Alberto Venazzi, Beto, era carpintero. Lo conocí en
2002 cuando un amigo me lo recomendó para que me hiciera una biblioteca; de ahí
en más, cuanto trabajo de carpintería había que hacer en casa o en casa de
amigos, allá iba Beto. Era peronista, “bostero”
y vivía desde que nació, en La Matanza;
pese a estos “defectos” de
carácter era un tipo bueno, servicial y de una honestidad a prueba de todo.
Tenía once años menos que yo y en octubre del 2014 un cáncer de colon se lo
llevó.
A principio de 2013 comenzó a quejarse de fuertes
dolores abdominales y lumbares, conseguí que un médico amigo lo revisara, y le
recomendó que se hiciera una serie de análisis y estudios pero fundamentalmente
que se hiciera una colonoscopía. Días antes yo me había hecho ese “temible” estudio, mi clínico me lo
había pedido como control, pedí turno y una semana después tenía los resultados
en mano.
Para Beto, todo fue diferente, empezaba de
madrugada su peregrinaje por los hospitales del conurbano -esos que Scioli y la Desquiciada inauguraban cada vez que necesitaban
un acto que les levantara el espíritu y una obra que les aupara la billetera-
para llegar entre los primeros a la repartija de turnos, turnos que se daban a
cuatro o cinco meses vista, y de allí seguir hacia su trabajo y al volver a su
casa convencerse que dormir solo cinco horas para después volver a la tómbola
de los turnos antes de ir a trabajar, era lo mejor que podía hacer por su
salud.
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Pacientes hacen colas desde las 4 de la madrugada para sacar un turno que se lo otorgan dentro de tres meses |
El primer turno que consiguió para la colonoscopía
fue a fines de junio, pero quien debía hacerla se había ido de vacaciones o
había renunciado y no había nadie que lo reemplazara, el segundo y tercer
turno, uno en Moreno y el otro en Merlo fracasaron porque los aparatos estaban
rotos. Finalmente, a mediados de marzo del 2014 lo llevé al Austral, el
hospital de la Obra, donde pudo hacerse todos los estudios en un solo día y
donde supimos que lo de él no eran divertículos, era cáncer.
Esto no es una necrológica, esto es el argumento incuestionable de que el
populismo mata, con preferencia casi exclusiva, a aquellos que dice
defender. Setenta años de populismo “nacional”
y socialista -no digo nacional socialista para que no se ofendan aquellos
que perdieron la batalla por la República en la cancillería de Berlín- han terminado con cualquier idea de formar
un país fuerte y sustentable, pero también de tener una sociedad que se maneje
con justicia y equidad.
El populismo necesita, esto casi con fuerza de
dogma para subsistir, primero, la necesidad del verso de la redistribución de
la renta con el cual los personeros del populismo les hacen creer a ignorantes
y vagos que pueden vivir a costa de los tontos que trabajan y que estos los
mantendrán a ellos in aeternum. Ejemplo de ello fue lo que un imbécil, que era
presidente, hizo en el año 2006 cuando decretó que para “salvar” la mesa de los argentinos era menester cerrar la
exportación de carne. Durante seis años quienes producíamos carne para
exportación -kilaje y calidad determinada con periódicas inspecciones de la UE-
y también el resto de los productores ganaderos liquidamos vientres, 10.000.000
de cabezas, nos pasamos a la soja y al sexto año el kilo en pie estaba por
encima del dólar, por lo que cabría preguntarle al necio que dictó la medida,
si no se hubiera muerto de manera oportuna, cuántos de los doce millones de
pobres que su populismo de ladrones nos dejó podían, a fines del 2014, comerse
un asado. Lo segundo que es condición
sine qua non en la “ideología”
populista es la necesidad de elegir o inventar un enemigo y una vez hecho esto
calificarlo de la manera más dura. Así, en la Cuba del castrismo todos
aquellos que se iban de la isla para buscar un horizonte de libertad eran los “gusanos”, los hombres y mujeres que
recorren los almacenes de Venezuela buscando papel higiénico, dentífrico o
tampones son traidores a la patria; este relato se viene repitiendo desde hace
años en América del Sur ya que es mucho
más fácil echarle a otro la culpa de nuestras propias incapacidades. Acá
también lo hemos padecido, desde el cariñoso “contrera” con música de fondo de una marchita ramplona hasta el
más rebuscado de oligarca o traidor acompañado de una cumbia villera bailada,
con espectaculares caderazos, por la Trastornada. Una vez logrado esto la inquina y el resentimiento campan por sus
fueros y tienen al país dividido. En tercer lugar, ya que es lo más fácil
de conseguir, es hacerse con una masa dócil y estupidizada de miserables
limosneros a las órdenes de tres o cuatro matarifes de esquina y encuadrada por
patoteros encapuchados y armados de garrote, a los que se les dá la zanahoria
de un choripán y un tetrabrik o el garrotazo correctivo de hacerle perder su
subsidio ganado a fuerza de cortar calles y lamer culos.
Pero, para
conseguir esto hubo que, antes que nada, degradar la educación de manera tal
que a partir de su deterioro se pudiera fomentar la vagancia y la envidia, la
brutalidad y el resentimiento, sobraron los neardenthal sucios, de crenchas
engrasadas y necios de toda necedad que, manejando un sindicato de iletrados
puso manos a la obra para llevar a cabo obra tan bellaca.
Esta es la verdad del populismo, pobres
acostumbrados a estrecheces, carencias y muerte, porque sus obras sociales
siempre les escatiman prestaciones, y si carecen de mutuales, los hospitales
públicos les darán turnos un día sí y otro no, hospitales que no tienen gasas
ni sábanas las camas, y en los cuales los médicos hacen lo que pueden, lo que,
por falta de recursos, se aproxima absurdamente a aquella cuarteta que, hacia
1966, escribió Juan Carlos Colombres, el siempre recordado Landrú, en “Primera Plana”:
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Landrú, uno de los más destacados humoristas gráficos del país |
“Ni rayos ni penicilina
Esos son puras macanas
Untura blanca, aspirinas
Y licor de las hermanas”
Pero no olvidemos que el populismo también tiene
otra cara, una cara que es la del éxito de unos pocos, la del derroche y fiesta
de esos pocos, la cara de aquellos que, autodenominándose dirigentes políticos
o sindicales, usufructúan los miles de puestos electivos que tiene la República;
logreros a los que hay que sumar sus laderos, asesores, testaferros y mangantes
y también a aquellos que hacen negocios con ese poder inicuo, en general
personajes que llegaron a esas funciones con una mano atrás y otra adelante
pero que se dedicaron a defraudar a los pobres que decían defender con el
sádico celo de quien ha dejado de ser uno de ellos. A esa caterva despreciable jamás la verán patear las madrugadas del
conurbano, para pedir por favor un turno en un hospital que quizás, y solo quizás,
le pueda salvar la vida.
Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini tuo da gloriam.
NOTA: Las imágenes y
destacados no corresponden a la nota original.