CAMBIAR
O PERDER
Cambiemos, la
coalición que logró vencer al kirchnerismo y despojarlo del poder hasta en su
baluarte histórico de la provincia de Buenos Aires, ha completado ya más de la
mitad de su mandato.
El análisis objetivo
de su desempeño hasta el presente requiere ubicar esta gestión en el contexto
en que se hizo cargo del gobierno e intentar el difícil ejercicio de despojarse
de la atracción y el rechazo que despiertan en cada uno de nosotros sus
personajes protagónicos.
Cuando asumieron, un
grupo de observadores y analistas
dudaba de la posibilidad de que Cambiemos terminara su mandato, atento a la
gravedad de la situación económica e institucional del país y a su posición
minoritaria en el Congreso. Hoy, después de las elecciones legislativas del
2017, los temores se han morigerado, la gobernabilidad parece asegurada y,
sobre todo, Mauricio Macri y su equipo de trabajo han mostrado una capacidad
para la negociación y la manipulación política muy alejados de la imagen de
inocentes y transparentes idealistas republicanos. Demostraron que saben
pelear, apretar, engañar, mandar mensajes ambiguos, comprar voluntades y
retroceder cuando hace falta. No les darán el premio a la ética política pero
tampoco los van a correr con la amenaza de una vaina sin espada.
Si nos conformamos
con que este gobierno de Cambiemos cubra una etapa de transición en la que fue
capaz de devolvernos las estadísticas, sacarnos del default técnico y del cepo
y aun así puede lograr ser el primer gobierno no justicialista que complete su
mandato, la evaluación es positiva. Ahora, si lo evaluamos en términos del
cumplimiento de sus promesas electorales -que representan compromisos con la
ciudadanía- o en términos de avances objetivos en el desarrollo y el
crecimiento del país, la calificación bordea el aplazo.
Veamos: ha fijado
metas inflacionarias que no ha podido cumplir a pesar de mantener tasas tan
altas que dificultan el crecimiento económico. Un factor determinante para el
mantenimiento de la inflación es el aumento en las tarifas de servicios,
transporte, combustibles, impuestos y peajes que el mismo gobierno fija por
encima de la inflación proyectada. El ajuste, que aplica con distintos
eufemismos, no se traduce en un descenso del gasto público ya que lo que ahorra
por un lado lo gasta con creces en otros, con criterios de rentabilidad
política antes que económica. Pontifica
acerca de la injusticia de dejar deudas a nuestros hijos y nietos mientras toma
préstamos externos a un ritmo insostenible. Fija como objetivo prioritario
hacer desaparecer la pobreza pero reduce los fondos destinados a los jubilados
y pretende poner límites a las paritarias en función de expectativas
inflacionarias poco creíbles. Ni siquiera ha obtenido réditos de la mejor
relación con el mundo ya que la balanza comercial (relación entre lo que se
compra y se vende al extranjero) ha alcanzado récords de déficit al igual que
el turismo que forma parte de la balanza de servicios.
El ciudadano medio
sufre las consecuencias de los aumentos y del ajuste pero no percibe beneficios
tangibles al cabo de dos años. La posición de Cambiemos se sostiene en la
esperanza de que la persistencia en las políticas aplicadas comiencen a dar
frutos y en la percepción de que las alternativas que ofrece el mercado
político son aun peores, sobre todo a la vista de las llagas purulentas de la
corrupción que dejó la anterior administración cuyos dirigentes no se resignan
a dejar la escena que tanto han perturbado. Antes luchaban por el poder, ahora
por no ir a prisión y por poder disfrutar de sus fortunas mal habidas sin tener
que devolver lo robado.
Sin embargo, la
satisfacción moral que produce ver a los corruptos frecuentar los tribunales y
pasar breves temporadas en prisión no se traduce en beneficios materiales, en
tanto en el Congreso no se sanciones una ley de “extinción de dominio” que permita al Estado recuperar lo robado
para beneficio de la ciudadanía.
Nos queda aún por
exponer un reproche, quizás el menos advertido por el ciudadano medio pero
uno de los más graves en términos del
mediano y largo plazo.
El presidente y el equipo que lo acompañan parecen ignorar
o desestimar los riesgos que el mundo que habitan presenta en términos
geopolíticos para nuestro país. Frases tan falsas como desafortunadas
expresando que la Argentina no tiene conflictos, son pronunciadas no solo por
periodistas mal informados sino también por funcionarios que tienen la
obligación de conocer el entorno internacional en el que viven.
