Posteriormente a los festejos partidarios del 09/12/2012 de
la Fiesta de la Democracia y los DDHH, uno de nuestros socios
fundadores, el señor Arturo Cirilo Larrabure, nos hizo llegar un
artículo –de archivo- escrito por los periodistas Marcelo Araujo y Mario
Viale escrito en septiembre de 1978. Ese archivo es una prueba
palmaria de que “EL HOMBRE ES ÉL Y SUS CIRCUNSTANCIAS”[1] y
que “NADIE RESISTE UN ARCHIVO”[2].
Así como el poder de turno descubrió los DDHH a partir del 10
de diciembre de 2003, entre otras cosas, creen que los argentinos somos
estúpidos, miedosos, mal informados y que no tenemos “memoria”…
Para refrescarla, este artículo de dos camaleones[3], Araujo y Viale,
dos periodistas, conductores y opinadores de los tantos que han sido cooptados
–de una manera u otra- repitiendo las consignas del relato oficial y
confundiendo a sus audiencias , ya sea el primero en los programas de Fútbol
para Todo o Mauro en sus programas de noticias y políticos… son una claro
ejemplo de la metamorfosis comunicacional.
Sinceramente,
Pacificación Nacional
Definitiva
por una Nueva Década en Paz y para Siempre
El Relator del Pueblo en 1978
En 1978 los periodistas Marcelo
Araujo y Mauro Viale escribieron un artículo para una
revista militar de la época. Ponemos a disposición este artículo, de escasa
circulación en ámbitos futbolísticos.
La revista “Argentina ante el mundo para la
defensa de la soberanía” fue, en palabras de su director,
el coronel Hugo Guillermo Jörgensen, una publicación bilingüe
puesta al servicio de los delicados intereses argentinos en cuestiones de
jurisdicción y espacios nacionales, como al de todos los aspectos que hacen a
la unidad e integridad del Estado. Siempre en palabras de su director, procura
abordar el tratamiento de tales áreas, siempre conflictivas, mediante un
honesto aporte descriptivo y de análisis técnico.
En el número de septiembre-octubre de 1978 esta
revista publicó un artículo intitulado “Un campeonato jugado por
todo un país”. Sus autores son Marcelo Araujo y Mauro
Viale. El mismo intenta dar cuenta ante argentinos y extranjeros (la
publicación era bilingüe) del éxito organizativo que habría sido la Copa
del Mundo Argentina ’78. También
trata de explicar cómo la sociedad argentina de 1978, gobernada por un régimen
criminal e ilegítimo, habría logrado superar “divisiones internas”.
A continuación transcribimos el texto completo de dicho
artículo (las imágenes y las negritas no pertenecen al original).
Un campeonato jugado por todo un país
por Marcelo Araujo y Mauro Viale
Septiempre 1978
Fue el milagro argentino. Nadie
discute que el país ganó el Campeonato Mundial de Fútbol de 1978 antes
de que se diera el puntapié inicial. Su organización lograda contra todos los
presagios, sorprendió al mundo. Kelso F. Sutton, publisher de Sports
Illustrated, la revista deportiva más leída de los Estados Unidos (tirada
semanal: 2.250.000 ejemplares) narró en el número del 3 de julio pasado las
primeras impresiones de su editor asociado Clive Gammon, quien
cubrió en Buenos Aires los avatares del Mundial:
“Cuatro años antes, en Munich, Alemania (durante el
Campeonato Mundial de Fútbol), le dijeron (en el centro de prensa) con
malintencionado desprecio que Estados Unidos no era un país futbolístico y que
no habría lugar para Sports Illustrated en la oficina de
prensa. Diez días duró la lucha para que la decisión fuera revertida. Por eso
se quedó asombrado en el Centro de Prensa de Buenos Aires cuando obtuvo su
credencial para el partido final dentro de los cinco minutos de solicitada,
siéndole entregada por una sonriente señorita que hablaba perfectamente el
inglés”.
Este es solo un ejemplo. Los periodistas argentinos que
tuvimos que convivir con nuestros colegas extranjeros durante esos días pudimos
comprobar c6mo, en los más honestos de ellos -afortunadamente la mayoría-, se
disolvían los prejuicios que traían de sus países merced a la insidiosa
propaganda motorizada por las organizaciones subversivas y los ingenuos de
siempre.
