“Nos los representantes del pueblo de la
Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y
elección de las provincias que la componen…” encabeza la
redacción del Preámbulo de nuestra Carta Magna. Tan pocas palabras, tan poca
importancia que se le prestado. La Nación como entidad geográfica no existe,
como no sea el ocupado por la totalidad de los estados provinciales y más el de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires desde la reforma de 1994. Las que fueron
preexistentes han sido las provincias,
muchas de ellas antes de la Revolución de Mayo. La ciudad de Buenos Aires fue
la capital política del Virreynato y de hecho se transformó en el centro del
poder durante el proceso de gestación de esa nación que tendría vida
institucional a partir de 1853. Sin ninguna medida que demarcara su condición,
se sentó como centro de un poder unitario, feudal, dominante Las provincias y
Buenos Aires. Federales y unitarios. El interior y la capital conformaron una
dualidad signada por una frontera de luchas fraticidas, odios y rencores que ni
la propia Constitución de Alberdi
pudo franquear. Perón, Frondizi, Illia, Alfonsín, Menem, De la Rua, Kirchner, hombres
originarios de alguna de las provincias “que
la componen”, ocuparon el sillón de Rivadavia
en los últimos setenta años. Sin embargo, una vez pisada la alfombra del
despacho presidencial de la calle Balcarce, desoyeron el clamor de sus
orígenes, para actuar como dueños de un país unitario, autoritario, rayano en
lo monárquico, en lo que fue y sigue siendo, el manejo de los recursos
políticos, financieros y económicos. Desde el principio de nuestros tiempos
como Nación, los Estados provinciales quedaron sojuzgados al poder de este
superlativo Estado-nación que, sin tener identidad territorial, desde un
pequeño espacio geográfico de escasas ciento cincuenta manzanas más el refugio
de Olivos en la vecina Provincia de Buenos Aires, se decide la vida, la salud,
el bienestar y el malestar, la fortuna y la pobreza, de los unos y de los
otros. El marco de poder de las provincias que acceden a la conformación de ese
avasallado poder legislativo, se compone por delegados destinados a —valga la
redundancia— delegar las facultades de los pueblos que los designaron, en favor
del estado absoluto. El interior trabaja
para llevar el producido de la riqueza a la estado Nación y ésta, cada vez con
mayor inequidad, redistribuye el sobrante de sus descomunales y desenfrenados
gastos en relación directa a las aportaciones de favores de finalidad política
partidista entre obsecuentes y pusilánimes gobernadores, salvo una honrosa
excepción, por ahora. Se puede graficar como a las provincias arrodilladas a la
planta del gran león. Y la Patria
soñada? La de Moreno, la de Belgrano, la de San Martín, la de Alberdi, la de
Sarmiento, la de Mitre, la de Palacios, la de Irigoyen… solo en la piedra de
sus monumentos.
—
¡Lázaro, levántate y anda! …por ahora,
Lázaro está sordo y dormido.
Juan Carlos
Guarnaschelli, setiembre de 2012.
estudioguarnas@gmail.com
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