El
autor de la nota que presentamos hoy es Martín Caparros[1], actual hombre de
la cultura vernácula y ex integrante de la Organización
Política Militar Montoneros, hay que reconocerle la honestidad intelectual y
claridad con que explica a “La madre de
todas las batallitas”.
En
una de sus tantas defensas el señor
General de División (R) Don Luciano Benjamín Menéndez citó a Martín Caparrós, de quien dijo que era
un “montonero”
que pretendía "asaltar el poder en
la Argentina para cambiar radicalmente el orden social". "No queríamos
un país capitalista y democrático, queríamos una sociedad socialista sin
economía de mercado y cuya forma política no fuera la democracia",
siguió citando a Caparrós. Otros
militares también lo citaron en sus defensas.
En
su artículo “El Peor Acuerdo”, Caparros reconoce estar de acuerdo con Menéndez, cuando el general dice que
por aquellos años “los guerrilleros no
pueden decir que actuaban en defensa de la democracia”. Tan de acuerdo que
lo escribe por primera vez en 1993, cuando vé a Firmenich diciendo por televisión que los Montoneros peleaban por la democracia: mentira cochina. Entonces
escribe “que creíamos muy sinceramente
que la lucha armada era la única forma de llegar al poder, que incluso lo
cantábamos: ‘Con las urnas al gobierno / con las armas al poder’, y que falsear
la historia era lo peor que se les podía hacer a sus protagonistas: una forma
de volver a desaparecer a los desaparecidos. Me indigné y, de tan indignado,
quise escribir La voluntad para contar quiénes habían sido y qué querían
realmente los militantes revolucionarios de los años sesentas y setentas.”
En
su blog “Pamplinas”, Caparros
dice que es un intento –insistentemente fracasado– de mirar el mundo desde la
Argentina, o la Argentina desde algún otro mundo. Con esa premisa, el autor
pensó llamarlo Cháchara, pero le
pareció demasiado pretencioso. Desde las pampas argentinas, pues: Pamplinas. Allí nos deja el artículo de
marras.
Sinceramente.
Pacificación Nacional Definitiva
por una Nueva Década en Paz y para Siempre
por una Nueva Década en Paz y para Siempre
La madre de todas las batallitas| 27
de noviembre de 2012
Nos
aprestamos a la batalla decisiva: el 7D.
En pocos días culmina la justa que decidirá los destinos de la Patria. Culminar
es muy lindo, emotivo, y yo no quepo en mí de ansiedad y zozobra: todo pende de
un hilo o un piolín. Temo que no resista. Creo -a veces creo- que cuando nos
liberemos de Magnetto vamos a ser
tan libres que vamos a volarnos.
O
quizá no. Creo -muchas otras veces creo- que me da vergüenza que nos tomen por
tan tontos. Parece como si el país fuera rehén de la pelea de dos gallitos
ciegos -o tuertos o trompeteros o trasnochados o traviesos. Y me parece
increíble que sigan tratando de convencer a la sociedad argentina de que cosas
realmente importantes van a cambiar según sea el resultado de la pelea en el
barro entre un grupo político de arribistas ávidos y un grupo empresario de arribistas
ávidos. Que son tal para cual -y por eso pudieron estar aliados tanto tiempo.
Que
por eso, también, ahora pueden ser dignos enemigos.
Ya
sabemos que el peronismo dizque[2] K no puede funcionar sin enemigos.
El
grupo que manejó la Argentina la última década es un rejunte de personajes muy
variados y su política es errática. Siempre tomó sus mejores medidas
contradiciendo sus posturas anteriores: la
ley de Medios, el matrimonio
homosexual, la Asignación Universal
por Hijo -entre otros- pasaron de ser proyectos de la oposición que el
gobierno ignoraba o combatía a Estandartes del Modelo.
Semejante
confusión necesita alguna claridad: el hecho de tener enemigos precisos puede,
de una forma ilusoria, ofrecerla. ¿Quiénes somos nosotros, que podemos ser
tantos? ¿Nos hemos extraviado? No, bó, no te confundas: nosotros somos los que
Peleamos Contra el Monopolio.
Y si
no estás de acuerdo con esto o con lo otro -si acunar a Monsanto te importuna, si hacer leyes con Macri contra los trabajadores te incomoda, si matar whichis o collas te chirría-, déjalo para después, ya lo veremos: ahora lo
que importa es enfrentar al Enemigo.
