LA NACION – 28sep12 – Opinión
La violencia de los 70
Los que se consideran herederos de los actores del
enfrentamiento armado que enlutó al país deberían aceptar que todos los que perdieron
la vida son argentinos. Y coincidir en la confección de una sola lista de
víctimas.
Por Héctor Ricardo Leis – Para LA NACION
Las víctimas de una guerra entre naciones enemigas no se
reencuentran jamás, ni tienen por qué. Su tierra, sus costumbres, sus raíces no
son iguales. No es ése el caso de las
víctimas de una guerra civil o de luchas intestinas dentro de una nación.
En el caso de la Argentina, las más de diez mil víctimas
de la violencia política que hubo entre el 28 de junio de 1966 (el comienzo de
la llamada Revolución Argentina) y el 10 de diciembre de 1983 (el retorno de la
democracia) son registradas como si una parte de los muertos hablase un idioma
y tuviese una bandera y un himno diferentes de los de la otra. Son pocos los
que se animan a tomar conocimiento de que hubo una lucha entre argentinos.
En el período mencionado había muchos actores políticos
enfrentados. La violencia, la ideología y el odio los fragmentaban en muchos
pedazos, y quizá por eso no se reconocieran como argentinos. Pero el tiempo
pasó y es hora de reconocerlo.
La democracia es un juego político entre ciudadanos vivos
y no entre muertos. La Argentina se condena a no tener futuro si sus ciudadanos
buscan su fuente de inspiración entre los muertos. El caso argentino es grave,
porque algunos vivos apelan a los muertos no para honrarlos o criticar su papel
en la historia, sino para mejor justificar lo que ellos quieren hacer. Esto se
torna especialmente perverso cuando los muertos fueron víctimas de luchas entre
argentinos.
El uso de la memoria de esas víctimas, que pertenecen
claramente a otro contexto, envenena la atmósfera política de la democracia. Y
este uso indebido de la memoria no proviene de un único actor. Lamentablemente,
se encuentra tanto en el Gobierno como
en la sociedad civil y los partidos políticos, tanto en los ex militares como
en los ex guerrilleros.
El registro histórico puede y debe diferenciar las
intenciones, objetivos y actos de cada una de las víctimas, así como de los
sobrevivientes. En ambos casos, cabe el análisis crítico y público de su
comportamiento en ese período. Si se encontraran responsabilidades criminales
entre los que aún están vivos, ellos deben ser juzgados y punidos de acuerdo
con los crímenes cometidos. Pero la enemistad que sobrevive entre los vivos no
puede ser trasladada a las víctimas. Cualquiera haya sido el papel o el
pensamiento de una víctima en el pasado, si ella hoy estuviera viva podría
pensar y sentir de forma diferente. Es propio de la condición humana cambiar de
opinión. Por lo tanto, nadie tiene derecho a hablar por los muertos. Si ellos
no pueden hacerlo, entonces nadie puede.
Las responsabilidades criminales por una guerra interna
son individuales y selectivas, pero la responsabilidad moral es siempre
colectiva, de la nación como un todo. Aun los que no toman las armas tienen
responsabilidades. Cada uno puede pensar lo que quiere en provecho propio, pero
es un hecho indudable que la guerrilla tuvo apoyo popular, así como los gobiernos
que la combatieron, militares o civiles. La responsabilidad moral por la
violencia política en la Argentina es, por lo tanto, de todos los argentinos.
Su herencia, también.
Contra esa responsabilidad colectiva atentan los que se
consideran herederos, por separado, de los principales actores del
enfrentamiento armado de los años 70, imaginando de alguna manera que esos
conflictos no están concluidos. Ellos no reconocen que las víctimas del otro
lado son argentinas porque todavía conservan la esperanza de eliminarlos
totalmente de la historia, sin dejar recuerdo de su presencia.
No serán rotas las cadenas que nos atan al pasado de
resentimiento y muerte de aquellos años mientras la responsabilidad colectiva
no sea asumida. Las víctimas de esa guerra son de todos y es fácil probarlo.
¿Acaso alguno de los argentinos (presentados en orden alfabético) de la breve
lista que sigue es menos argentino que los otros? Jorge E. Cáceres Monié,
militar; Bruno Genta, profesor; Arturo Mor Roig, político; Carlos Mugica,
sacerdote; Rodolfo Ortega Peña, abogado; José Ignacio Rucci, sindicalista;
Julio Troxler, policía.
Cada uno de ellos murió no por lo que hizo sino por lo
que representaba. Eran argentinos que pensaban y actuaban políticamente de
forma diferente de sus asesinos, pero su sacrificio fue el mismo. No fueron
muertos por las mismas manos, pero todos murieron de forma ignominiosa bajo un
gobierno democrático, entre los años 1973-1975. Esto nos dice que la democracia
también puede adoptar formas viles en las que la vida vale poco. La lucha en la
Argentina no fue sólo trágica, sino también confusa, y la lista de las víctimas
es más confusa aún.
