El lavado de cerebro, también conocido
como reforma del pensamiento, educación o reeducación, consiste en la “aplicación
de diversas técnicas de persuasión, coercitivas o no, mediante las cuales
cambiar, en mayor o menor grado, las creencias, conducta, pensamientos y
comportamiento de un individuo o sociedad, con el propósito de ejercer sobre
ellos reconducciones o controles políticas, religiosas y cualquier otro”.
El lavado mental es un método, más o menos
eficaz dependiendo del individuo, “cuyo
objetivo es hacer admitir unas informaciones cualesquiera a otra persona, con
la técnica de la repetición hasta que el objetivo sea alcanzado”. En
ocasiones se utiliza violencia verbal o física para confirmar o crear una
jerarquía definida de superioridad entre el lavador y el lavado.
Se
habla también del realizado por los medios de información sobre la población,
el cual puede efectivamente tener a largo plazo el efecto de imponer el punto
de vista de los medios sobre la población. El
mejor medio de evitar el control de información es utilizar varias fuentes
dentro del posible espectro informativo.
Desde
hace mucho, pero mucho tiempo, la población argentina ha sido sometida, por el
poder de turno, a estas técnicas de lavado
del cerebro y lavado mental…
para imponer su relato cargado de maldad, mentiras y distorsivo de la historia
nacional. La Cámpora adoctrinando a nuestros niños en las escuelas, la
notebooks regaladas a los escolares, la publicidad de la televisión pública en
fútbol para todos, automovilismo para todos, abuso de la cadena nacional, etc.,
etc.
En
la Alemania nazi, el Ministro del Reich
para la Ilustración Pública y Propaganda, Joseph Goebbels, fue el gran maestro que usó la propaganda para
exaltar la figura y políticas de su líder. Da la sensación que los responsables
de Incaa TV, el canal del Instituto Nacional de Cine, se encuentran entre sus
mejores alumnos.
14-11-12
| POLÍTICA
Incaa TV, el canal del Instituto Nacional de Cine, emite desde
hace por lo menos dos meses un documental montonero del año 1978 al que
presenta como “película indispensable de
la resistencia que logra revivir las utopías perdidas”. Los extractos
Críticas
a Perón y a su modelo, frías descripciones de la tortura padecida por sus
militantes y un delirante diagnóstico de la coyuntura de entonces son algunas
de las opiniones que vierte Mario
Eduardo Firmenich, jefe del grupo Montoneros,
en este film que Incaa TV está
difundiendo desde hace un par de meses, varias veces por semana.
La
promoción que hace el canal de la película, cuyo título es Resistir, es casi una apología: “A partir de una entrevista al líder montonero Mario Firmenich se
construye un testimonio que permite vislumbrar una Argentina silenciada por los
abusos de poder. Una película indispensable de la resistencia que logra revivir
las utopías perdidas.”
La película no es un documental de época sino una herramienta
de propaganda de la organización armada Montoneros, filmada por encargo del propio Firmenich y que consiste en una larga entrevista al jefe
guerrillero realizada por una voz anónima y alternada con material de archivo.
El
mate que toma Firmenich –cebado con
un termo Lumilagro- no es más que parte de la utilería destinada a fingir que
se encuentra en la clandestinidad en la Argentina cuando en realidad había
dejado el país a fines de 1976 para escapar a la represión que estaba diezmando
a sus subordinados.
Luego
de presentarse, Firmenich intenta
explicar por qué, luego de un brevísimo intervalo al regresar el general Juan Domingo Perón a la
Argentina como presidente por tercera vez, su grupo retomó la lucha armada
contra un gobierno democrático y constitucional.
Para
ello, se prodiga en críticas al líder del movimiento al que dice pertenecer –“fue un error de Perón”; “Perón se equivoca seriamente”; “Perón se equivocó”, etc.- y hasta deja
en claro que el proyecto de Montoneros
no era el del entonces presidente. “Perón
no coincidía con la transformación socialista del movimiento (peronista) y del
país”. El General, dice Firmenich, quería un Estado fuerte y
centralizado, árbitro entre los diferentes sectores sociales, una distribución
del ingreso que garantizara el 50% de la riqueza para los trabajadores; es
decir, la comunidad organizada.
A
eso le declaró la guerra su organización. Hay cosas que Firmenich no menciona, desde ya, como el asesinato de José Ignacio Rucci, secretario
general de la CGT, perpetrado por orden suya en septiembre de 1973 para “apretar” a Perón. A continuación, un primer extracto de la película.
“Finalmente llegó la muerte del general Perón”, dice con tono
triunfante Firmenich en otra parte
de la película. Y agrega que no quedó nadie para defender la posición
tercerista de Perón. Presenta como
un dato positivo el hecho de que el terreno de la desunión nacional quedara así
preparado y abonado para el golpe militar, gracias, entre otras cosas, al
aporte de su organización.
Luego
se explaya sobre el fracaso del Proceso –vale recordar que está hablando en
1978, cuando la organización que dirigía ya estaba diezmada y miles de
militantes habían sido secuestrados y asesinados. Algo de lo que Firmenich es plenamente consciente,
como que describe la modalidad represiva de la dictadura, habla de los campos
de concentración –menciona dónde se encuentran- y de la práctica de la tortura
–esto último con una frialdad que asombra.
Asegura
que “no es creíble que pueda reducírsela
(a su organización) a la nada en unos pocos meses”. Sin embargo, a esa
altura los militares ya habían alcanzado su objetivo de aniquilar a los grupos
armados. Firmenich lo sabía
perfectamente porque así le había sido informado por su servicio de inteligencia, integrado entre otros por el escritor y periodista Rodolfo Walsh.
Pese a tener éste muchos cultores en el país, nadie recuerda su crítica
demoledora a Firmenich. Es una
verdad que incomoda y perturba la operación de blanqueo de un jefe cuyo mayor “mérito” es el exterminio de su propia
organización.
“No estamos pidiendo no morir en combate”, dice un soberbio Firmenich
para quien la lucha armada “es la forma
más alta de defensa de los derechos humanos”. Pide que, “como en cualquier guerra (sic)”, se respeten las reglas de juego.
“Nuestros militantes, nuestros soldados, eligen la lucha (y)
asumen perfectamente los riesgos de la muerte como un hecho natural”, agrega con total cinismo. Quizá por eso estaba en ese mismo
momento organizando, desde el exterior, el regreso de varias decenas de
militantes que habían logrado ponerse a salvo de la represión en el exterior,
en lo que se llamó la Contraofensiva
y que no fue sino otra de las operaciones suicidas con las que venía hacía
tiempo contribuyendo con el “enemigo”
al aniquilamiento de su propia organización. Una responsabilidad que la
Justicia argentina no ha investigado aún, pese a un intento –frustrado- en el
año 2003. La Contraofensiva dejó un
saldo de entre 70 y 80 muertos, la mayoría de los “soldados” enviados por Firmenich
al país en precarias condiciones de seguridad.
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