MAURICIO ORTIN
El partido comunista (marxista-leninista-maoista, etc.)
históricamente, ha llegado al poder por medio de la violencia armada y/ o la
guerra civil. El triunfo de la revolución socialista de Mao Tsé Tung en China, de Lenin
en Rusia, de Pol Pot en Camboya y de
Fidel Castro en Cuba, así lo
testimonian. En las sociedades en las que rige el estado de derecho y se vota a
las autoridades, nunca el partido que triunfa se hace de todo el poder. Salvo
en el Ejecutivo, éste se reparte. En el Parlamento, entre opositores y
oficialistas. El judicial, en tanto, debe ser rigurosamente independiente de
los anteriores. La dictadura comunista (que en ningún caso ha sido del
proletariado, sino contra él), con frialdad mecánica, “va por todo” desde el vamos. Nadie, en toda la historia de la
humanidad (asesinos nazis, incluidos) ha violado más los derechos humanos que
las dictaduras comunistas (Cien millones de asesinados ¡Todo un record!). Sin
embargo y para asombro de pocos, las organizaciones de derechos humanos se
reivindican de izquierda e identifican con el déspota cubano Fidel Castro (Pérez Esquivel, entre otros). También, Neruda, Picasso y otras
personalidades de izquierda rendían culto -con su arte- al genocida, Stalin (desde
sus cómodas mansiones en París o Chile).
Los tiempos del fascismo, para consumar el totalitarismo,
difieren con los del comunismo. El fascismo conquista el poder, las más de las
veces, de manera incruenta. A través de elecciones limpias o, en su defecto, a
partir del gobierno débil que sucumbe ante el que, hasta ahí, era su principal
factor de desestabilización. Una vez asumido, pone rumbo hacia el totalitarismo
a la velocidad que las circunstancias se lo permiten. Tanto para blindarse de
impunidad, como para perseguir a los que se le resisten, comienza con el “secuestro” del poder judicial usando su
mayoría parlamentaria. Logrado el objetivo de la “suma del poder público”, se lanza contra dos de los principales
escollos antifascistas de una sociedad: los partidos políticos y la prensa
independiente. En la etapa siguiente, instruye sobre la necesidad de la
reelección. Habiendo sido reelecto (cuando ya estamos en el horno), manda a sus
obsecuentes y esbirros a pregonar la reelección indefinida de que el pueblo así
lo quiere. Es falaz y tramposo sostener que se “debe acatar la voluntad de la mayoría en cualquier caso”. ¿Y, si
la mayoría votara que el cargo de presidente será vitalicio y plenipotenciario?
La república no establece el sufragio para elegir entre el totalitarismo y la
libertad. Pero, dado el estado de las cosas, si de hecho ello sucediera y los
fascistas profundizaran el modelo; entonces, rebelarse contra el régimen es el
único camino moral. Porque (parafraseando a Thomas Jefferson), “un
despotismo electivo no es el gobierno por el que luchamos”.
El artículo que va a continuación fue escrito en 1937 por
Winston Churchill. La caída del Muro de Berlín no cambia en nada esta forma de
pensar y esta estrategia para acceder al poder. Que por hoy se estén probando-
con éxito aparente- variantes gramscianas que tienen como objetivo hacernos
creer que hoy el proceso es un poco más civilizado, no significa que su interés
final de la pérdida de la libertad.
Agradecería que se de difusión a esto
JOSE LUIS MILIA
El comunismo
Por: Sir Winston S. Churchill[1]
El comunismo no es solamente un credo; es un plan de
campaña. El comunista no es solo un individuo que abriga ciertas opiniones; es
el partidario jurado de bien meditados métodos de acción. Ha estudiado la
anatomía del descontento y la revolución en todos sus aspectos y tiene
preparado un verdadero manual para derrocar todas las instituciones existentes.
El modo de aplicarlo constituye una parte tan importante de la fe comunista
como la doctrina misma.
En un principio el comunismo invoca los preceptos, ya
consagrados por el tiempo, de la democracia y el liberalismo para proteger el
órgano recién formado. Se enarbolan y se afirman la libertad de palabra, el
derecho a celebrar reuniones públicas, el derecho constitucional y todas las
formas de una lícita agitación política. Se busca la alianza con cualquier
movimiento popular de tendencia izquierdista.
Lo primero es implantar un régimen moderadamente liberal
o socialista durante algún período de convulsión. Pero poco después de implantarlo,
hay que derrocarlo. Hay que explotar las calamidades y penurias derivadas de la
confusión. Se deberán provocar choques, acompañados, de ser posible, por el
derramamiento de sangre entre los agentes del nuevo gobierno y los
trabajadores. Se fabricarán mártires. Se aprovechará cualquier actitud de
mansedumbre de los gobernantes. Tras la máscara de una propaganda pacífica se
ocultarán odios jamás vistos entre los hombres.