El Enemigo es decisivo: por eso hay que
elegirlo con cuidado. Cuando quisieron pelearse con el campo les pararon el
país; la tentativa contra Repsol se
está cargando YPF; con las grandes
mineras ni lo intentan; un grupo mediático con mala reputación y buen poder de
difusión es un buen candidato. Sobre todo si uno está tan intoxicado de
palabras que se cree que todo se juega en el Campo del Relato.
La
maniobra parecía astuta: así fue como empezó esta batalla de roedores en la que
unos atacan esgrimiendo una democratización de la información que no practican
ni ebrios ni dormidos y otros se defienden invocando una libertad de prensa que
siempre intentaron sofocar con sus medios y sus prácticas empresarias.
Están,
como dicen en mi barrio, hechos el uno para el otro: hasta que se pelearon por
algún negocio, se llevaban tan bien. Ya se ha dicho infinito: se ayudaban, se
pasaban negocios y primicias, se convidaban a cenas y whiscachos, se querían
con ese amor que solo los que se necesitan pueden simular. Hubo grandes
momentos: se ha hablado mucho del otro 7D
-2007-, cuando el grupo Clarín
recibió como último servicio del presidente
saliente Néstor Kirchner la
autorización para fusionar Cablevisión
y Multicanal y quedarse con el 80
por ciento del mercado; se ha hablado menos de la y 25.750 -llamada Ley Clarín-
de junio de 2003, sobre "Preservación
de Bienes y Patrimonios Culturales", que los salvó de caer en manos de
sus acreedores extranjeros: que les salvó la vida.
Y
casi no se ha hablado de aquel momento en que la coincidencia Clarín-kirchnerismo alcanzó su mayor
grado de puaj: cuando mataron a Maxi
Kosteki y Darío Santillán. Aquel día en que Clarín famosamente tituló "La
crisis se cobró dos nuevas muertes", el gobernador de Santa Cruz tampoco quiso molestar a su jefe, el Dr. Duhalde, y se calló, una vez más, la boca: no dijo una palabra
sobre aquellos asesinatos -que no deben haber violado ningún derecho o ningún
humano. (Por eso es una suerte que ahora, diez años más tarde, su viuda -que
también calló- los llore y enarbole. Hay gente que metaboliza despacito.)
Tampoco
se recuerda mucho que, cuando el señor
y la señora Kirchner decidieron
oficializar la candidatura de ella a
la presidencia de esta Nación, un sábado de julio 2007, llamaron para ofrecer
la exclusiva a su diario de confianza. Aquel anuncio electoral en la tapa de Clarín fue todo un curso sobre el
funcionamiento de la prensa vernácula: alguien con poder -un presidente, por ejemplo- decide que su
modo de comunicar algo a los ciudadanos consistirá en decírselo a un solo
redactor de un solo medio para que lo mande como -¿noticia?- "exclusiva". Ese redactor no
averiguó nada, no pensó nada, no entendió nada; fue el conducto elegido por el
poderoso -su altavoz- en un pacto de conveniencia mutua. A esas cosas llamamos
periodismo, últimamente.
Y
después llegó la pelea nacional por aquel porcentaje del negocio de la soja, y
la pelea entre ellos por aquel negocio de telefonía, y se enojaron: se hicieron
enemigos. Para el gobierno, la maniobra parecía astuta, pura ganancia. Y traía
un beneficio secundario: si el Enemigo
son los medios, todo lo que digan quedará en duda por esa condición.
Entonces
ya no habrá que discutir hechos sino narradores; no es necesario decir no, Boudou nunca tocó un centavo ajeno,
sino Clarín Miente; no, no te creas que la inflación no es la del Indec, es que están tratando de
engañarte para defender sus oscuros intereses. Ya no es preciso pensar en los
asuntos; solo hay que preguntar quién los relata.
Así
fue: la Guerra contra el Enemigo se
pasó años ocupando un espacio que pudimos dedicar a mejores menesteres, pero ya
llega la batalla final: la emoción,
la ansiedad, los argumentos leguleyos, las patoteadas, los grititos.
