Las
negociaciones entre las FARC y el gobierno colombiano continúan, mientras las
armas no han dejado de sonar y el escepticismo se extiende entre los
colombianos.
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Según
informan los medios colombianos en estos días, las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) nunca han respetado la tregua anunciada. Los
ataques terroristas han continuado en todo el país, a pesar de que las
negociaciones entre esta organización y el equipo negociador designado por el
ejecutivo colombiano se siguen desarrollando en La Habana. Se contabilizan más
de 52 ataques terroristas con el sello de las FARC desde que en noviembre del
pasado año voceros autorizados de esta organización anunciaran una tregua.
A la
gravedad de estos ataques se le viene a sumar el reciente secuestro,
presumiblemente por el otro gran grupo terrorista del país, el Ejército de
Liberación Nacional (ELN), de tres ciudadanos extranjeros y dos colombianos.
Más de un centenar de ataques terroristas de ambas organizaciones se han
producido en los últimos meses, pese al optimismo de los negociadores y el
espíritu "pacifista" del ejecutivo colombiano. Casi el 70% de los
colombianos, según un sondeo reciente, no confía en que las negociaciones
lleguen a buen término.
En
este clima de clara desconfianza entre las FARC y las autoridades colombianas,
se le viene a unir ahora el reciente hallazgo de un depósito con más de 250
kilogramos de anfo, un potente explosivo que, al parecer, iba a ser utilizando
para atentar en la capital del país, Bogotá, contra instalaciones policiales y
militares. Al igual que otros grupos terroristas, como el español ETA y el
irlandés IRA, las FARC parecen estar aprovechando esta "tregua" no
declarada por parte del gobierno para hacer acopio de armas, reorganizarse
internamente y prepararse para si, llegado el momento, las negociaciones
fracasan y nuevamente hay que reprender la vía armada con toda su intensidad.
El
proceso de paz iniciado por el presidente colombiano, Juan Manuel Santos,
empieza a encontrar importantes escollos, como lo son el asunto agrario, la
estructura del Estado y una supuesta asamblea constituyente que demandan los
líderes negociadores de las FARC. El gobierno, mientras tanto, no tiene un gran
margen de maniobra en las negociaciones, toda vez que si hace demasiadas
concesiones a las FARC saldría demasiado debilitado del proceso y quizá
deslegitimado, como le pasó al presidente Andrés Pastrana durante las
negociaciones del Caguán. Pero también porque se ve duramente criticado, sobre
todo desde la derecha, ya que se considera que el diálogo esta asentado sobre
premisas falsas y que solo beneficia al grupo terrorista.
POCO
TIEMPO, ESCASOS RESULTADOS
Luego,
el presidente Santos ha anunciado que las negociaciones solo continuarán hasta
noviembre, ya que para esas fechas se estará ya en plena campaña para las
legislativas previstas para el 2014 y quizá también para las presidenciales que
se celebrarían ese mismo año. El mismo Santos podría ser candidato
presidencial. Un fracaso en las negociaciones podría tener resultados
impredecibles.
En
primer lugar, para Santos significaría una desautorización en toda regla y
tendría que hacer grandes esfuerzos para convencer a la opinión pública de su
país de que se hizo todo lo que se pudo.
Luego, y en un segundo orden, dejaría en una posición muy delicada a la
izquierda, siempre vista por muchos sectores como un mero apéndice de las FARC,
y les reduciría sus posibilidades de éxito electoral en las comicios previstos.
Y, en tercer lugar, una vez anunciada la candidatura de Alvaro Uribe
encabezando una lista para el Senado de Colombia, las posibilidades de éxito
del uribismo crecerían, incluso para uno de sus candidatos a la presidencia, lo
cual paradójicamente sería el peor escenario para las FARC y la izquierda. Es
decir, el más adverso resultado para el presidente Santos, pero también para
las FARC, sería que el proceso negociador iniciado el pasado año en Oslo
fracasase.
Es
por ello que es más que seguro que en estos meses se avance más que hasta la
fecha y se concreten algunos resultados. Las dos partes lo necesitan y, ahora
más que nunca, tratarán de evitar una naufragio en las conversaciones en curso.
Santos, si el proceso da los resultados previstos, obtendría importantes
réditos electorales, lograría un prestigio internacional con el que siempre ha
soñado -¿estará preparando el camino para la Secretaría General de las Naciones
Unidas una vez deje la presidencia?- y
se colocaría en una posición de indudable ventaja de cara a las
elecciones presidenciales, casi asegurándose su segura reelección.
Luego
nadie duda ya en Bogotá que el presidente Santos, habilidoso en el manejo de
los tiempos y en el marketing político, no ha llegado a esta mesa de
negociación sin previamente haber cerrado un acuerdo de mínimos; es más
que una sospecha que no habrá grandes
sorpresas y al final se anunciará un pacto entre las partes. Las FARC saben que
las cosas están cambiando en el continente y que la vía armada ya no es
aceptada ni siquiera por la izquierda en ninguna parte del mundo.
El
problema radica en saber la naturaleza del futuro acuerdo que saldrá de las
negociaciones y que marco político se acordará para desarrollar el proceso de
inserción de las FARC, el verdadero quid de la cuestión, en la sociedad
colombiana. Este aspecto, crucial pero que esconde numerosos riesgos, es la
clave del proceso de paz, tal como lo fue en Irlanda del Norte y como lo está
siendo ahora en España con ETA.
EL
ESPINOSO ASUNTO DEL NARCOTRÁFICO
Sin
embargo, en vista de los acontecimientos que se desarrollan en estos días
y con la cada vez más creciente ligazón
de las FARC con el narcotráfico, habiéndose convertido este grupo en el mayor
cartel de drogas no del país, sino quizá del continente, las dudas asaltan a
numerosos analistas y periodistas bien informados con respecto al proceso.
¿Serán las FARC capaces de abandonar tan lucrativo negocio y dejar atrás las
armas para dar el salto a la vía política e institucional?
Este
asunto, el del narcotráfico, no ha sido abordado lo suficiente y el gobierno,
con el fin de esquivar las cuestiones más críticas, bien para dejarlas para al
final o para otro tramo negociador más allá del plazo marcado por el presidente
Santos, parece ser obviado deliberadamente por ambas partes. Por ahora, las
negociaciones continúan, pero también las armas siguen sonando y los
secuestrados -si están todavía con vida- siguen esperando encadenados en la
selva el final de una pesadilla interminable que es un anacronismo más de esta
Colombia del siglo XXI.
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