Ya para el 7 de abril y 18 de julio de 2012, subimos a
nuestro blog dos artículos que señalaban el viaje al pasado y la vuelta a la
civilización y barbarie que también describiera Domingo Faustino Sarmiento en
su mejor libro: Facundo.
Hoy la web hierve nuevamente con lo que se escribe en Chile
acerca de nuestro país, por eso reproducimos el artículo publicado el 18 de
julio y que ahora pareciera que las personas le prestan más atención que en su
oportunidad ¿Será por la últimas medidas y acciones del poder de turno? ¿Habrán
empezado a darse cuenta, lo que hace mucho tiempo varias organizaciones venimos
advirtiendo.
La Argentina, un país desperdiciado.
por SEBASTIÁN EDWARDS
SANTIAGO DE CHILE (La Tercera). La tragedia Argentina
siempre ha sido que el todo sea menos que la suma de las partes; que tanta
gente civilizada sea gobernada por tanto político bárbaro. Si el nivel de
hastío sigue subiendo, y el gobierno insiste en su populismo autoritario -ambas
cosas muy probables-, es posible que las fuerzas de la civilización se unan y
que ejerciendo sus derechos le pongan atajo a la barbarie.
La relación entre Chile y Argentina ha sido, siempre,
complicada. Durante décadas los chilenos mirábamos a nuestros vecinos con una
mezcla de admiración y envidia. Y no era tan sólo por la superioridad
futbolística argentina. También tenía que ver con el desplante de los porteños,
su arrogancia -verdadera o percibida-, sus artistas de calidad superior, sus
carnes tan tiernas como sabrosas, esos chocolates suaves que se derretían en
nuestras bocas, y la música maravillosa de Gardel, Soda Stereo, y Fito Páez.
Cuando yo era niño, viajar a la Argentina era todo un
acontecimiento. Los afortunados se preparaban durante meses, y hacían listas de
las cosas que comprarían, de los lugares a los que había que ir, y de las
comidas que tenían que probar. Los más osados regresaban llenos de historias
inverosímiles, las que casi siempre involucraban discotecas maravillosas -como
el afamado Mau Mau-, o modelos espectaculares e inalcanzables. Pero eso no era
todo: como ha dicho el novelista Mauricio Electorat, cuando llegaba el verano y
las playas se llenaban de transandinos, muchos de nosotros temblábamos al pensar
que “el argentino de rigor” podía
robarnos a nuestras noviecitas.
En los últimos 15 a 20 años las cosas han cambiado
profundamente. El complejo de inferioridad de antaño ha dado paso a una actitud
de superioridad, y a un desdén que sin ser estridente, es palpable. Para la
mayoría de los chilenos, Argentina ya no genera ni admiración ni envidia. Yo
diría que el sentimiento mayoritario hacia la transandina república es de pena.
Esa lástima o compasión que uno siente por los tíos viejos que alguna vez fueron
exitosos y encantadores, pero que con el paso de los años se han transformado
en seres roñosos y un poco patéticos.
Prácticamente todos los días del año la prensa chilena da
cuenta de un nuevo ranking que demuestra que Chile está por encima de la Argentina.
Titulares a ocho columnas informan que nuestro país es menos corrupto
(Transparency International), tiene mejor educación básica (prueba PISA de la
OECD), da más facilidad a los emprendedores (Doing Business del Banco Mundial),
y cuenta con mejores universidades (Times de Londres).
Hoy en día, y con las
importantes excepciones del fútbol y el cine, los chilenos miran a Argentina
hacia abajo.
Una mirada histórica
En 1845 Domingo Faustino
Sarmiento publicó su libro más importante: Civilización y Barbarie: Vida de Juan Facundo Quiroga. A
la sazón, Sarmiento -quien llegaría a ser el séptimo presidente argentino- se
encontraba exilado en nuestro país, donde fungía como profesor de la
Universidad de Chile y director de la Escuela Normal.
En esta obra, Sarmiento
argumenta que el gran dilema de la Argentina era decidir entre un futuro de
civilización o uno de barbarie. La primera era asociada con la ciudad
-especialmente con Buenos Aires-, la cultura occidental, y las ideas
republicanas. La barbarie, en contraste, era la principal característica del
interior del país, y estaba encapsulada en la forma de ser de los gauchos y los
indios. Mientras los “civilizados”
tendían a asociarse entre ellos y a convivir en forma pacífica, los “bárbaros” vivían aislados y rechazaban
las agrupaciones civiles; eran huraños, violentos, y poco respetuosos de las
leyes y de los demás. En términos modernos, lo que distinguía a la civilización
de la barbarie era el acervo de capital social y el nivel de confianza interpersonal.