Quizás sea cierto, al fin y al cabo, que todo -todo, todo, las huelgas de gendarmes, las marchas millonarias, los paros y reparos, los apagones repetidos, la captura de la Libertad, los buitres y sus
fondos, todo, todo, el gobierno kirchnerista en su
conjunto- es una conspiración de Magnetto:
de ningún otro modo habría podido convertirse en una especie de adalid de
alguna libertad. De ningún otro modo habría podido conseguir que cantidad de
personas que siempre criticaron sus manejos ahora se abstengan -para no hacerle
el juego a las maniobras brutas del gobierno. Es una tentación; yo trato de no caer en ella.
Triste
sería que por condenar los esfuerzos del gobierno de cargarse a un grupo de
prensa que ahora lo incomoda hubiera que ceder a la lógica del mal menor o el
viejo truco del enemigo principal y las alianzas tácticas, y olvidar lo que ese
grupo es.
Clarín puede mentir o
no mentir: no es lo peor que hace.
Llevo décadas publicando mi opinión -bastante explícita- sobre sus efectos: "Opino que los medios del grupo Clarín le han hecho mucho daño a
la cultura argentina media, la han rebajado, la han reblandecido, la han
limado, la van empujando poco a poco hacia el punto en que imaginaron que
estaba: la mente de un chico incapaz de leer, de pensar, de cuestionar. Y opino
que los canales de televisión privada han seguido con gran éxito ese mismo
camino -y nos toman por idiotas redomados, sólo capaces de consumir idioteces
redomadas para idiotas redomados" -escribí por ejemplo hace unos años.
Pero
es cierto que a Clarín la pelea le
hizo bien. Durante décadas se cuidaron mucho de hacer su trabajo. O, mejor: lo
regulaban según un mecanismo recurrente. Clarín
solía hacer buen periodismo -serio, tenaz, crítico del poder- cada tanto. Como
tenían tantos intereses que preservar, solo se dedicaban a la noble tarea de
buscar pelos en la sopa oficial -pelucas en el caldo claro- cuando sus dueños
necesitaban que el gobierno de turno les diera algún canal de cable, alguna
concesión de redes en provincias. Para conseguirlo hacían periodismo durante unos
días; cuando el gobierno de marras, harto, les hacía saber que se rendía y
entregaba, volvían a cerrar el boliche y se dedicaban a seguir haciendo el
diario habitual, velocidad crucero: mucho fulbo, espectáculos entendido como
televisión, la política como unos chismes de políticos, la economía chivos de
las empresas, el mundo reducido a veinte líneas, un crimen en la tapa.
En
cambio ahora están desatados, y ofrecen mucho material interesante, que no para
de desgastar el Relato: su política de
comunicación funciona. La del
gobierno mucho menos.
Porque
al gobierno le falta práctica y le sobra
torpeza. Un botón: la semana
pasada, cuando el paro, su principal portavoz el Borbotón Fernández se
lanzó a atacar a los huelguistas y no se le ocurrió nada mejor que insultar a
su ex íntimo Hugo Moyano llamándolo Vandor.
Seguramente
no pensó que el aliado gremial que le queda, cada vez más débil, un tal Caló, también es el líder de la
agrupación metalúrgica Augusto Timoteo
Vandor. Seguramente no pensó que se estaba peleando con uno de sus últimos
amigos sindicales. Seguramente no pensó. Eso es lo que les pasa cada vez más: piensan poco, piensan después, no piensan.
Al principio acertaron con las grandes líneas del relato progre, pero parece
como si hubieran agotado sus posibilidades -y ahora no saben cómo seguir, se
equivocan cada vez más. Y los medios que intentaron para sostener ese relato
son un fracaso sólido, compacto: ninguno
de los diarios revistas radios televisiones que pagan con la plata de todos a
precio de oro tiene un décimo de la circulación o audiencia que sí mantienen
los que se les oponen.
(Aunque
ahora, para compensar un poco las cosas, el grupo Clarín decidió retomar el modelo K de patotear
periodistas -en la calle o en los medios o en la justicia, donde se pueda-:
le sirvió para perder la muy leve superioridad moral que le daba en este tema
el hecho de que su enemigo lo hiciera y, al final, tuvo que retirar lo dicho. El campeonato de torpezas nunca para.)