Hay que reconocerlo: la Argentina tenía muy mala imagen en
Europa y Estados Unidos. Quienes vinieron del hemisferio norte estaban
preparados para ver luchas callejeras, oír de terribles campos de
concentración. Una anécdota caracterizó esa posición: en vísperas de la
iniciación del Campeonato, un grupo de periodistas fue invitado a visitar las
modernas instalaciones del estadio de River Plate. Entre ellos un francés; en
su nota cantó loas a las comodidades, los tableros electrónicos y a la
organización. Pero terminó el artículo apuntando que “desde lejos se
oían los disparos que intercambiaban fuerzas policiales con un grupo
subversivo”. Si el periodista francés lo hubiera preguntado en lugar
de dejarse llevar por su imaginación se hubiera enterado que tales
disparos provenían de los polígonos de tiro del Tiro Federal. Esos días
previos marcaron el nadir. En Europa se veían afiches con símbolos del
Campeonato rodeados de alambradas de púas. Incluso cuando algunos medios
europeos, especialmente en Francia y Alemania comentaron el maravilloso
espectáculo gimnástico protagonizado el 1 de junio, en el estadio Monumental,
por miles de jóvenes argentinos lo calificaron como una mera expresión de “un
régimen militarizado”. Eso fue el colmo de la mala fe, o por lo menos
el mejor ejemplo que puede brindar una mentalidad cargada de prejuicios.
A todo esto, la publicidad negativa había llevado a varios
gobiernos -especialmente al alemán, que todavía recuerda la masacre practicada
por un comando palestino durante los juegos Olímpicos celebrados en Munich, y
el francés, en cuyo territorio se encuentra una usina de propaganda
antiargentina- a disponerse a enviar a sus equipos de fútbol guardados por
agentes especiales. Una intención prontamente rechazada por el gobierno
argentino, suficientemente capacitado para asegurar el normal desarrollo del
campeonato.
DESPUÉS DEL 1 DE JUNIO
Pero, decíamos, el primer día del Mundial fue también el
comienzo del cambio. Los periodistas comenzaron a ver en las calles a un
pueblo entusiasmado, sin divisiones ni odios, que solo hacían bromas a los
equipos adversarios, sin que tales bromas impidieran manifestaciones de respeto
y afecto.
Es cierto en la mayor parte de los casos, los equipos
extranjeros fueron recibidos por los mejores embajadores: los representantes de
las colectividades de argentinos de origen español, italiano, francés, escocés,
árabe, austríaco, alemán, etc. Argentinos que vieron la oportunidad de
acercarse a los connacionales de sus padres o abuelos para mostrarle la
realidad de su país y hacerles más grata su estadía.
Es cierto también que los argentinos todos vivieron por
primera vez en décadas la oportunidad de salir a la calle bajo una sola
bandera. Después de cuatro o cinco años de sufrir una guerra
sucia, la guerra desatada por la subversión, surgió la ocasión de expresar
entusiasmo. El mundo entero pudo ver en millones de televisores como todo el
pueblo mostraba su mentalidad ganadora, viviendo entre continuas explosiones de
júbilo que crecían noche tras noche en todas las ciudades de la República.
UN SELECCIONADO, UN PAÍS
“No sé si ustedes se dieron cuenta, pero yo tenía mucha
bronca cuando terminó el partido contra Brasil, me fui muy decepcionado de la
cancha. Y ayer todavía me duraba la mufa; por eso no quise reunirlos hasta que
estuviera tranquilo. A mí me defraudan los equipos cuando no intentan hacer lo
que saben y los jugadores no demuestran las razones por las que el técnico los
convocó. No les puedo perdonar ni soporto que traicionen las convicciones en
las que todos estuvimos de acuerdo el primer día. Y ustedes saben que esto no
es un argumento nuevo; cualquier jugador de Huracán les puede decir si es
cierto o no que una vez, en el entretiempo, dije que me iba de la cancha si
seguían jugando así, y en ese momento ganábamos 2 a 0… A mí no me importa el
resultado. Todo hubiera sido igual si el partido contra Brasil terminaba a
favor nuestro. Lo que me preocupa es que no jueguen con alegría, que no
respeten su vocación. Por eso quiero repasar a cada caso y volver a empezar”.
