3 de agosto de 2012
EL TRIBUNO
No
es poca la gente que opina que el estado es algo bueno en sí mismo. Un padre
protector de mano blanda en tiempos normales y una especie de Papá Noel en
época de elecciones. Las nacionalizaciones de importantes empresas se
justifican en la idea de que el estado es moralmente superior a cualquier
empresario o empresa; ello por, supuestamente, no perseguir fines de lucro y sí
el bien común. Los políticos, en su gran mayoría, suelen participar de manera
entusiasta de esta axioma fascista.
Es
comprensible que así suceda, de hecho, ellos son (o serán) el estado y
endiosarlo es endiosarse a sí mismo. Ahora bien, puede que lo hagan por
convicción o conveniencia; mas, ese actuar de buena fe, tampoco es prueba de la
bondad intrínseca del estado. Se advierte también que, considerado en
abstracto, el estado no es ni bueno, ni malo y que, dichos aspectos están, en
todo caso, en relación directa con la probidad los gobernantes. De allí, que se
entienda que votar por los mejores (en el sentido moral y político) es la única
garantía de un buen estado. Esto, para muchos, es tan verdadero como antiguo.
No así para el filósofo, Karl Popper, quién no estaría para nada de acuerdo con
lo primero.
El
buen juicio de la mayoría a la hora de elegir presidente no asegura, ni que se
elija bien, ni que el demócrata elegido se transforme luego en tirano. Ello,
porque el riesgo de que llegue al poder, por los votos, un aventurero
totalitario es demasiado alto y se paga demasiado caro. Hitler, Hugo Chávez y
muchos otros, están ahí para despejar cualquier duda. Mucho más prudente, dice Popper, es evitar semejante situación
limitando al máximo razonable el poder del estado. Por ejemplo, exigiendo que
se cumpla de forma rigurosa con la división e independencia de poderes y con el
respeto irrestricto a la libertad de prensa. El único estado bueno es el estado
débil porque, decía Carlos Marx, el estado es un instrumento de
dominación.
El
enemigo y ladrón más peligroso de la propiedad privada, según Juan Bautista Alberdi. No existe nada,
ni nadie que pueda hacer más daño y de allí que deba estar vigilado e
investigado como ninguno. En teoría, los tres poderes cumplen esta función
controlándose mutuamente. En la práctica, se ha revelado notoriamente
insuficiente dicho control. Es el caso de países como Venezuela, Ecuador, Argentina, Bolivia, etc. en los cuales
el poder legislativo y el judicial son meros apéndices del ejecutivo y el
ataque a la prensa libre es sintomático. Ello, porque la prensa es el único
poder que puede denunciar públicamente al tirano y así minar la tiranía.
Un
gobierno es de facto, cuando la voluntad del gobernante violenta lo que la ley
establece. El que haya sido producto de un golpe de estado militar o del
resultado de las urnas, es una mera circunstancia. El problema del estado
totalitario no radica en ser: de izquierda o de derecha; de inclusión o de
exclusión social; fruto de elecciones libres o de golpe militar. El problema
del totalitarismo consiste, específica y fundamentalmente, en que es
totalitario.
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