La Justicia Nacional en lo Civil y Comercial
Federal tuvo el valor de enfrentarse al poder de turno soberbio, prepotente
y manipulador… no cedió ante las enormes presiones que hoy el cronista denomina
como “zafarrancho jurídico” por un mero
capricho presidencial. Con el fallo de la Cámara
Civil y Comercial que prorrogó hasta la sentencia definitiva la cautelar
que protege las propiedades de Clarín, le hizo perder al oficialismo la batalla
del frustrado 7-D.
Desde
nuestra asociación abogamos para que la misma independencia y valor sea
demostrada por los jueces que integran la Justicia
Nacional Penal, cuyo tribunales TOF(s) están juzgando en todo el
país a los Soldados de la Patria, quienes juntos a los integrantes de las
Fuerzas de Seguridad, Policiales y otros organismos del estado combatieron
tenazmente oponiéndose a que el terrorismo se alzara con el poder mediante el empleo
de la violencia y el terror. Esos juicios son posibles gracias al diseño de un derecho a medida de la venganza impiadosa, constituyendo verdaderas "aberraciones jurídicas" ellos lo saben... por eso es hora que lo reconozcan y se opongan a continuar con la farsa.
Hace
mucho tiempo que pregonamos que: “Es hora
de Paz, Concordia, Justicia, Historia completa y Unión de los argentinos…
debemos dejar de lado lo poco que nos desune y recuperar todos aquellos valores
que nos unen como hermanos” La unión hace la fuerza… siendo un país más
fuerte seremos capaces de obtener un mejor futuro y la Nación será digna de ser
heredada por las futuras generaciones.
Sinceramente,
Pacificación Nacional Definitiva
por una Nueva Década en Paz y para
Siempre
Domingo
09 de diciembre de 2012 | Publicado en edición impresa
Por
Joaquín Morales Solá | LA NACION
Un gobierno desesperado. Una Justicia restablecida. Un gabinete sin norte ni brújula. Una Corte Suprema de Justicia sometida a una
feroz presión. Funcionarios que
corren por caminos equivocados. Una
Presidente que espolea a sus colaboradores. Ella necesita un atajo hacia
una apariencia, al menos, de un improbable triunfo. Un gobierno entero dedicado en cuerpo y alma a un combate judicial.
Es el campo de batalla que dejó otra guerra perdida. La del 7-D. Guerra inútil que aún se libra,
más allá de la derrota, mientras la sociedad padece importantes problemas
olvidados por sus gobernantes.
El
cristinismo es como los jóvenes franceses del 68: pide lo imposible. ¿A quién se le ocurrió antes recusar
masivamente a todo un fuero judicial, como hizo el Gobierno el último y agónico
jueves? A nadie. Las recusaciones se hacen a jueces individuales y por
razones comprobables. El Gobierno no comprendió la reacción multitudinaria de
jueces en defensa de su independencia y contra las presiones kirchneristas. Si
la hubiera interpretado, sabría el efecto contraproducente de ese método.
Ningún juez quedará solo ahora, después de que la acción común les devolvió su
autoestima.
Autoestima que había sido vapuleada en los últimos tiempos
hasta por las multitudinarias cacerolas.
El
viernes, el Gobierno presentó un
extraño pedido en la Corte Suprema: un per saltum para que el máximo tribunal suspendiera y anulara la
decisión de la Cámara Civil y Comercial
que prorrogó hasta la sentencia definitiva la cautelar que protege las propiedades
de Clarín. Podía, y puede, apelar la decisión de esa Cámara ante la Corte. El per saltum es otra cosa. Pero la
apelación debe ser presentada ante la misma Cámara que tomó la decisión, la que
puede acceder o no al requerimiento del Gobierno. Le dirá que sí. Nunca ningún
juez rechazó un pedido de apelación de ningún gobierno.
Sucede
que el Gobierno se encaprichó. No quiere reconocer a esos jueces, María Najurieta y Francisco de las Carreras, como naturales de la causa. Lo explicó Martín Sabbatella cuando pidió también
a la Corte que ejerciera sus
funciones disciplinarias sobre los jueces y anulara todos los rechazos de las
recusaciones. El Gobierno quiere sacar a
esos jueces. Los quiere recusados a todos. Que la Corte se haga cargo de ellos. Sí o sí, no importa cómo.
La
ley de per saltum establece, además,
que la sola admisión de ese recurso por parte de la Corte suspenderá las medidas cautelares. La apelación, en cambio,
no suspendería nada. Cristina ordenó
borrar de la historia el traspié del jueves. Todo el proceso merece un análisis
más amplio que el que comprende a Clarín. El per saltum significa en los hechos un notable retroceso para las
garantías constitucionales de los argentinos. Cualquier ciudadano quedó
sometido ahora a la posibilidad de ser juzgado por la cabeza política de un
poder del Estado, como lo es la Corte Suprema. Sus jueces naturales y la doble
instancia podrían desaparecer por decisión de una mayoría simple de jueces de
la Corte. El recurso fue repudiable cuando lo aplicó el menemismo. ¿Por qué
sería bueno en poder del kirchnerismo?
La
actual Corte no aplicará nunca el per
saltum arbitrariamente. Pero las leyes perduran más tiempo que los
integrantes de un tribunal y que la permanencia de un gobierno. Ésa será otra regresión democrática que
dejará el kirchnerismo.
La
administración de Cristina tiene
abierto el camino de la apelación a la Corte.
