Río
Negro - 30Nov12 - Opinión
Editorial
La convicción,
es de suponer sincera, de la presidente Cristina Fernández de Cristina y
sus incondicionales de que una proporción mayúscula de sus
propios problemas y los del país se debe a nada más que la hostilidad de los
medios del Grupo Clarín los ha llevado a tratar el 7D como
si esperaran que, en el día así denominado en la jerga en boga, el panorama
político argentino se transformara por completo, que en adelante un aluvión de
buenas noticias modificara radicalmente el sentir de la gente. Aunque el país
se ve abrumado por problemas concretos de distinta índole, los kirchneristas se
las han arreglado para persuadirse de que les será dado solucionarlos –mejor
dicho, borrarlos– mediante un zarpazo certero contra la empresa periodística
más grande del país. Puesto que el 7D el gobierno logrará a lo
sumo la suspensión, por un rato, de algunos programas televisivos, sería
realmente asombroso que el triunfo supuestamente épico pronosticado por el
oficialismo tuviera un impacto positivo en el clima imperante. Por el
contrario, los ya enojados por la gestión llamativamente torpe y
por la soberbia del gobierno de Cristina lo
tomarían por un intento de amordazar a los críticos que por algún motivo cree
influyentes, lo que, huelga decirlo, lo desprestigiaría todavía más. Pero si,
como muchos prevén, no sucede nada, el gobierno sufriría una nueva derrota, ya
que ha apostado tanto a que la eventual instrumentación de la ley de Medios
para que perjudique a Clarín, dejando a salvo a los medios amigos,
le permita marginar a los reacios a ayudar a difundir el cada vez más
estrafalario "relato" oficial.
La
obsesión de los kirchneristas con los medios periodísticos es atribuible al
desprecio que tantos "militantes" oficialistas sienten por la
ciudadanía. La creen conformada por sujetos ignorantes, personas incapaces de
pensar de manera independiente que se limitan a obedecer las órdenes que les
envían los diarios, las emisoras de la radio o los canales televisivos. Aunque
a esta altura el fracaso abismal de sus propios esfuerzos, subsidiados por
miles de millones de pesos aportados por todos los contribuyentes, por crear un
imperio mediático en condiciones de competir con el Grupo Clarín u otras empresas debería haberles
enseñado que es un error sobreestimar la influencia de la prensa en su
conjunto, ya que a pesar del escaso entusiasmo del grueso de los medios
independientes en octubre del año pasado la presidenta se vio reelegida por una
mayoría impresionante, distanciándose de todos sus rivales, siguen persuadidos
de que en la propaganda está la clave del éxito político.
Se
equivocan, claro está. Aun cuando consiguieran monopolizar todos los medios de
comunicación, los kirchneristas no podrían impedir que la ciudadanía se
enterara de los errores que cometen a diario a menos que impusieran una
dictadura feroz equiparable con la de Corea del Norte. Por cierto, las
protestas gigantescas que esporádicamente se celebran en contra de la
inoperancia sistemática del gobierno no se deben a la prédica de Clarín y otros medios sino a factores como la inflación al parecer irrefrenable que perjudica
a casi todos, la inseguridad que, huelga decirlo, es mucho más que "una sensación", el deterioro evidente de los servicios
públicos, episodios
bochornosos como el supuesto
por la detención en un puerto ghanés de la fragata
"Libertad", el cepo
cambiario que imposibilita el
ahorro y, desde luego, las
declaraciones disparatadas de ciertos funcionarios y las arengas que pronuncia
la presidenta por la cadena nacional.
De
todos modos, ya es demasiado tarde para que el gobierno tenga posibilidad
alguna de verse beneficiado por el desmantelamiento parcial del Grupo Clarín que se ha propuesto. El gran enemigo
de la gestión de Cristina no es un medio determinado. Es su propia tendencia y aquella de
sus partidarios más vehementes a privilegiar lo ideológico, es decir lo
abstracto, por encima de todo lo demás. Parecería que están tan ocupados
perfeccionando su extraño "relato" que no tienen tiempo para los asuntos
concretos, de ahí la presencia en puestos estratégicos del gobierno de tantas
personas ambiciosas pero nada idóneas que se destacan por su presunta lealtad
hacia la presidente y que han aprovechado la oportunidad
que se les ha brindado para hacer gala de su propia impericia.
Carlos
Manuel Acuña
para diario Río Negro
para diario Río Negro
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