sábado, 5 de junio de 2021

LA GUERRA QUE CONTINUA


 Hubo un momento en el que los argentinos creyeron que la guerra que los atormentaba, una guerra sucia y desgraciada, colateral de la guerra fría- donde el eje de la acción bélica era la bomba, la huelga revolucionaria o el asesinato por la espalda en cualquier esquina del país, pero también el asalto a cuarteles y el bosque tucumano como remedo de un Vietnam autóctono- había terminado. Era tanto el deseo que así fuera que no se les ocurrió pensar que generalmente las expresiones de deseo casi nunca se cumplen. 

Que fue la flaqueza moral de los políticos argentinos lo que llevó, ese 24 de marzo, a unos desconcertados militares a tomar el gobierno es algo que no necesita demostración, pero no exculpa a los mandos militares de este dislate ya que creían, a pie juntillas, que esa guerra era una continuación de la política y que, ganándola militarmente, ahí acababa todo. 

Hoy, en Argentina 2021, la realidad se ríe del axioma de Clausewitz porque hace casi cuarenta años que estamos viviendo una política que es la continuación de esa guerra que no se supo manejar, ni menos aún, ganar. Ese día, el 24 de marzo de 1976, la República estaba ganando la guerra y ese mismo día, perdió la oportunidad de terminarla. ¿Por qué sucedió este desatino? 

 Organizaciones Terroristas  de Argentina en los 70

Hay variadas razones que explicarían el desastre, pero solo una es, a mi modo de ver, aceptable y, aunque para muchos sea indecoroso mencionarla, lo que se vive hoy en la Argentina lo confirma. Ese día de marzo de hace cuarenta y cinco años un grupo de generales, almirantes y brigadieres impidieron, con su acción, que la guerra que se libraba en el territorio nacional, y que estaba circunscripta a las “orgas” terroristas y a las Fuerzas Armadas, se extendiera a toda la población, que esa guerra de facciones se convirtiera en una guerra civil hecha y derecha.  

Más allá del hecho que permitir a los civiles hacer la guerra a las “orgas”- fuera del servicio militar obligatorio- era la imagen plena de la Patria en armas, esta hubiera tenido también una consecuencia práctica que hoy sería inapreciable,  si esa multitud que antes de marzo del ’76 pedía cadalsos y fusilamientos públicos hubieran tenido en sus manos la sangre de los terroristas muertos o desaparecidos otra sería la Argentina de hoy. A nadie, o a muy pocos, les preocuparía si el enemigo había dejado 10 ó 30.000 cadáveres, ni si estaban enterrados o fondeados en el mar, porque fuera cual fuese el número, cada uno de ellos nos pertenecería a todos, y de esta manera, la guerra, sí hubiera terminado. 

Pero esos jefes se dejaron seducir también por interesados cantos de sirenas que le soplaban al oído que no solo estaban para ganar una guerra, sino que esta era también una oportunidad para hacer algo más que lo que su profesión les dictaba. Tenían una tarea superadora de la guerra- les decían las “sirenas cantoras”- tenían que reorganizar el país, tenían que devolver la ética a la República. Un sueño que solo podían soñar, pero que no estaban capacitados para hacerlo realidad. No permitieron a la sociedad civil meterse en la guerra, pero tampoco le permitieron hacer que la paz fuera algo más que una ilusión. 

Siete años después, toda esa ilusión se había perdido. Todo había terminado peor que mal. Con mucha pena y la única gloria que la Argentina tuvo en los últimos años- esa que diez mil tipos con su valor y denuedo le dieron a la Patria en esas islas tan lejanas, pero tan queridas-, el proceso se fue. Los argentinos, vaya novedad, se habían cansados. Con la furia y la cobardía del converso querían abrevar en una biblia nueva, les había fallado la espada, tantas veces pedida, y la “solución” estaba en ese librito liminar de la República al cual, tantas veces, civiles y militares habían usado de papel higiénico. Ni lerdo ni perezoso un “santón” laico- devenido hoy en “padre de la democracia”, porque para la mentalidad “argenta” la muerte mejora a cualquiera- lo ensilló para llevar adelante su proyecto. Nada de su prontuario les importó a los argentinos, ni que hubiera sido abogado defensor de terroristas ni que la ineptitud fuera el común denominador de él y de sus colaboradores, un ilustre conjunto de vanos charlatanes que creían que la única manera de solucionar los problemas de la República era inventando impuestos o revisando el pasado; pasado del cual ellos, al igual que todos los políticos, habían sido responsables.  

