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lunes, 10 de septiembre de 2012

El terror de una perversa moral

Ella delira. Se le mezcla su enferma soberbia de la voluptuosidad del poder, con las sombras más temibles de bultos que se menean…

10 de Septiembre de 2012

Ella delira. Se le mezcla su enferma soberbia de la voluptuosidad del poder, con las sombras más temibles de bultos que se menean…



Su selectividad moral, a quien esto escribe lo hace estallar de repugnancia. Es claramente una perversa moral.

Pocos deben saber. En la Argentina, con cierta exactitud, cuál es el único terror verdadero de esta contorsionista de la farsa bajo cuyo yugo hemos caído.

Casi nadie sabe cuál es, objetivamente, el esquema principal de causales de sus ataques de pánico recurrentes.
Cuál es, en su íntima convicción, casi el único factor del que no se siente segura en absoluto y del que, inversamente, presiente una especie de proximidad inexorable cuya fórmula real para esquivarlo… no existe a su alcance.

No es su salud… por cierto en vías de secreto deterioro.

No es el creciente poder de algún gremialista o de la coalición de gobernadores que ha empezado a levantarle la voz en todo sitio sobre los temas rigurosos, que jamás se le cuestionaban y que siempre se le respetaban: el enfoque instrumental de las políticas públicas.

No es tampoco su entorno, plagado de traidores, de hipócritas y de advenedizos, a quienes ella conoce con detalle quirúrgico.

Ni siquiera es alguno de sus famosos “grandes” enemigos políticos antiguos o actuales a ninguno de los cuales considera suficientemente muerto en lo político como él hubiera deseado.

Tampoco es ninguno de los fantasmas externos ni Washington, ni el FMI, ni el G-20, ni sus vecinos odiados Dilma Rousseff y Piñera.

No, nada de eso.       

El terror íntimo y verdadero de ella es nada más ni nada menos que “el problema social en ciernes”, sus líneas de tensión en límite de maduración para poner a desbordar todo, sin control por vía del chispazo más ingenuo e inocente que pueda ser concebido.

Es una temible masa crítica de marginales, pobres e indigentes cuyo porcentual se anuncia en descenso mes a mes, pero que ella sabe íntimamente que no es cierto.

Sueña con eso.

Pero en su ánimo personal no se instala una preocupación genuina proyectada a resolver los problemas sociales desde su raíz. No hay en ella un enfoque generoso y dativo para ese déficit que resulta tan sensible a los correctivos desde el pináculo del poder.

No. Su miedo es absoluto egoísmo y deseo de poner a salvo su pellejo.

Miedo a tener que caer, sin remedio, en un escenario de caos generalizado que surja por vía de esos fenómenos de contagio sucesivo de factores desencadenantes que son absolutamente impredecibles.

Se horroriza al extremo, al imaginarse que puede tener que vérselas con la decisión de seguir dejando que se queme y se destruya todo con su trágica liturgia montonera de “policías decorativas”.
 
O acaso, frente a un problema de escala, tener que tomar la decisión de poner un límite verdaderamente contundente.  


He dicho aquí, en forma reiterada, que todos los grupos de choque que ha preparado y que sigue ensanchando, están para protegerla aún en el peor de los escenarios de culpa que quiera crucificarla algún día. Están para poner coto -a como dé lugar- a cualquier desvío aún en los confines de la comarca… en Humahuaca o en Tierra del Fuego.

Y todo eso entra mucho más en la lógica de una criminalidad como práctica política. Apoyada mucho en el palio su incapacidad estructural para ejercer la conducción pública, que en el enfoque elogioso de alguna filantropía dogmática puesta al servicio de proteger las vidas humanas.

Si algún grupo logra generalizar el caos, incentivando a todos los “guetos” de marginalidad que conocemos aquí con el nombre de bolsones de pobreza, entonces va a ser difícil parar el problema.

Quizás, por esa simple razón, constituye el “único terror”, por cuanto ninguna otra cosa es esperable en materia de presiones desde la mansedumbre social argentina.

Ella subirá la apuesta hasta que las ruinas de Pompeya y Herculano, en cenizas, puedan ser fotografiadas por los diarios.

Y la subirá. Pagando después los daños con la Caja del Estado, dejando que todo siga por el camino de la divina providencia. De la casualidad.

Esa es la liturgia que nace del terror de esta indecente.

De esta perversa moral, que por lo que se ve, además de Once o de los demás muertos de su dinastía, es ahora responsable plena por la muerte de un compatriota… en Humahuaca.

Una muerte, a manos de gente que responde en forma exclusiva a la Caja y a la voluntad vesánica de Balcarce 50.


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