Por
obvio que sea, algunos problemas cotidianos ni siquiera son considerados por la
política.
No
están esos asuntos en su agenda, no existen prácticamente para sus estrategias
permanentes, aunque para la inmensa mayoría de la gente son temas demasiado relevantes.
Espero
que el artículo sirva para ser difundido y también para ser el pilar de un
debate civilizado e inteligente.
Alberto
Medina Méndez
Ignorar
el problema, nos aleja de la solución.
El
presente de la política contemporánea en muchos lugares del mundo, muestra,
cada vez con mayor fuerza, como funciona esta dinámica por la cual algunos
dirigentes, pretenden hacer de cuenta que ciertos asuntos no existen, no tienen
relevancia, ni trascendencia suficiente como para ocuparse de ellos de manera
decidida.
Ellos
suponen que al no hablar de esos problemas, al no mencionarlos mínimamente, la
gente los quitará de la lista de sus preocupaciones, y así desaparecerán de sus
mentes casi por arte de magia.
Lo
cierto es que, el hecho de ignorarlos, no solo no consigue ese ilusorio
impacto, sino que al no abordarlos adecuadamente y a tiempo, los mismos se
agravan exponencialmente, se complican más de la cuenta y empiezan a aparecer
efectos colaterales absolutamente inesperados.
Lo
razonable para cualquier ciudadano de bien, sería intentar asomarse de alguna
manera a estas cuestiones, enfrentarlas como corresponde y combatirlas con
convicción para vencerlas del modo correcto.
Pero
por algún motivo, seguramente más profundo, los reyes de la hipocresía
política, los miembros más prominentes de la corporación, eligen otro sendero
menos lineal, menos convencional, pero desde la perspectiva de sus objetivos,
muchos más conveniente.
Seguramente,
dada la diversidad de escollos que se encuentran en juego, las razones también
deben ser múltiples y variadas, por lo que desentrañar en lo insondable es un
desafío más que interesante.
En
algunas situaciones puntuales, se trata de asuntos cuya complejidad concreta es
realmente muy sofisticada y su eventual solución requiere de diagnósticos
precisos y también de estrategias que poco prometen en materia de resultados.
El
atributo fundamental de esas circunstanciales soluciones es que proponen como
horizonte un plazo demasiado lejano para los tiempos que administra la
política, que siempre pretende todo muy pronto, preferentemente teniendo en
cuenta el siguiente turno electoral.
En
estos casos no atacan la cuestión de fondo porque simplemente no tienen la solución,
no la conocen, no disponen de los elementos necesarios para lograrlo, ni
siquiera tienen alguna pista que amerite hacer el intento, mucho menos aun una
idea original, creativa, interesante, que posibilite pensar en un resultado
exitoso medianamente probable. Tampoco tienen la suficiente osadía, para
siquiera hacer un tímido ensayo que rescate algo de dignidad para sus actores.
La
inseguridad creciente es, tal vez, el ejemplo más típico de esta generación de
asuntos, que siguen ocupando un triste pero privilegiado lugar en el podio de
preocupaciones de la sociedad y que no retroceden un centímetro, pese al paso
de los años.
Pero
otra lista absolutamente distinta, de problemas con diferentes características
pero con idéntica gravedad, tampoco son encarados adecuadamente, aunque por
evidentes motivos que tienen que ver ahora más con una realidad que les resulta
altamente conveniente.
Pero
para estas cuestiones, ya no ocurre que la corporación política no conozca la
formula o no sepa el modo de aspirar a eliminarlos o siquiera minimizarlos.
Esta vez, la cosa pasa por otro lado.
Ahora
lo que sucede es diferente, ya que resolverlos como corresponde implica
desarmar una parte central, casi vital, de su estructura de poder, y por esa
razón, no está en sus planes siquiera dar un mínimo paso en el camino hacia una
eventual solución.
En
cuestiones tan ancestrales como la corrupción estructural, o la tan destructiva
inflación, que preocupan fuertemente a diferentes sectores de la sociedad
civil, cada vez con mayor énfasis, las soluciones no llegarán nunca porque la
política precisa de su existencia para funcionar. Al menos, no se alcanzarán de
la mano de la misma acción política de los partidos, sino en todo caso por la
presión social que la comunidad plantee, cuando lo decida.
Sin
esas realidades que alimentan su estilo de hacer política, la corporación del
poder sucumbiría, por lo tanto no se puede esperar de ellos, que aborden el
problema a fondo.
Ellos
solo se harán los distraídos mientras les sea posible, demorarán todo lo que
puedan, ganaran el tiempo que sea suficiente y necesario, inclusive recurrirán
a la perversa modalidad de considerar al asunto irrelevante, nada importante.
La
historia reciente enseña las consecuencias directas e indirectas que surgen de
ignorar estos problemas. Convivir con ellos por tanto tiempo, acostumbrarse a
la crueldad de sus efectos, naturalizarlos como parte del escenario habitual, y
lo más grave aún, asumir que seguirán siendo protagonistas del futuro, no
resulta nada agradable, sin embargo demasiado frecuente.
Se
puede conjeturar durante un largo tiempo sobre las reales causas que explican
este fenómeno cada vez más habitual. Se puede teorizar y mucho, pero por
demasiado que se pueda seguir hurgando, definitivamente, lo cierto es que,
ignorar el problema, nos aleja de la solución.
Alberto Medina Méndez
skype: amedinamendez
NOTA: Las imágenes no corresponden a la nota original.
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