Por estupidez o por ideología eligió, el “santón de la democracia”, limpiarse el trasero con la Constitución Nacional y dio el puntapié inicial que inauguró los circos judiciales destinados a vengarse de todo aquel que hubiera combatido a la subversión, primer acto de esta ópera trágica que aún no ha concluido y que tiene como objetivo la destrucción de las Fuerzas Armadas y, por extensión, de la República.

El llamado "padre de la democracia".

Ese 10 de diciembre de 1983, con el proceso en fuga, comenzó la segunda parte de esa guerra que a la Argentina le había costado tanta sangre y dolor y que se hubiera podido ganar. La subversión, incapacitada militarmente supo que las condiciones estaban dadas para seguirla de otra manera, sembrando en silencio su semilla. Se enfocaron en Gramsci y dejaron para el “Che” las camisetas, porque el tiempo había dejado de importar. Disfrazados de “progres”, sabían que ahora podían contar con la confusión y la hipócrita contrición de la mayoría de los argentinos que, de haber pedido mil horcas en Plaza de Mayo, ahora se horrorizaban por los desaparecidos como si desapariciones y muertes hubieran ocurrido en Mongolia. Y a caballo de nuestra desidia lo fueron haciendo bien. Empezaron a copar las escuelas donde en poco tiempo consiguieron que la disciplina fuera una expresión cuartelera insoportable en la nueva “escuela democrática”, pues era menester que el orden y la autoridad desaparecieran de ella. 

Lo que vino después, es conocido, una democracia enclenque manejada por  iletrados pedantes que la han reducido a la decisión del voto sin haber enseñado al pueblo que le diferencia de ésta con una dictadura son las obligaciones civiles que su ejercicio conlleva. Si los primeros doce años de la Argentina “democrática” fueron malos, los últimos, hasta el día de hoy, no podrían haber sido peores. Año a año hemos visto que la preocupación de la dirigencia política no ha sido combatir la pobreza que ha crecido hasta el numero vil que nos dice que de cada diez chicos menores de diecisiete años siete son pobres, que pese a las vanas promesas de mejorarla, la educación pública solo sirve para adoctrinar futuros piqueteros y tirabombas en el resentimiento revolucionario y que, aunque se han llenado la boca con la defensa de la salud pública, esta no ha dejado de ser una ficción, ficción que puesta a prueba en esta pandemia que asola al mundo nos ha entregado 80.000 cadáveres, de los cuales un tercio podrían seguir vivos si la gestión vacunatoria no hubiera sido una infame sucesión de negociados, componendas y hurtos.


 
Hoy, con este gobierno están dadas las condiciones para que los argentinos perdamos paz y libertad, su objetivo es la pauperización de la sociedad argentina, objetivo que con el “manejo” de la economía y de la pandemia- cuarentenas eternas, cierre de escuelas, fábricas y negocios y pésima gestión en salud- se está logrando. El modelo político que el kirchnerismo promueve es el mismo de los años setenta, un modelo autoritario que de republicano ni siquiera tiene un barniz. 

Estos son los hitos de esa guerra que continúa, y que es probable que perdamos definitivamente. Guerra que nunca dejó de estar presente entre nosotros aunque no queríamos verla y los políticos ocultaban. 

 

JOSE LUIS MILIA
Josemilia_686@hotmail.com 


Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini tuo da gloriam.


NOTA: Las imágenes y destacados no corresponden al artículo original.

SILENCIO QUE MATA Y ATURDE

 

 

por Enrique Guillermo Avogadro (Nota N° 788)

 

"La justicia es un plato que hay que servir caliente",

 Fabiano Massini

 

Argentina llegó a los 80.000 muertos por Covid y se ha transformado así en el país que más fallecidos registra cada millón de habitantes; esas muertes se deben, sin ninguna duda, a la corrupción e ideologización que afectan la compra de vacunas. También, claro, hay que incluir en ese tétrico escenario las robadas para proteger a la pléyade de personas "¿esenciales?" como Carlos Zannini, Horacio Verbitsky, los miembros de La Cámpora, los intendentes y sus amantes, etc., las mismas que faltaron para tantos médicos, enfermeros y muchos otros que estaban en la primera línea de combate a la pandemia o que, simplemente, integraban los grupos de riesgo.

 

¿Dónde están ahora el CELS, la Liga por los Derechos del Hombre y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, H.i.j.o.s, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo? ¿Dónde Adolfo Pérez Esquivel, Estela Carlotto y Hebe de Bonafini? ¿Por qué callan todos esos adalides de los derechos humanos tuertos, que aún se desgañitan por los supuestos crímenes del proceso militar cometidos hace cincuenta años, frente a los indudables delitos de lesa humanidad en que han incurrido Alberto y Cristina Fernández, Santiago Cafiero, Ginés González García, Carla Vizotti, Cecilia Moreau, Pablo Yedlin, Cecilia Nicolini, Hugo Sigman, Marcelo Figueiras y tantos otros cómplices? Su silencio aturde, y mata.

