La manipulación del pasado
La persecución judicial contra el
juez Pedro Hooft, de reconocida actuación ante los atropellos de la dictadura,
devela hasta qué punto para el oficialismo la verdad es menos importante que los
intereses políticos
Por Carlos Balmaceda
|
Para LA NACION
Hace diez años exactos que el
catalán Enric Marcó, entonces un valeroso sobreviviente de los campos nazis de
concentración durante la Segunda Guerra y un acérrimo luchador contra el
franquismo desde la Guerra Civil española, de golpe y porrazo se convirtió en
un mentiroso monumental. La investigación fulminante de dos historiadores
demostró que la biografía épica que se había fabricado Enric Marcó era un
fraude gigantesco. Ésa es la trama que reconstruye Javier Cercas en su novela
El impostor, una historia que nos sirve de espejo, porque en la Argentina hay
muchas fábulas épicas que se construyeron como si fueran testimonios
irrefutables.
El héroe que a todos conmovía con
el relato de su historia de deportado español a los campos de concentración del
III Reich donde fueron asesinados cerca de 7000 compatriotas suyos, el hombre
de cuerpo pequeño y fibroso, semicalvo y bigote renegrido que narraba con
lágrimas en los ojos el espanto que había enfrentado en el campo de Flossenburg
hasta que el 22 de abril de 1945 lo liberaron las tropas norteamericanas, en
fin, la víctima que provocaba estupor con sus testimonios y que había recibido
honores y condecoraciones por su coraje ejemplar de un día para el otro se
convirtió en un maldito farsante. Todo lo que había dicho Marcó sobre su pasado
de prisionero en un campo de concentración era mentira. Una ilusión desmesurada
fabricada por él mismo.
Cuando explotó el caso Marcó, en
mayo de 2005, yo andaba de gira por varias ciudades de la península presentando
mi novela Manual del caníbal y en todos los lugares adonde llegábamos había un
tema picante que ocupaba las charlas: la mentira descomunal que había
construido Enric Marcó a lo largo de 30 años. ¿Cómo había sido posible que un
fabulador se convirtiera en un símbolo? ¿Cómo había sido posible que millones
de personas le creyeran?
En las páginas escritas por
Javier Cercas están narrados los pormenores de una de las imposturas más
escalofriantes de todos los tiempos. Advertencia: nadie escapa ileso de este
libro. Si Marcó es un mentiroso incorregible, los lectores comprendemos que nos
parecemos mucho a quienes le creyeron. Preferimos vivir atenazados a un pasado
ficticio con tal de no aceptar que la naturaleza humana puede ser tan miserable
que vulnera lo más sagrado de nosotros mismos. Hay quienes, al amparo de
nuestra desidia histórica y moral, forjaron vidas ilusorias para convertirse en
héroes o en símbolos de una lucha que de verdad jamás libraron o que, si la
libraron, lo hicieron de modo controvertido. "La causa convierte a un
asesino en patriota", reza un antiguo refrán castellano que repetía mi
abuela. Sabía bien por qué lo decía: había escapado de la turbulenta España con
mi madre y mi tío en julio de 1936, subida a un barco cargado con cientos de
inmigrantes republicanos que atravesó el Atlántico y amarró en el puerto de
Buenos Aires.
Vuelvo a Enric Marcó. ¿Podríamos
aceptar que un heroico símbolo de la lucha contra los horrores de las
dictaduras militares se convirtiera, de la noche a la mañana, en un impostor
descomunal? ¿Seríamos capaces de reconocer que nos tragamos un río de mentiras
fangosas debido a nuestra incapacidad para defender la verdad y a nuestro
infantil deseo de conformarnos con historias fantasiosas que nos muestran cuán
valientes podemos ser en medio del horror? ¿O cerraríamos los ojos a la verdad
para decir que todo es una confabulación que busca manchar lo más sagrado de
nuestra vida y entonces, como decía mi abuela, dejaríamos que el asesino se
convirtiera en patriota?