La tarea inconclusa se percibe con facilidad a partir de
la lista anterior. Por increíble que parezca, esas víctimas no son registradas
en un memorial o lista común. En la Argentina todavía se reivindica a las
víctimas por separado. Cada uno quiere colocar en el Altar de la Patria
exclusivamente a sus víctimas y que sólo ellas sean reconocidas como luchadores
por la libertad y la democracia, negando ese derecho a las otras, a pesar de
que todos los actores enfrentados se masacraron mutuamente de forma ilegal y
por medio del terror durante todo tipo de regímenes políticos.
Después de una guerra intestina, la nación debe dejar a
los muertos en paz. Su sacrificio puede haber sido inútil o bestial, heroico o
banal, pero aun así les debemos a las víctimas -y sólo a las víctimas- un
recuerdo sin manipulaciones de ningún tipo. Los vivos no pueden hablar por los
muertos, como pretenden los fundamentalistas de la memoria. Insisto, no sabemos
lo que los muertos estarían pensando ahora si estuvieran vivos. Mi caso es un
ejemplo: si hubiera muerto como montonero -lo fui hasta noviembre de 1976,
cuando abandoné las filas de la organización-, probablemente otros estarían
hablando por mí. Se equivocarían, pues con el tiempo fui progresivamente
distanciándome de mi pasado. Me pregunto cuántos otros argentinos están hoy
también distanciados de su pasado, sean militares, guerrilleros o simplemente
simpatizantes, pero no se animan a confesarlo en virtud de los pactos mafiosos
de autopreservación imperantes en ambos lados.
Listar juntas a todas las víctimas es la única manera de
desarmar a los fundamentalistas de la memoria instalados en nuestra sociedad y
que se retroalimentan de forma maniquea y resentida. Esa lista común ayudará
también, sin duda, a la mayoría de los argentinos a recuperar la dimensión de
la realidad de aquellos años.
Los argentinos no pueden rumiar hasta la eternidad sobre
el pasado violento habido entre 1966 y 1983. Un memorial conjunto de las
víctimas, sin excluidos de ningún tipo, ni de inocentes ni de culpables, que
incluya desde los soldados muertos en el asalto al regimiento de Formosa hasta
los estudiantes secundarios desaparecidos en La Plata, desde los militares
hasta los guerrilleros, abriría la posibilidad de un nuevo comienzo, de un
ciclo de paz sin resentimientos. Quien no desea esto es una minoría, y no
importa aquí hacer nombres. Pero es fácil descubrir quiénes son: basta ver
quiénes son los que hablan en nombre de las víctimas.
Que haya entonces, en mármol o papel, una lista única por
orden alfabético registrando apenas los nombres y la fecha en que murieron o desaparecieron
esos argentinos y argentinas. No son sus hechos o pensamientos lo que importa,
sino su sacrificio.
Corresponde a nosotros, ciudadanos,
construir la voluntad necesaria para demandar esta tarea al Estado argentino. A
él compete realizarla, independientemente de quien lo gobierne.
La propuesta de Héctor
Ricardo Leis, si bien puede ser en papel o mármol como él mismo lo explica,
es el significado del Valle de los
Caídos o la Abadía de la Santa Cruz
del Valle de los Caídos, monumento construido entre 1940 y 1958 en España y
que pertenece al Patrimonio Nacional desde 1957, año de su apertura al público.
Allí se encuentran enterrados 33.874 combatientes de ambos bandos en la Guerra Civil, nacionales y republicanos. Los objetivos fundacionales del monumento se orientaron hacia una visión reconciliadora, centrándose más en el plano religioso y espiritual.
En este monte sobre el que se eleva el signo de la redención humana ha sido excavado una inmensa cripta, de modo que en sus entrañas se abre amplísimo templo, donde se ofrecen sacrificios expiatorios y continuos sufragios por los caídos de la Guerra Civil de España. Y allí acabados los padecimientos, terminados los trabajos, y aplacadas las luchas, duermen juntos el sueño de la paz, a la vez que se ruega sin cesar por toda la Nación Española.
Un proyecto similar, llamado Altar de la Patria, fue previsto por el gobierno argentino durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón.
El 8 de julio de 1974, una semana después de la muerte de Juan D. Perón, fue promulgada la ley de creación del Altar de la Patria, ley sancionada por los diputados y senadores nacionales. El artículo 10 de la ley declara que "El frontispicio del panteón tendrá grabada una leyenda que exprese lo siguiente: Hermanados en la gloria, vigilamos los destinos de la patria. Que nadie utilice nuestro recuerdo para desunir a los argentinos”.
Tal vez ha llegado la hora de poner fin a una guerra de nunca acabar, hace rato que desde nuestro espacio venimos proponiendo, al igual que muchas otras organizaciones, la paz, la concordia, la justicia e historia completa dentro del marco de igualdad ante la ley. ¿Por qué unos sí y otros no? De una vez por todas, el pueblo debe rescatar lo mucho que nos une como argentinos y dejar en el pasado los factores de desunión… para así poder poner todo nuestro empeño en un mejor futuro y legar a las generaciones venideras una República Argentina digna de ser vivida.
Sinceramente,
Pacificación Nacional Definitiva
por una Nueva Década en Paz y para Siempre
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