madre no está, y ve fuego, tratará de apagarlo.

Sobre la paz señala el Catecismo: 2304 El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es la “tranquilidad del orden” (San Agustín, De civitate Dei 19, 13). Es obra de la justicia (cf Is 32, 17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).

Si en algo estamos faltando a la verdad, agradeceremos la corrección, mostrándonos claramente el fundamento.

Rogamos al María, Auxilio de los cristianos,  que en este Año de la Fe nos encuentre velando, y librando fielmente el buen combate, siempre para mayor gloria de Dios,

M. Virginia y Jorge Gristelli
C.F. San Bernardo de Claraval
9 de Octubre, 2012

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