EL INICIO
La esperanza
es un gran falsificador.
Baltasar Graciá
Llegó
en “olor de santidad”. Si se hubiera
animado a enancarse en un burro sus seguidores, tan insólitos y recientes,
hubieran alfombrado la Plaza con hojas de palma. En su porfiada fantasía él
había urdido la más perfecta de las misturas ecuménicas -madre musulmana, ama
de leche judía, católico sin saber por qué y el convencimiento teatral que el
Tigre de los Llanos estaba reencarnado en su cuerpo- como piezas paridas
del imaginario de arrabal que cala hondo en los argentinos, donde en un rejunte
discepoliano transitan el Gauchito Gil,
Perón, Gardel, la Difunta
Correa y la Virgen de Luján.
Seguidores
o no, los argentinos querían creer que para superar lo que tan mal había
empezado en 1983 Tata Dios volvía a
privilegiarnos poniendo a nuestra disposición todo el realismo mágico que
abunda en estas comarcas. De nuevo llegaba a nosotros “l’uomo
del destino”. Solo que, tras sufrir dos guerras y finalmente una inflación
galopante, el despelote remanente era para que lo encararan los alemanes y su
conducta; no nosotros y nuestra corrupción.
Es
cierto que el gobierno anterior –del que él
decía venir a rescatarnos- había sido un desastre. Tan desastre que se tuvieron
que rajar seis meses antes porque como “no pudieron, no supieron o no
quisieron” terminaron hundiendo al País en una letrina que rebalsaba mierda
y a la que alguien le había robado la cadena.
Por
supuesto que aquellos “próceres” nada
tienen que ver con las bandas de facinerosos que hoy saquean la República,
ellos solo eran el remedo político de un grupo de boy scouts a los que el guía
les birló la brújula. Sin embargo, aunque muchos de ellos eran hombres de gran
inteligencia y capacidad se convertían en estúpidos contumaces cuando actuaban
en función de partido. Conversión que parece ser la condición sine qua non
para que un radical sea Presidente, o al menos candidato y a la que con
fanatismo de conversos deben adherir aquellos que los rodean.
Triste
Karma que arrastra el centenario partido
y que sin quererlo termina golpeando a la República
ya que se sienten obligados a dedicar sus energías a santificar a los Golpistas Imbéciles del Parque o a un “Peludo”
Esclerótico mientras se empeñan con obstinados esfuerzos en maltratar a los
dos mejores Presidentes que la
Argentina jamás tuvo: Marcelo T.de Alvear
y Arturo Frondizi. Presidentes que, por increíble que sea -y
esto sí que merece estar en el récord Guinnes
de la necedad- se formaron en ese partido.
Pero
bien, él venía a salvarnos de todo aquello que “consumía” el bolsillo de los argentinos, los trenes a pura pérdida, la aerolínea
incómoda, el petróleo más caro del
mundo, el interior postergado, los aparatos de teléfono a 3.500 U$S la línea, las cajas pan, las FF.AA.
ninguneadas por el juicio a las juntas
y, ¿por qué no?, también queríamos creer que nos rescataría de las manos de los
sindicalistas salvajes que
reconstruían, por enésima vez, su imperio de aprietes y prebendas.
LA “GESTA INDIGNA”
Nunca nos engañan, nos engañamos a nosotros mismos.
Johann Wolfgang Von Goethe
Sean
de derecha o izquierda; estén corriendo por su vida en los bosques de Ezeiza o
tirando tiros desde el puente 12, los peronistas
tienen un concepto en su discurso que unifica sus acciones. Para ellos todo es
épico, todo es la carga de los Granaderos
en San Lorenzo. Desde su inicio a hoy, sea por una elección en una comarca
perdida del sur o una patoteada para apropiarse una empresa, nada puede suceder
si detrás no hay una idea de gesta que avale cualquier desmadre. Sus
escenografías, que se repiten ad infinitum sean del lado que sean, deben
contar con miles de banderas al viento desfilando al compás de los bombos ya
que, tramoyistas impenitentes, creen que un acto es un fracaso si no tiene un
olor a muchedumbre aunque esto solo sea conseguido a fuerza de choripán y vino.
No
sé si toda esta parafernalia son resabios de “la marcia sulla Roma” a la que tan afecto era su fundador, pero tampoco es
importante. Al fin y al cabo la gestualidad fascista duró diecinueve años
mientras que la liturgia peronista ya ha llegado a la tercera edad. Y entonces,
¿Por qué la venta de las joyas de la abuela no iba a ser una gesta?
Ya
hemos dicho que todo estaba mal en 1989. Al igual que hoy nada funcionaba
medianamente bien, lo cual tiene su lógica pues los radicales creen que solo se puede correr al peronismo siendo más populistas que ellos. Se inclinan a la zurda
pero siguen soñando con don Hipólito,
lo que al día de hoy ni siquiera es un mérito. Imbricados en este tipo de
putadas políticas mucho no pudieron hacer para mejorar el País. Por lo tanto,
llegó el hombre con su discurso.
Decía lo que muchos pensábamos, nos habían convencido que el negocio era
vender las joyas de la abuela, esas joyas a las que según sus compinches
alguien había convertidos sus brillantes en vidrio de botella, y que, más que
collares y pulseras eran pesadas cadenas que nos retrotraían a épocas que
debíamos olvidar.
Lo
que se cuidó de mostrar fue la forma en que iba a empeñar las joyas.