Las amenazas
convencionales no pueden ser desestimadas en un mundo ávido de los recursos que
le sobran a una Argentina que no los explota, no los controla y está perdiendo
precipitadamente la capacidad de defenderlos. Los funcionarios recién parecen
descubrir a movimientos indigenistas que lejos de buscar una integración plena,
declaran sin eufemismos que desean adquirir soberanía sobre parte de nuestro
territorio para producir una secesión en el
país, utilizando la fuerza. Son movimientos bien organizados, con sedes
en el extranjero, que se apoyan en organizaciones internacionales disfrazados
de víctimas de la violación de derechos humanos, que alegan derechos
territoriales inexistentes y que tienen conexiones a ambos lados de la
cordillera de los Andes.
Por supuesto que no
podemos dejar de mencionar la más grave amenaza a nuestra soberanía como es la
ocupación británica en las Islas Malvinas, sostenida por la fuerza con una
población implantada a través de la cual se explotan sin pudor los recursos del
Atlántico Sur.
Hay en el gobierno y
en ciertos medios quienes reniegan de la preocupación por Malvinas, aduciendo que hay temas más importantes a que
abocarse en momentos de estrechez económica.
Tengo frente a mis
ojos un informe suministrado por el diario Penguin News en que se expone que en
el primer trimestre del año financiero británico (de julio a septiembre del
2016) el gobierno kelper exhibió un superávit de unos ocho mil millones de
dólares (6.407 millones de libras esterlinas) producto de las regalías
pesqueras y petroleras. Los impuestos de esas ganancias y las multas a
pesqueros quedaron en las islas. Los números dan idea de los que se juega en
esos territorios cuyo valor el gobierno se empeña en ignorar.
Los británicos han
declarado sin rubor que realizan tareas de espionaje en Argentina y mantienen
fuerzas militares que se adiestran y hacen ejercicios de armas regularmente en
Malvinas, sin importarles las molestias que eso pueda causarnos. Por nuestro
lado, a pesar de la disposición transitoria de la Constitución Nacional, que
dice que la recuperación de esos territorios y el ejercicio pleno de la
soberanía constituyen objetivos irrenunciables, el gobierno prefiere recibir
los mendrugos de los beneficios de una relación comercial generalmente
desfavorable, antes que sostener firmemente nuestra justa posición.
La indiferencia por
los temas geopolíticos lleva a descuidar totalmente la situación de las Fuerzas
Armadas incrementando el desnivel con nuestros vecinos. Aunque resulte
insólito, se anuncian y se aplican ajustes en el Ministerio más castigado en
toda la era kirchnerista y menemista descuidando hasta tal punto el
mantenimiento y el adiestramiento, que los accidentes han dejado de ser tales
para transformarse en el resultado ineludible del descuido. Mientras tanto, se
crean cada vez más, innecesarias superestructuras administrativas (área
educativa, área de obras sociales, etc.) que se constituyen en cargos políticos
e incrementan el gasto de personal.
No podemos cerrar
este análisis sin mencionar la enorme disparidad de criterios jurídicos con que
se procesa a los militares que combatieron la subversión en comparación con los
terroristas que agraviaron la nación y la rigurosidad con que se evalúan las prisiones
preventivas que se aplican a los políticos frente a las eternas prisiones
preventivas de los militares que suelen terminar con la muerte sin condena de
muchos procesados. Quien crea que puede haber justicia sin equidad está
ciertamente equivocado.
Si Cambiemos no
cambia sus planes y prioridades de gobierno prontamente va a empezar a perder.
Se puede mirar al costado ante el hundimiento de una nave de guerra y la muerte
de sus tripulantes, se puede seguir prometiendo el paraíso mientras se vive de
prestado, pero no se puede hacer esto siempre porque la realidad inexorable se
hace sentir, cachetea y finalmente castiga en las urnas, como le sucedió al
gobierno anterior.
No es fácil que el
cambio llegue por convicción. Quizás este gobierno devorador de encuestas
piense en cambiar cuando los números señalen el mal humor social. El problema
es que no sabemos si se despertará a tiempo y si sabrá qué hacer cuando quiera
hacer algo mejor y diferente.
Estamos, como
siempre, haciendo planes alternativos para cuando la patria nos necesite y
afortunadamente cada vez somos más, aunque todavía no los suficientes.
Esperamos que llegue nuestro tiempo, con fe en Dios y convicción en nuestros
principios y valores.
Juan
Carlos Neves
Primer Secretario
General de Nueva Unión Ciudadana
Miembro de la mesa de
conducción de ENCENDER (Encuentro de Centro derecha)