Estas palabras las pronunció César Luis Menotti a
la Selección Nacional después del partido jugado con Brasil, “el
peor partido de la Argentina”. En su libro Cómo ganamos la Copa del
Mundo, el técnico apunta: “El equipo estaba mal parado en la
cancha, sin movilidad, sin sorpresa ni siquiera toque de primera… Había exceso
de individualismo, cada uno quería resolver por cuenta propia”.
Todas estas palabras de Menotti referidas a
un momento y a un partido del Mundial podrían aplicarse a un momento de la
Argentina. Individualismo, falta de responsabilidad personal, escepticismo, “jugar
sin alegría” -es decir, trabajar, estudiar, investigar, enseñar, vivir
en fin, sin el mínimo goce necesario para que la vida merezca el nombre de tal-
eran defectos que se notaban hasta hace pocos meses en el comportamiento de los
argentinos.
¿Las causas? El mal del siglo: esa mezcla de constante
ansiedad, ese correr constante detrás del peso (o el dólar, el franco, el
marco, el yen) para pagar la cuota de la casa o la heladera. Esa preocupación
constante por ganar el día en un ambiente constantemente bombardeado por los
estímulos de la televisión y la publicidad. Por cierto que éste no es un
defecto argentino, es un fenómeno mundial. Se da en todas las ciudades del
mundo. En Buenos Aires, ese individualismo se sintetiza en el clásico “no
te metás”, en Nueva York, en el “Don’t be involved”.
En la Argentina, ese mal del siglo fue potencializado hasta
extremos exasperantes por un clima de violencia, de inseguridad física,
suscitado por el terrorismo. Este también es un fenómeno mundial, pero en
nuestro país llegó a un límite extremo: “Este descanso de los
disturbios que angustiaron a la Argentina por más de cuatro años permite
explicar la explosión de júbilo, creciendo en intensidad noche tras noche, que
hizo de cada ciudad argentina una loca abstracción de color, luz y ruido
durante las pasadas tres semanas”, apuntó Kelso F. Sutton.
Es parcialmente cierto. En rigor, la tranquilidad estuvo
volviendo lentamente antes del Mundial. Actualmente, los argentinos vivimos una
calma maculada por las resonancias de escasos pero siempre dolorosos atentados,
generalmente efectuados con bombas instaladas por manos anónimas. El último y
uno de los que repercutieron más penosamente en el ánimo de la opinión pública:
el que costó la vida a tres personas en la calle Virrey Melo, en Barrio Norte,
entre ellas la de Paula Lambruschini, de 15 años, hija del jefe del
Estado Mayor de la Armada.
De todos modos, esta calma expectante que vive la Argentina
es anterior al Mundial. Muy probablemente sin ella no podría haber habido
Campeonato. Pero fue durante su transcurso cuando casi mágicamente despertó en
la conciencia colectiva esa necesidad de expresarse, de mostrar su unidad bajo
la bandera nacional. De mostrarse patriota, en fin. También fue una
manifestación de victoria. No sólo de victoria deportiva frente a los
holandeses, peruanos o húngaros -esto era lo menos importante- sino de victoria
contra la muerte, la inseguridad, el odio. Los argentinos tenemos fama de
orgullosos. Quizás sea cierto, pero en los festejos del Mundial mostramos por
primera vez en mucho tiempo que estamos orgullosos de ser argentinos.
Y fue una muestra de orgullo absolutamente positiva. “Casi
milagrosamente no hubo violencia”, observó un periodista italiano.
No fue un milagro; simplemente no hubo violencia porque no se gritó contra
nadie. Ya lo dijimos; a lo sumo se gastaron bromas a los rivales ocasionales: “El
que no salta es un holandés”, por ejemplo. Incidentalmente, cuando el lunes
siguiente a la finalización del campeonato, nutridos grupos de estudiantes
pasaron frente al Banco Holandés Unido, en la calle Florida, no faltaron
quienes quisieron hacer saltar a un elegante y grave señor que salía de esa
institución: “Lo siento -respondió el hombre- no puedo saltar porque
efectivamente soy holandés”. Nadie sabe que podría haber ocurrido en
otras latitudes ante tal respuesta. Aquí lo aplaudieron.