 

¿Qué dicen ahora la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires y María Eugenia Vidal que, por ley, prohibieron desmentir la probada falsedad de los "30.000" desaparecidos?; más allá de la pública confesión del inventor de esa cifra, las más de 20.000 chapitas en blanco del Parque de la Memoria confirman esa afirmación pese a que, para identificar a las que sí tienen nombres (unas 8.500), los fabricantes del "relato" debieron recurrir a quienes atacaron cuarteles militares en democracia, cayeron combatiendo a las fuerzas legales o fueron asesinados por las propias organizaciones terroristas y retrotraer el recordatorio a 1955.

 

El Gobierno se ha mostrado incapaz, obviamente para no confesar los innumerables delitos que han cometido sus funcionarios, de explicar claramente por qué los inmunizantes no han llegado; es más, muchos de los que sí lo hicieron, están siendo retenidos, como sucedió en Misiones (este domingo se votará allí), con propósitos exclusivamente proselitistas. Cristina Fernández, además de ordenar a Miguel Pesce reencender la maquinita de papelitos de colores, ha comenzado a bailar la danza de la lluvia para intentar que se produzca un diluvio de vacunas antes de las elecciones, postergadas ahora hasta septiembre y noviembre con el consentimiento de una oposición ingenua o idiota, que ni siquiera intercambió ese acuerdo por la adopción de la boleta única; ese desesperado anhelo del oficialismo es razonable, ya que la economía no le traerá buenas noticias este año.

 

Pero, claro, pedir coherencia a un Gobierno tan hipócrita y tan cínico resulta absurdo. Porque, más allá del público apoyo a gobernadores despóticos como Gildo Insfrán o Juan Manzur y a sindicalistas mafiosos como Hugo Moyano, se necesita tener una singular cara de piedra para defender a Nicolás Maduro y su régimen asesino, para equiparar al Estado de Israel con la organización terrorista Hamas y para callar ante las dictaduras de Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel, que clausuran diarios y canales de televisión o encarcelan a los opositores por el solo hecho de serlo en Nicaragua y Cuba. La ideología nos ha alineado con esos regímenes tan respetuosos de los derechos de sus ciudadanos que son la Rusia de Vladimir Putin, el Irán de Alí Jamenei y la China de Xi Jinping. Obviamente, también el triste tema de las vacunas se vincula a estas preferencias.

 

La rastrera y degradada Cancillería ha dejado de cumplir su verdadera función y se ha transformado en una mera oficina de relaciones públicas de todos esos paladines de la democracia. Lo prueba, por ejemplo, la conducta del Embajador Carlos Raimundi en la OEA o la actitud del Embajador Sabino Vaca Narvaja, que ahora representa los intereses de Beijing ante la Argentina; en un tema tan espinoso y controvertido como es el sistema 5G de comunicaciones, que se ha tornado una piedra en el zapato de todos los países de Occidente porque podría prestarse al espionaje militar, este neo-diplomático no titubea en asumir ese rol y recomendar su inmediata adopción en nuestro país, amén de promover una mayor presencia, siempre depredatoria, de China en nuestro continente.

 

Tal como se anticipara en esta columna hace muchos meses que sucedería, por explícita orden de Cristina Fernández la Argentina cayó en default frente al Club de Paris, más allá de que tal situación sólo se oficializará dentro de sesenta días. Pese a que el Banco Central dispone de los dólares necesarios para hacer frente a ese compromiso, contraído por Axel Kiciloff cuando se desempeñaba como Ministro de Economía del tercer kirchnerismo, no se pudo llegar a un arreglo ahora porque el organismo, formado por los gobiernos de los países acreedores del nuestro, exige que, previamente, lleguemos a un acuerdo con el FMI el cual, a su vez, necesita auditar las cuentas nacionales; en modo de campaña electoral, a la PresidenteVice le resulta inadmisible tal requerimiento -el famoso Capítulo IV- porque la épica del relato no lo permite.

 

El costo que deberemos pagar por esa locura será la imposibilidad de importar bienes indispensables para nuestra producción industrial, ya que los exportadores extranjeros necesitan asegurarse el cobro ante un país tan incumplidor como el nuestro, mediante pólizas que son emitidas por sus respectivos gobiernos. ¿Es imaginable, entonces, que lo sigan haciendo en estas circunstancias? Pero, ante las necesidades electorales del Frente de Todos, nada resulta demasiado oneroso, y así nos va.

 

Bs.As., 5 Jun 21

 

Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
E.mail: ega1@avogadro.com.ar
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