En la Argentina hay graves
imposturas con los derechos humanos, aunque lo neguemos o miremos para otro
lado. Tal vez suceda que nos paraliza una mezcla de temor reverencial y miedo
colectivo frente a los valores sociales y los símbolos populares. Son
características infantiles de nuestra sociedad. Pero cuidado: hay quienes
armaron fábulas perversas ya no para subirse al panteón de los ídolos, sino
para tramar venganzas y maquinar persecuciones. ¿Para qué lado mirábamos cuando
los impostores empujaban a los inocentes al cadalso?
Por suerte hay quienes se animan
a levantar la voz para reclamar verdadera justicia. Por ejemplo: Julio
Strassera jamás se dejó amedrentar ni confundir por los falsos pergaminos de
los impostores cuando se trataba de luchar contra los atropellos de cualquier
forma de autoritarismo y de sus máscaras más sofisticadas. Hablo del coraje de
Strassera porque poco antes de morir fue un testigo clave para desenmascarar
una de las más infames aventuras judiciales vinculadas con los derechos humanos
que hubo en el país desde el regreso de la democracia. Me refiero al "caso
Hooft", el juez provincial de Mar del Plata al que le fabricaron una causa
para acusarlo de varios delitos de lesa humanidad. Un caso que conozco de
cerca, dado que Pedro Hooft es mi suegro.
La maniobra contra él fue
pergeñada por un grupo de funcionarios gubernamentales, miembros del Poder
Judicial y de la Procuración General y unos pocos abogados. Todos vinculados
con el Gobierno. ¿Qué pensaría y escribiría Javier Cercas si conociera estos
detalles escalofriantes? La vergonzosa operación duró ocho años plenos de
maniobras oscuras, manipulaciones políticas y judiciales, mentiras
desorbitantes y falsos testimonios que buscaron arrasar con el prestigio del
juez.
Pero fracasaron. ¿Cómo fue
posible que una máquina tan poderosamente perversa perdiera la batalla? Porque
la trayectoria del juez Hooft como jurista de actuación nacional e
internacional es de larga data y perfectamente comprobable. Sus fallos sirven
desde hace décadas como referencia jurídica y ética en nuestro país y el
exterior, e incluso su actuación como defensor de los derechos humanos y las
garantías civiles se remonta a los años negros de la dictadura, cuando juzgó y
condenó a policías torturadores -lo que le valió un salvaje atentado en su casa
en diciembre de 1976-, y al año 1981, cuando su labor humanitaria fue
documentada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Vale saber que el propio
Strassera definió a Hooft como "un campeón de los derechos humanos",
y contó que gracias al juez marplatense se había logrado condenar al almirante
Massera en el Juicio a las Juntas. La voz de Strassera recibió la adhesión de
centenares de personalidades del país y del exterior que se sumaron a su
defensa.
Hace un año, en La Plata, Pedro
Hooft fue juzgado por un tribunal de once miembros conformado en la Suprema
Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires. Como era de esperar,
Strassera estuvo allí para contar la verdad, junto a otros testigos. Las
mentiras y fabulaciones quedaron a la intemperie y el tribunal rechazó todas
las acusaciones, confirmó la inocencia absoluta del juez y lo restituyó en su
cargo. El fallo tiene casi mil fojas rigurosas y puede consultarse en Internet.
Pero hay un dato que nos deja
estupefactos: al juez Hooft quieren juzgarlo de nuevo por la misma causa. ¡Los
impostores no se rinden y atacan de nuevo! ¿Se rendirá la Justicia ante la
nueva fabulación? ¿Nos rendiremos nosotros, que ya sabemos la verdad?
Por cierto, hay que reconocerle
un gesto noble al mentiroso maldito de Enric Marcó: cuando lo descubrieron,
dijo: "Mentí. Pero no mentí por maldad". Es cierto: jamás perjudicó a
nadie con sus épicas maquinaciones. Sólo buscó un lugar efímero en el templo
dorado de los héroes. Pero los que armaron la causa contra Hooft mienten por
maldad y no se resignan a que triunfen la verdad y la justicia. Esa diferencia
de orden moral entre Marcó y ellos es abismal y produce consternación.
Gracias, Javier Cercas, por el
espejo.