Un par de semanas antes, después del partido en que Italia
venció a la selección argentina, un grupo de “hinchas” del
vencedor que habían venido de la Península y se dirigían hacia el ómnibus que
los transportaría al hotel fueron aplaudidos por un importante sector de los
espectadores argentinos.
Sin duda, como pasó en Alemania, como pasa en todos los
países que cuentan con equipos de primer nivel, el público argentino ayudó con
su apoyo a su equipo. Ese apoyo moral -y consecuentemente, la falta de apoyo que
inversamente sufrieron sus rivales- seguramente influyó en los triunfos de la
Selección Nacional. Y también en ese sentido el Campeonato Mundial fue un
triunfo de todos los argentinos.
¿Qué más vieron los extranjeros, los periodistas, que
aprovecharon el Campeonato para conocer a este país, el más austral del mundo? Sin
duda, un país pujante, que busca su destino bajo el sol. Algunos aspectos se
pueden apreciar en las notas de esta revista. Pero lo más importante puede
sintetizarse en esta frase: un pueblo con vocación de ganador.
[1] "El hombre es él y sus circunstancias", resumió, genialmente, Ortega y Gasset. Pues bien, el hombre que no filosofa es solo sus circunstancias. Al no saber por qué son y, en esa medida, qué son, él y las cosas, ese hombre no puede valorarlas ni, por tanto, escoger entre ellas. Es un hombre sin opciones que no tiene más norte que el que le da el cauce que forman las circunstancias desde las internas, como sus instintos o capacidades, hasta las externas, como su situación económica o social en que nació. Fluir por este cauce es su inexorable destino.
El hombre que filosofía, en cambio, es más él que sus circunstancias. Ese hombre que se ha planteado las grandes preguntas -¿qué soy?, ¿por qué soy?, ¿para qué soy?- y que ha tenido así el valor de salir de la caverna (de la comodidad de aceptar todo como nos viene planteado), a la "intemperie" de la duda, como lo exigía Nietzsche, tiene opciones: las cosas significan para él tal o cual cosa a partir de la comprensión que se ha dado del todo y puede, por eso, elegir verdaderamente entre ellas.
Este es un hombre con horizonte, que posee sentidos que lo motivan a empujar sus "circunstancias" en esta o esa dirección. Un hombre que sabe por qué hace lo que hace. Un hombre que piensa, como Sócrates, que "la vida que no se examina no vale la pena de ser vivida". Porque sabe que no es de seres humanos pasar nuestras cortas vidas como el agua pasa por la acequia: totalmente determinada y sin darse cuenta. Un hombre que, en fin, goza cada día del maravilloso don que es esa otra vida: la vida con filosofía, la vida consciente, la vida libre, la vida, en una palabra, humana.
[2] No lo decimos nosotros... son sus propias palabras, hay que leerlas, analizarlas y archivarlas –la web es una gran fuente de información abierta- la mayor parte de los sucesos, expresiones y discursos quedan grabados, disponibles y registran las personas, que se manifestaron y las circunstancias de los hechos. Últimamente se está utilizando como método para poner al descubierto a personas que han cambiado sus modos de actuar y que niegan anteriores posturas que hoy no le sirven a sus intereses. Se usan mucho para desmentir o recordar actitudes en un pasado reciente, especialmente en personas que tienen la posibilidad de influir en otras personas, especialmente políticos, comunicadores sociales, educadores, etc.
No negamos a nadie el derecho a modificar su opinión a cambiar de opinión… solo pedimos la honestidad de no renegar de su pasado y admitir con franqueza el mismo. Básicamente rechazamos la hipocresía.
El conocimiento de la historia y la valoración de la misma nos impedirá decir "yo no sabía", saber nos da la responsabilidad de participar y actuar en consecuencia.
[3] El Camaleón, popular canción de Chico Novarro, dice: “El camaleón, mama, el camaleón cambia de colores según la ocasión”.
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