lunes, 9 de diciembre de 2019

TOTAL, SETENTA AÑOS NO ES NADA…



Alberto Venazzi, Beto, era carpintero. Lo conocí en 2002 cuando un amigo me lo recomendó para que me hiciera una biblioteca; de ahí en más, cuanto trabajo de carpintería había que hacer en casa o en casa de amigos, allá iba Beto. Era peronista, “bostero” y vivía desde que nació, en La Matanza;  pese a estos “defectos” de carácter era un tipo bueno, servicial y de una honestidad a prueba de todo. Tenía once años menos que yo y en octubre del 2014 un cáncer de colon se lo llevó.

A principio de 2013 comenzó a quejarse de fuertes dolores abdominales y lumbares, conseguí que un médico amigo lo revisara, y le recomendó que se hiciera una serie de análisis y estudios pero fundamentalmente que se hiciera una colonoscopía. Días antes yo me había hecho ese “temible” estudio, mi clínico me lo había pedido como control, pedí turno y una semana después tenía los resultados en mano.


Para Beto, todo fue diferente, empezaba de madrugada su peregrinaje por los hospitales del conurbano -esos que Scioli y la Desquiciada inauguraban cada vez que necesitaban un acto que les levantara el espíritu y una obra que les aupara la billetera- para llegar entre los primeros a la repartija de turnos, turnos que se daban a cuatro o cinco meses vista, y de allí seguir hacia su trabajo y al volver a su casa convencerse que dormir solo cinco horas para después volver a la tómbola de los turnos antes de ir a trabajar, era lo mejor que podía hacer por su salud.

Pacientes hacen colas desde las 4 de la madrugada para sacar un turno que se lo otorgan dentro de tres meses
El primer turno que consiguió para la colonoscopía fue a fines de junio, pero quien debía hacerla se había ido de vacaciones o había renunciado y no había nadie que lo reemplazara, el segundo y tercer turno, uno en Moreno y el otro en Merlo fracasaron porque los aparatos estaban rotos. Finalmente, a mediados de marzo del 2014 lo llevé al Austral, el hospital de la Obra, donde pudo hacerse todos los estudios en un solo día y donde supimos que lo de él no eran divertículos, era cáncer.

Esto no es una necrológica, esto es el argumento incuestionable de que el populismo mata, con preferencia casi exclusiva, a aquellos que dice defender.  Setenta años de populismo “nacional” y socialista -no digo nacional socialista para que no se ofendan aquellos que perdieron la batalla por la República en la cancillería de Berlín- han terminado con cualquier idea de formar un país fuerte y sustentable, pero también de tener una sociedad que se maneje con justicia y equidad.


El populismo necesita, esto casi con fuerza de dogma para subsistir, primero, la necesidad del verso de la redistribución de la renta con el cual los personeros del populismo les hacen creer a ignorantes y vagos que pueden vivir a costa de los tontos que trabajan y que estos los mantendrán a ellos in aeternum. Ejemplo de ello fue lo que un imbécil, que era presidente, hizo en el año 2006 cuando decretó que para “salvar” la mesa de los argentinos era menester cerrar la exportación de carne. Durante seis años quienes producíamos carne para exportación -kilaje y calidad determinada con periódicas inspecciones de la UE- y también el resto de los productores ganaderos liquidamos vientres, 10.000.000 de cabezas, nos pasamos a la soja y al sexto año el kilo en pie estaba por encima del dólar, por lo que cabría preguntarle al necio que dictó la medida, si no se hubiera muerto de manera oportuna, cuántos de los doce millones de pobres que su populismo de ladrones nos dejó podían, a fines del 2014, comerse un asado. Lo segundo que es condición sine qua non en la “ideología” populista es la necesidad de elegir o inventar un enemigo y una vez hecho esto calificarlo de la manera más dura. Así, en la Cuba del castrismo todos aquellos que se iban de la isla para buscar un horizonte de libertad eran los “gusanos”, los hombres y mujeres que recorren los almacenes de Venezuela buscando papel higiénico, dentífrico o tampones son traidores a la patria; este relato se viene repitiendo desde hace años en América del Sur ya que es mucho más fácil echarle a otro la culpa de nuestras propias incapacidades. Acá también lo hemos padecido, desde el cariñoso “contrera” con música de fondo de una marchita ramplona hasta el más rebuscado de oligarca o traidor acompañado de una cumbia villera bailada, con espectaculares caderazos, por la Trastornada. Una vez logrado esto la inquina y el resentimiento campan por sus fueros y tienen al país dividido. En tercer lugar, ya que es lo más fácil de conseguir, es hacerse con una masa dócil y estupidizada de miserables limosneros a las órdenes de tres o cuatro matarifes de esquina y encuadrada por patoteros encapuchados y armados de garrote, a los que se les dá la zanahoria de un choripán y un tetrabrik o el garrotazo correctivo de hacerle perder su subsidio ganado a fuerza de cortar calles y lamer culos.


Pero, para conseguir esto hubo que, antes que nada, degradar la educación de manera tal que a partir de su deterioro se pudiera fomentar la vagancia y la envidia, la brutalidad y el resentimiento, sobraron los neardenthal sucios, de crenchas engrasadas y necios de toda necedad que, manejando un sindicato de iletrados puso manos a la obra para llevar a cabo obra tan bellaca.

Esta es la verdad del populismo, pobres acostumbrados a estrecheces, carencias y muerte, porque sus obras sociales siempre les escatiman prestaciones, y si carecen de mutuales, los hospitales públicos les darán turnos un día sí y otro no, hospitales que no tienen gasas ni sábanas las camas, y en los cuales los médicos hacen lo que pueden, lo que, por falta de recursos, se aproxima absurdamente a aquella cuarteta que, hacia 1966, escribió Juan Carlos Colombres, el siempre recordado Landrú, en “Primera Plana”:

Landrú, uno de los más destacados humoristas gráficos del país

“Ni rayos ni penicilina
Esos son puras macanas
Untura blanca, aspirinas
Y licor de las hermanas”

Pero no olvidemos que el populismo también tiene otra cara, una cara que es la del éxito de unos pocos, la del derroche y fiesta de esos pocos, la cara de aquellos que, autodenominándose dirigentes políticos o sindicales, usufructúan los miles de puestos electivos que tiene la República; logreros a los que hay que sumar sus laderos, asesores, testaferros y mangantes y también a aquellos que hacen negocios con ese poder inicuo, en general personajes que llegaron a esas funciones con una mano atrás y otra adelante pero que se dedicaron a defraudar a los pobres que decían defender con el sádico celo de quien ha dejado de ser uno de ellos. A esa caterva despreciable jamás la verán patear las madrugadas del conurbano, para pedir por favor un turno en un hospital que quizás, y solo quizás, le pueda salvar la vida.

Jose Luis Milia
josemilia_686@hotmail.com

Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini tuo da gloriam.

NOTA: Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.

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