Pero
no había inflación, nadie, excepto los sufridos laburantes del conurbano usaban
los trenes, las rutas, diseñadas para 1940 se llenaron de camiones, se
multiplicaron los accidentes viales, pero a quien le importaba mientras la
guadaña no le tocara.
Ahí
empezó todo. No es que en épocas pretéritas no hubiera habido magistrales pungas políticos o funcionarios que se olvidaban vueltos y
facturas. ¡Claro que los hubo! Pero, comparados con lo que se vino de la “revolución productiva” en más, eran aprendices de pungas. Los que antes
eran alquimistas del choreo se
estaban convirtiendo en científicos de
la rapiña y lenta pero inexorablemente, con el acompañamiento de nuestra
cándida estupidez y algo de mozzarella y “champán” –que otros tomaban, no
nosotros– nos hicieron creer, a ritmo de cumbia villera, que todo era una fiesta y que por arte de magia
y sin escalas estábamos en el primer
mundo.
No
había más retenciones, Los militares
volvieron a desfilar -pero con un presupuesto que era menor al que tenían con Alfonsín- los ferrocarriles no nos sacarían más monedas de nuestros bolsillos;
americanos, ingleses o españoles se harían cargo de aerolíneas, YPF y de cuantas cosa les vendiéramos. Los teléfonos andaban, y volvíamos,
obscenamente alegres, al “deme dos”.
Entonces,
bien a la argentina, ¿Para qué nos íbamos a tomar el trabajo de saber cómo se
financiaba la fiesta?, si hasta lo escuchamos decir que una cosecha nos
salvaba. Lo que nunca nos dijo el Facundo
reencarnado era que los precios de
los commodities estaban deprimidos y
que, estando la industria descuajeringada, solo endeudándonos podíamos sostener
la fiesta, esa fiesta que creíamos gozar pero a la que mirábamos -“con la ñata contra el vidrio”- de afuera.
Como
en la fiesta no podía faltar la payasada, aprovechó la volada para forjarse
como el prócer que estaba uniendo a los argentinos y, ocurrencia desgraciada,
dedicó su neurona de Viejo
Vizcacha a pergeñar un indulto
masivo donde, metiendo en la misma bolsa a aquellos que habían combatido por la
Patria junto a los que a puro fierro la atacaron, llegó a creer que esto le
aseguraba el bronce.
Por
supuesto que cuando los enjuagues y trapisondas alcanzaron niveles de alta competencia tampoco nos sentimos preocupados.
Menos aún cuando puso a un fulano que
ni siquiera hablaba español a manejar la
aduana, ni con las valijas de la
cuñada y ni siquiera cuando manoseó
rastreramente al Ejército condenando a perejiles en el “Caso Carrasco”, clausurando el Servicio Militar y poniendo como jefe a un general que desde
subteniente venía empeñado en
armarse un “cursus honorum” hábil en sus mentiras y perverso para con
sus pares. El que, mendigando el aplauso de aquellos que antaño habían
asesinado camaradas a destajo, hizo un acto de contrición donde mandó al frente a soldados que valían
infinitamente más que él, sin que jamás aclarase cuanto de responsabilidad
tenía en el asunto de “La polaca” cuando estuvo destinado
en Paso de los Libres.
Después
vinieron suicidios varios, la explosión de Rio III, las armas contrabandeadas a Ecuador y a Croacia,
y la frustrada re-reelección pero la fiesta seguía. Al menos los gobernadores, senadores y diputados le
respondían y hasta hubo uno de ellos que
dijo que él era lo mejor que le había sucedido a la Patagonia desde Fernando de
Magallanes. Es historia tan reciente que ni vale la pena explayarse aunque
sí debiéramos repensarla, fundamentalmente porque el guía hizo docencia, y si bien hoy pierde y en la comparación con
los de hoy ya no es más que un punga de
bondi, fue quien enseñó que tener caja es todo.
TRISTE, SOLITARIO Y FINAL
“...Cuando estés bien en la vía sin rumbo, desesperao.”
Enrique Santos Discépolo
Y hoy que estás en los ochenta y en el debe de la vida,
solo una mina raída te pudo tirar una cuerda. Y esto, aunque parezca un
parafraseo de los primeros versos de la última estrofa de “El Conventillo”, es la realidad triste ante la cual el otrora aspirante a prócer debe hocicar. No hay
realismo político en ser senador
luego de haber sido presidente, es
solo un reaseguro llamado fueros.
Reaseguro que pierde importancia si aquellos académicos del chantaje que
pueblan el senado juntan sus votos, lo dejan fuera del senado y le trasladan su
silla curul a Marcos Paz.
No, ni siquiera le queda el refugio de su cargo, este no
existe por sí mismo, solo tiene entidad en la medida que haga de la obediencia
debida su razón de estar en esa silla y que, indigno de toda indignidad, se
arrastre ante ella con “la vergüenza de
haber sido y el dolor de ya no ser”.
JOSE LUIS MILIA
NOTA: Las imágenes y negritas no corresponden a la nota original.
Extraordinaria y profunda síntesis de la génesis de nuestra absoluta decadencia. No nos hemos caracterizado por tener gobernantes probos, honestos, capaces, patriotas, pero lo alarmante es que la corrupción aumenta en progresión geométrica y lo que ayer nos sorprendía y asqueaba, hoy ha sido sepultado por gestiones "superadoras" que nos hunden día a día en el oprobio y nos apartan del mundo, haciendo creer a los orates que esto es el modelo de inserciòn. Te felicito nuevamente Pepe.
ResponderBorrar