Más de 150 años después de la publicación de Facundo el dilema entre civilización y
barbarie sigue carcomiendo a la Argentina. Ahora no es, como lo percibía Sarmiento, un conflicto entre la culta
población urbana y los toscos del campo. Ahora el conflicto es entre una clase
política mediocre y rapaz, y el ciudadano medio que aspira a vivir en un país
ordenado y predecible, donde pueda desplegar sus talentos, dar rienda suelta a
su creatividad, y criar a su familia en un ambiente de mínima seguridad.
Un equilibrio inestable
Es verdad que la situación política es caótica y que el
autoritarismo del gobierno de Doña
Cristina Fernández es aterrador. También es cierto que los gobiernos K han
seguido una política económica desastrosa, y que el país camina hacia adelante
sólo gracias a los altísimos precios de los commodities. Argentina es el único
país de la región donde hay mercado negro para el dólar, donde se falsean las
estadísticas, y donde se usa un sistema burdo de prohibiciones mañosas para controlar
las importaciones.
La barbarie también se presenta en la inseguridad y la
violencia. La vida es completamente impredecible. Nadie sabe si los vuelos van
a salir el día presupuestado, o si habrá cortes de ruta, o si los sueldos y
aguinaldos serán pagados en el momento convenido, o si volverán a aparecer las
monedas regionales -en la provincia de Buenos Aires ya se habla del regreso de
los tristemente célebres Patacones-.
No hay respeto por la legalidad, el estado de derecho es
ignorado, y los derechos de propiedad son violados en forma repetida. Peor aún,
la clase política está convencida de que existe una conspiración cósmica en
contra de la Argentina.
Este auge de la barbarie política se explica, en parte, por
el calendario electoral. De acuerdo con la legislación actual, ninguno de los
tres políticos más importantes del país -la Presidenta Fernández, el gobernador
de la provincia de Buenos Aires, Daniel
Scioli, y Mauricio Macri, el jefe del gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires- pueden reelegirse. Vale decir que para seguir en política y teniendo
poder tienen que buscar otro puesto o tienen que cambiar las reglas para lograr
la re-reelección. Este es un panorama que, por definición, crea una enorme
inestabilidad.
Entre tanta barbarie brilla la civilización.
Todo lo anterior es cierto. Pero también es verdad que
detrás de esa barbarie política hay una nación de seres extraordinariamente
civilizados, cultos, amables, creativos, llenos de bondad y sentido del humor.
En una visita reciente a Buenos Aires volví a maravillarme
por la calidez de la gente. Me perdí durante horas en librerías atiborradas de
compradores y repletas de novedades que uno ni sueña con encontrar en Chile.
Comí en restaurantes de calidad, con un nivel de servicio extraordinario. Me
alojé en dos hoteles que están, sin duda, entre de los cinco mejores del
continente. El profesionalismo de los que ahí trabajan contrasta con la
improvisación chilena en todo lo que tenga que ver con turismo y la industria
de la hospitalidad.
En tan sólo dos días vi tres exposiciones maravillosas. La
que más me impresionó fue una, en el Museo de Bellas Artes, sobre arte cinético
argentino de los años 1960. En una muestra muy bien curada y pulcramente
presentada, pude volver a constatar la originalidad de Julio Le Parc y la delicadeza de la obra de Eduardo Mac Entyre.
Pero lo que más me impresionó fue el nivel de hastío de la
gente con los políticos. Taxistas, dependientes de tiendas, mozos de
restaurantes -los más cultos del planeta, sin lugar a dudas-, estudiantes, y
pensionados coincidieron en decir que estaban hartos con la corrupción, el
desorden, y el abuso. Lo escuché en distintos barrios, y de muchísimas personas
que se autodefinían como progresistas e, incluso, como peronistas. Cada vez más gente reconoce que
el modelo K está agotado. Algo, dicen, tiene que pasar.
La tragedia Argentina siempre ha sido que el todo sea menos
que la suma de las partes; que tanta gente civilizada sea gobernada por tanto
político bárbaro. Si el nivel de hastío sigue subiendo, y el gobierno insiste
en su populismo autoritario -ambas cosas muy probables-, es posible que las
fuerzas de la civilización se unan y que ejerciendo sus derechos le pongan
atajo a la barbarie.
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