Ni será necesario ni se podrán cumplir las promesas
hechas a los que no son comunistas. Todo acto de buena voluntad, de tolerancia,
de conciliación por parte de los gobiernos o de los estadistas se empleará en
labrar su propia ruina.
Entonces, en el momento oportuno y cuando la situación
haya madurado, se deberá recurrir a toda forma de violencia, desde la rebelión
de las masas hasta el asesinato del particular, sin restricciones ni
remordimientos. Se deberá tomar por asalto la fortaleza enarbolando las
banderas de la libertad y la democracia; y una vez que el aparato del poder se
halle en manos de la hermandad revolucionaria se procederá a aplastar con la
muerte toda oposición y aún toda disidencia.
La democracia no es más que un instrumento del que se
echa mano para luego destruirlo; la libertad no pasa de ser una locura sentimental
indigna de quien se guía por la lógica revolucionaria. Se impondrá a la
humanidad según dogmas aprendidos a coro, sin misericordia y para siempre el
dominio absoluto ejercido por una clase “sacerdotal” que se ha designado a si
misma como tal. Todo eso, expuesto en áridos libros de texto y escrito también
con sangre en la historia de varias naciones poderosas, constituye la doctrina
y el propósito del comunismo.
Winston S. Churchill, “Great contemporaries”. The
Hamling Publishing Group Ltd.
Hamling House, 42; The centre, Feltham, Middlesex; England. 1937
[1]
Sir Winston Leonard Spencer-Churchill, KG, OM, CH, TD, FRS, PC (Palacio de
Blenheim, 30 de noviembre de 1874 – Londres, 24 de enero de 1965) fue un
político y hombre de estado británico, conocido por su liderazgo del Reino
Unido durante la Segunda Guerra Mundial. Es considerado uno de los grandes
líderes de tiempos de guerra y fue Primer Ministro del Reino Unido en dos
períodos (1940-45 y 1951-55). Notable hombre de estado y orador, Churchill fue
también oficial del Ejército Británico, historiador, escritor y artista. Hasta
la fecha es el único Primer Ministro Británico que ha sido galardonado con el
Premio Nobel de Literatura, y fue nombrado ciudadano honorario de los Estados
Unidos de América.
Churchill era considerado
tras la Segunda Guerra Mundial un gigante político, pero a pesar de su
popularidad no contaba con la fidelidad incondicional del electorado
británico.4 Aunque la importancia de Churchill durante la guerra es
indiscutible, lo cierto es que también tenía bastantes enemigos en su país. Su
desacuerdo con ideas como mejorar el sistema de salud y la educación pública,
produjo descontento entre sectores de la población, particularmente entre
aquellos que habían luchado en la guerra. Tan pronto como terminó ésta, fue
derrotado por Clement Attlee, candidato del Partido Laborista, en las
elecciones de 1945. Algunos historiadores opinan que los británicos creían que
aquel que los había guiado con éxito en la guerra, no era el mejor hombre para
liderarlos en la paz. Otros piensan que fue más bien el partido Conservador y
no Churchill, el que fue derrotado debido a la actuación de Chamberlain y
Baldwin en los años 30.
Churchill fue pionero al
defender la idea de la unión de Europa, para así evitar futuros conflictos
entre Francia y Alemania. Sin embargo, consideraba que el Reino Unido no debía
ser parte de esa Europa unida, sino que su futuro estaba ligado al de los
Estados Unidos.
También abogó por darle a
Francia un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas, lo cual añadía otra poderosa nación europea a dicho consejo, para
contrarrestar el poder de la Unión Soviética, que también tenía un asiento
permanente.
Al principio de la Guerra
Fría acuñó la frase "el telón de acero", la cual originalmente había
sido mencionada por Joseph Goebbels, e incluso antes por el escritor ruso
Vasili Rozanov en 1917. Esta frase entró en la conciencia de la gente después
que la pronunciara en su discurso en el Westminster College en Fulton, Misuri,
como huésped de Harry. S. Truman en 1946:
Desde Stettin en el Báltico
hasta Trieste en el Adriático, un telón de acero ha descendido a través del
continente. Detrás de esa cortina están las capitales de la Europa Central y
Oriental tales como Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Belgrado,
Bucarest y Sofía. Todas estas ciudades y las poblaciones alrededor de ellas han
caído bajo la esfera de la Unión Soviética.
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