¿Por qué ésta le aceptaría entonces un per
saltum sobre una simple medida
cautelar? ¿Cómo lo haría, cuando fue ese tribunal el que ordenó a los jueces,
en una resolución fulminante y decisiva, que tomaran rápidas decisiones? ¿Qué
gravedad institucional existe por una cautelar que protege propiedades de una
empresa mientras se resuelve la cuestión de fondo? ¿Podría la Corte, en
definitiva, aceptar un per saltum
sólo para anular decisiones no apeladas?
Si
la Corte aceptara semejante
zafarrancho jurídico, se instauraría un per
saltum especial sólo para casos de caprichos presidenciales, no de gravedad
institucional.
Sabbatella es
un político que demostró el tamaño de su talento: puede administrar
razonablemente un municipio bonaerense. Carece de experiencia y de formación
para cosas más importantes. El viernes decidió (él, no la Afsca) que ningún
medio de comunicación audiovisual estará obligado a desinvertir hasta que no lo
haga Clarín. La Cámara, en su resolución del jueves, dijo exactamente lo
contrario: su decisión sólo es aplicable a Clarín. Lo había precisado antes la
Corte Suprema. La Justicia trata sólo temas particulares y el Grupo Clarín fue
el único que pidió la declaración de inconstitucionalidad de dos artículos de
la ley de medios, entre ellos, el que apura la desinversión. ¿Qué harán ahora
los medios que presentaron planes de desinversión? ¿Retirarán las propuestas y
volverán a ser cómo eran? Sería risible si no fuera la aceptación lisa y llana
de que esa ley tenía, y tiene, nombre y apellido.
Sabbatella
apuró las manos de los jueces. Su
condición de hombre parlanchín le jugó una mala pasada. Anticipó públicamente
que a partir de mañana le sacaría licencias al Grupo Clarín y, sobre todo, los
bienes físicos que harían redituables esas licencias. Suficiente. La Cámara no
podía aceptar que cualquier decisión posterior se convirtiera en abstracta. El
daño ya estaría hecho.
Así son los mariscales que condujeron la guerra perdida. El equipo jurídico del Gobierno tiene astucia para el arte
de la chicana, que suele tropezar a la vuelta de cada esquina. Sus voceros
públicos son peores que sus abogados. El senador
Marcelo Fuentes anticipó que el
Gobierno les hará juicio político a todos los jueces que impugnen decisiones de
éste. Ya lo está haciendo. La mayoría oficialista en el Consejo de la
Magistratura está citando a jueces denunciados, sin reparar siquiera si las
denuncias son ciertas.
Todos
esos magistrados están relacionados con el frustrado 7-D. Son bravuconadas que no conducirán a nada. El juicio y relevo
de los jueces necesita de los dos tercios de los miembros del Consejo, mayoría
que el oficialismo no tiene. Esa llave la tiene la oposición, que frenó ahí los
avances del kirchnerismo. Es la habitual costumbre: el poder actual sólo
inyecta dosis desmesuradas de miedo. El efecto pasará. Los jueces seguirán
siendo jueces.
Otro
vocero atropellado de Cristina, Abal Medina, vociferó que la Cámara
chocó con la Corte y la desconoció, porque ella fijó el plazo del 7 de
diciembre. Ni siquiera leyó a la Corte ni a la Cámara. El máximo tribunal
señaló ese plazo, pero también lo condicionó a que no hubiera decisiones que
dilataran la normal marcha del proceso judicial. El Gobierno hizo lo bueno y lo
malo para dilatar las sentencias de los jueces. Es lo que dijo, de manera menos
directa, la resolución de la Cámara.
Otro
inefable exponente del cristinismo, Carlos
Kunkel, denunció un intento de golpe de Estado de la Corte Suprema.
Aprovechó un desliz verbal del juez
Carlos Fayt, que señaló al presidente
de la Corte, Ricardo Lorenzetti,
como un hombre presidenciable. Fayt
acostumbra a elogiar las cualidades personales y políticas de Lorenzetti, pero siempre habla de su
futuro, no de su presente. Los jueces de la Corte no son todos iguales ni
piensan de la misma manera. Tienen, sí, una sola cosa en común: no son
golpistas ni desestabilizadores ni insensibles a las necesidades del Gobierno.
Pero,
¿qué necesidad grave e institucional se esconde detrás de los plazos de
desinversión de una ley de medios audiovisuales? Ninguna. Sin embargo, el
Gobierno declaró la guerra a la Corte cuando ésta decidió ordenar a los jueces
que cumplan con sus funciones y dicten sentencias. Guerra silenciosa y secreta,
pero guerra al fin y que se despliega en estas horas mediante un devastador
huracán de presiones.
La Presidente debería relevar a sus abogados y a sus voceros después de tantas equivocaciones. El conflicto que tiene,
no obstante, es insoluble. Los abogados escribieron lo que ella les dictó. Los
voceros dijeron lo que ella les ordenó. El jueves, Cristina fatigó el teléfono de Sabbatella,
que tenía el ánimo peor que su presidente. Ella no esperaba otra decisión de los
jueces Najurieta y De las Carreras
(por eso recusó a este último hasta el cansancio), pero se ilusionó con que el
miedo los paralizaría. Unos días al menos. Los suficientes como para atravesar
el 7-D con el discurso de algún
éxito. Esos jueces tuvieron más coraje que muchos ministros juntos. Saben lo
esencial: al miedo se lo vence
enfrentando al miedo.
La
próxima escala es la Corte Suprema.
Discursos incendiarios y actos con movilizaciones financiadas por gobernadores
e intendentes, como el que se hará hoy. Todo estará dirigido a esos jueces
supremos, que se han convertido en la última frontera de la defensa de los
derechos y garantías de los argentinos. Cristina
no se resigna a una derrota. Su guerra,
inservible y superflua, no ha concluido…
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