Pero
nada de eso me salva de la perplejidad cuando veo que el gobierno de la Nación Argentina ha tomado su batalla contra Clarín como la madre o abuela o chozna
de todas las batallas. En un país donde
la renta financiera no paga impuestos, donde
la economía se concentra y extranjeriza cada vez más, donde las mineras se la llevan con pala mecánica, donde uno de cada cinco chicos pobres sigue
malnutrido, donde las diferencias
aumentan, donde todos los que pueden
pagarlo huyen hacia la educación la salud la educación privadas -por no
hablar del transporte, la energía, esos detalles-, el progresismo
consiste en creer que lo más urgente, lo más decisivo es sacarle un par de
empresas a Clarín. Es, de verdad,
sorprendente. Sorprendente que unos pocos lo digan y lo hagan; sorprendente que
haya muchos que lo crean.
Entonces
vuelvo a la solución más fácil y me pregunto si no será una conspiración: una
que sirve para establecer en la sociedad argentina esa lógica binaria que es
pura ganancia para todos ellos: o estás con la máquina de poder peronista -representada por el gobierno- o estás con la máquina de
poder de la derecha clásica -representada por Clarín o La Nación.
Digo:
que te convenzan de que estás eligiendo porque optás entre dos máquinas de
poder, entre dos aparatos del sistema -como si no existieran más opciones. En
síntesis: si yo fuera paranoico creería que todo esto es un montaje, otra de
esas falsas batallas que nos ofrecen para que no miremos las que importan.
Pero:
a)
no soy paranoico,
b)
no creo que sean tan inteligentes,
c)
no parece que sea necesario.
Así
que me consuelo pensando que es pura estupidez: banalidad y negocios. O sea: me consuelo muy poco.
[1]
Martín Caparrós (Buenos Aires, 29 de
mayo de 1957) ex montonero, hoy es un periodista y premiado escritor argentino.
Estudió en el
Colegio Nacional de Buenos Aires y comenzó su carrera periodística en el diario Noticias en 19731 —dirigido por Miguel Bonasso y clausurado al año siguiente—, en la sección
policial, que estaba a cargo de Rodolfo
Walsh; ambos reconocidos militantes montoneros, A partir de ese año colaboró
con la revista Goles hasta 1976.
Caparrós abandonó el país y se exilió en
Europa, primero en París, donde se licenció en historia en La Sorbona; más
tarde se trasladó a Madrid, donde vivió hasta 1983.2
Con el retorno
de la democracia a Argentina, regresa a Buenos Aires, donde trabajó en la
sección cultural del diario Tiempo
Argentino y en 1984 comenzó a colaborar en la Radio Belgrano, donde fue
conductor, junto con Jorge Dorio,
del exitoso Sueños de una noche de Belgrano.
Habrá de volver
a España a trabajar como corresponsal de esa radio durante 1985 y 1986.
Al año
siguiente retorna a Argentina como editor de la revista El Porteño. También en 1987 participa en la creación de Página/12 junto a Jorge Lanata, su primer director periodístico, y al siguiente, con Dorio, trabaja en el programa
televisivo El monitor argentino y
funda la revista Babel, que dirigirá.
A partir de
1991, Caparrós comienza a publicar sus relatos de viajes en la revista mensual
Página/30, de la que sería jefe de redacción, bajo el título Crónicas de fin de
siglo, que fueron distinguidas con el Premio de Periodismo Rey de España. Por
ese entonces, también dirigió la revista Cuisine & Vins.
Martín Caparros, co-autor de “La Voluntad” con Eduardo Anguita, es el más claro ex-integrante de Montoneros, dijo
en su artículo El Peor Acuerdo:
“La subversión marxista, o más o menos marxista, de la que yo
también formaba parte, quería, sin dudas asaltar el poder en la Argentina para
cambiar radicalmente el orden social. No queríamos un país capitalista y
democrático, queríamos una sociedad socialista, sin economía de mercado... “. El
texto completo lo pueden leer haciendo
clic aquí.
[2]
dizque. En el español de amplias
zonas de América sigue vigente el uso de esta expresión, procedente de la
amalgama de la forma apocopada arcaica diz (‘dice’, tercera persona del
singular de presente de indicativo del verbo decir) y la conjunción que. Se usa
normalmente como adverbio, con el sentido de ‘al parecer o supuestamente’.
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