LA NACION – 15sep12 – Opinión – Editorial I
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Editorial I
Desde hace ya muchos meses se ha venido instalando en el
país una política de persecución y de miedo; quien no piensa como el Gobierno
es censurado y perseguido por las autoridades. Las estadísticas, que deben
servir como punto de partida para la confección de políticas públicas, no son
confiables; la agresión desde lo más alto del poder está a la orden del día;
hasta las chicanas oficiales son festejadas por un séquito de funcionarios que,
probablemente temerosos de perder su cargo, aprueban cosas en público que
critican en privado.
Oficialmente no se admiten ni la inseguridad ni la
inflación; cada vez más libertades individuales están cercenadas y, cuando se
ejercen, como ocurrió anteayer con el derecho de manifestarse de miles de
personas haciendo batir las cacerolas , su reclamo es minimizado desde el
Gobierno.
Es curioso, la locutora oficial abre cada discurso de
Cristina Kirchner diciendo que quien está por hablar es "la presidenta de
los 40 millones de argentinos". Sin embargo, parecería que hay un sector
cada vez más vasto que no entra en esos cálculos. Anteayer, cuando la marcha
apenas comenzaba, la jefa del Estado lanzó públicamente un elíptico "no me
van a poner nerviosa". En tanto, para el jefe de Gabinete de la Nación,
Juan Manuel Abal Medina, quienes se manifestaron estuvieron motivados por
"el insulto, el odio y la agresión" y porque sólo les importa viajar
a Miami, al tiempo que desafió con un no rotundo cuando se le preguntó si habrá
cambios en las políticas de gobierno: "En absoluto. Seguimos trabajando
con las políticas con las que ganamos con el 54 por ciento", se despachó.
La manifestación ciudadana de anteanoche tuvo consignas
tan claras como apartidarias: se reclamó por la inseguridad creciente y la
galopante inflación, por el rechazo a la reforma constitucional, por ponerle
freno a la corrupción y, sí, ciertamente también por los efectos nocivos del
cepo cambiario. ¿O acaso no es parte de la libertad de las personas poder
ahorrar en la moneda que sea y viajar hacia donde se desee?
La de anteanoche fue la movilización más masiva desde la
crisis del campo, en 2008. Y fue tan pacífica como aquella. La gente marchó sin
agredir a nadie, sin destruir plazas ni deteriorar edificios. Y no fueron
solamente personas de las clases más acomodadas del país, a las que Estela de
Carlotto calificó de "gente bien vestida", como si eso fuera un
impedimento para ejercer el derecho constitucional de peticionar ante las
autoridades. Quienes se manifestaron lo hicieron desde el sentimiento de agobio
en el que los sume el actual gobierno, que se vale del autoritarismo para ejercer
su poder, que no repara en dañar a las instituciones para su propio beneficio;
en ocultar pruebas, presionar a jueces y acallar periodistas.
Ya lo dijo la propia Presidenta al pedir en una reciente
cadena nacional que se le tuviera miedo sólo a Dios y un poquito a ella. ¿Por
qué habríamos de tenerle miedo? ¿O es que percibe que necesita imponer el
terror porque no es capaz de convencer?
Ciertamente, los cacerolazos de anteanoche también
estuvieron dirigidos a los políticos en general. El kirchnerismo no innovó en
el uso de las peores prácticas extorsivas, las profundizó.
El kirchnerismo pone las cosas en términos de blanco o
negro. O se está con el Gobierno o no se merece la más mínima contemplación.
La historia es parte de nuestra identidad porque se
proyecta sobre nuestras instituciones y alimenta a nuestros valores. Contiene,
además, nuestra herencia cultural. Como legado a las generaciones futuras,
confiere sentido a nuestra marcha como nación. Es nuestra "memoria
colectiva" y, como tal, sugiere cómo nuestra nación se percibe a sí misma.
Los líderes autoritarios son proclives a manipularla,
porque, conscientes de sus propias falsedades, advierten rápidamente el poder
de la historia y procuran reescribirla, cuando no negarla. Es necesario tomar
conciencia de que, cada vez que lo hacen, lastiman lo que somos como Nación.
Hoy se abusa de la historia, generando toda suerte de
distorsiones. Para "pensarla en forma completa", se nos dice. Así se
demoniza selectivamente a algunos de nuestros próceres o se los reemplaza con
ídolos de fantasía. Todo lo cual supone afectar, lastimándola, nuestra
identidad nacional. Se pretende despojarnos de parte de nuestro pasado,
birlándonos un tesoro colectivo.
La marea destructiva crece. Ahora apunta a consumar algo
que es más grave aún. Se pretende convocar a votar a los menores de 16 años y a
los extranjeros, con frecuencia indiferentes respecto de los valores históricos
centrales de la sociedad en la que circunstancialmente recalan.
Se está preparando el camino para una reforma de nuestra
Constitución Nacional, la que supondría reescribir nada menos que el capítulo
de las declaraciones y garantías individuales.
Estamos frente a un tema muy delicado, descripto por
Joaquín V. González como el de "las prescripciones prácticas que el pueblo
ha puesto frente a los poderes de gobierno para contenerlos en los límites de
las facultades concedidas, para que ellos los defiendan y los aseguren y para
fijar la línea divisoria entre los derechos de los individuos, ciudadanos o
extranjeros, y los deberes y atribuciones de las autoridades".
Se trata de los derechos y garantías civiles y políticos
que nos corresponden a todos los argentinos como hombres libres. Los que
nuestros jueces deberían siempre defender en la plenitud de su naturaleza. Sin
alterarlos, ni debilitarlos, con argucias o ambigüedades. Porque expresan
nuestro contrato social permanente. Y, como decía Juan Bautista Alberdi:
"El pueblo no es una clase, un gremio, un círculo: es todas las clases,
todos los círculos, todos los roles". Somos todos.
No es el 54 por ciento que le dio el triunfo a Cristina
Kirchner o el 46 por ciento que se lo intentó vedar. Es más, si hoy hubiera
elecciones, es muy probable que no se repita ese porcentaje en favor de la
Presidenta, que antes de los comicios llamaba a la unidad de los argentinos y
prometía un gobierno sin diferencias ni privilegios.
La historia cambió. La Presidenta traicionó su promesa y,
ahora, pretende desoír las voces disidentes.
Las cacerolas, las banderas y las pancartas apartidarias
de anteanoche en favor del respeto por la Constitución Nacional, en contra de
la re-reelección y en reclamo de seguridad, entre otras cuestiones de vital
trascendencia, son la muestra más visible de que no todo funciona como se lo
quiere hacer ver. Alguien deberá afinar el oído. Alguien debería preocuparse
por no desunir a los argentinos.
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