octubre 29,
2012
By Carlos Manuel
Acuña
A pesar de que la
Argentina está marginada del mundo, que le hicieron perder toda importancia
política y prácticamente desapareció la influencia que la caracterizó en el
pasado, algo queda convertido en simples recuerdos para algunos y una gran
tristeza para otros. Por supuesto, esto último llega con una enorme carga de
indignación por lo que pudo ser y, sobre todo, por el empecinamiento en
mantener el rumbo del fracaso por parte de quienes tienen el uso del poder.
Lo más increíble de
esta situación es que, pese a ese marginamiento, los recuerdos de las pasadas
glorias no sólo persisten, sino que forman parte del asombro general que ya
superó nuestras fronteras y llega con los medios de comunicación del exterior.
Ellos aportan más y más elementos de juicio cuya difusión integra el proceso de
descomposición de este gobierno y de sus principales funcionarios. Ya veremos
más en detalle esto último que explica el título del comentario de hoy, que
seguirá con otro de los papelones que hablan del desmanejo e incapacidad con
que se ejecuta la actividad diplomática. Lo decimos así porque es la única
manera de referirnos a la ausencia de política exterior, lo que se explica por
un aspecto de la realidad que nos agobia: no puede haber política exterior
cuando no existe coherencia en la política interior que la refleje y exprese.
Así de sencillas son las cosas.
Cuando la política
interior se caracteriza por el desorden, la exclusión de los mejores, se
convoca sólo a los genuflexos y los actos de gobierno giran en torno de los
negocios personales, hace que los analistas carezcan de elementos legítimos
para trazar interpretaciones y establecer pautas de entendimiento para ejercer
la gran política. Por eso podemos decir que Héctor Timerman, más que culpable,
es una víctima: jamás debió ser designado ministro de Relaciones Exteriores y
Culto, no sólo porque desistió de su nacionalidad argentina, que debió
recuperar para acceder al cargo, sino por su notable ineptitud para
desempeñarlo. Entre tantas cosas caras para el ánimo de los argentinos, ahora
se sabe que desde hace unos diez días, aproximadamente, ocurrió un hecho que
aleja más aún la posibilidad de recuperar las Islas Malvinas: mediante un
acuerdo con la Comunidad Europea en términos que también son ocultados a la opinión
pública, Gran Bretaña autorizó la inmediata instalación de una estación de
control satelital que, nos dicen, por los términos del acuerdo y sus alcances
técnicos, profundiza la condición estratégica del archipiélago de nuestro
extremo Sur. La sola mención de esta novedad permite apreciar este factor, todo
lo cual fue minuciosamente ocultado por el Palacio San Martín y la Casa Rosada.
Por añadidura, se desconocen los términos de esta medida y sobre todo cuál ha
sido la reacción argentina, si es que la hubo. Podemos agregar que carece de
explicación el real significado de una pista clandestina o semiclandestina
sobre la costa en la provincia de Chubut -del que se habló con insistencia
pero, “para variar”, sin explicaciones del gobierno-, asunto que facilita toda
clase de especulaciones y suspicacias. Entre ellas, que a Cristina no le
importan o simplemente no le interesan estos problemas, sea porque no dan
votos, sea porque no los entiende y si están fuera de su comprensión, como la
economía, la seguridad o la defensa, por ejemplo, el sentido de su desempeño se
angosta hasta desaparecer.
En épocas pasadas, la
difusión de estas noticias habría determinado una movilización de la opinión
pública y de las reacciones políticas, pero en las actuales circunstancias de
la decadencia que se nos ha impuesto, poco es lo que podemos hacer. Más aún,
observamos por parte del gobierno una desaprensión absoluta respecto de estos
problemas, desaprensión agudizada por la persecución a las Fuerzas Armadas y de
Seguridad, cuya última expresión es el escándalo de la Fragata Libertad. ¿Quién
insistió, en definitiva, para anclar en el puerto de Ghana? ¿Fue Guillermo
Moreno, que ahora trota rumbo a Vietnam acompañado por los “empresarios” de La Salada que, para colmo, ahora retacean mostrarse
con el Secretario de Comercio Interior…? Ya los empresarios de envergadura
desistieron de acercarse al boxeador -excepto de Mendiguren, que todavía
insiste- quien se ha convertido en socio de casinos clandestinos, tal como se
lo explicó ayer en esta Hoja. No nos escandalicemos: un ministro de la Corte
-Zaffaroni- es dueño de varios departamentos convertidos en prostíbulos. Y a él
ha recurrido la Presidente para darle forma a un nuevo Código Civil.
Estos nuevos datos de
la decadencia concurren en la formación de otro interrogante: ¿es preferible
que Cristina se encierre para tomar a solas todas las medidas principales de
gobierno en detrimento del rol que les corresponde a ministros, secretarios y
demás funcionarios o es mejor que su presidencia se ejecute en términos de
normalidad? La duda es válida pero, en los hechos y como se informó ayer, las
órdenes contradictorias que imparte, los constantes cambios de opinión, el
contenido de las medidas que adopta, el perceptible deterioro de su estado de salud
y la inestabilidad mental de la que hablan todavía en voz baja ministros y
colaboradores cercanos, permiten pensar en una virtual acefalía. No faltarán
quienes consideren que el vocablo es exagerado pero, a esta altura del proceso
institucional que atravesamos, debemos analizar, como lo señalamos hace poco,
que tres años por delante son imposibles en los actuales términos políticos.
Más aún, algunos avispados, que pueden variar su posición de un día para otro,
han entrado a preocuparse por el destino que les espera a innumerables jueces
prevaricadores que se sometieron a los intereses políticos de la revancha
ideológica. Tanto es así, que en silencioso secreto evalúan la conveniencia de
elaborar una amnistía para negociar con ella un devenir que será contundente
para esos jueces y para quienes los inspiraron. El 8 de noviembre podrá
mensurarse la protesta popular y el 7 de diciembre será una fecha que se sumará
a la anterior para definir el futuro, suceda lo que suceda. Es probable que los
acontecimientos decisorios se extiendan hacia el verano pero la realidad, ese
componente que deben interpretar todos los políticos, sean oficialistas o de la
oposición, indicará a cualquier observador más o menos informado que algo muy
grave y de notable importancia nos aguarda a todos los argentinos, sin
excepción. La consigna es prepararse para el día después.
Carlos Manuel Acuña
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