Los miembros
de las fuerzas de seguridad que fueron víctimas del ataque ocurrido en 1975 han
sido olvidados por gran parte de la sociedad
“Lo que más estremece a quien escribe y
estremecerá a los lectores es el odio y la sangre que se dieron cita esa
víspera de la Navidad de 1975, con una violencia inolvidable, maldita,
premonitoria del tiempo por venir” (María Seoane, “Testimonio del horror”, Revista N° 20/12/03). A fines de ese año, en pleno
gobierno constitucional, la ofensiva revolucionaria del Ejército Montonero
(Montoneros) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en la Argentina
alcanzó su máxima intensidad. En dos agobiantes días de verano, el 23 y el 24
de diciembre de 1975, el ERP atacó al Batallón de Depósito de Arsenales 601
Cnel. Domingo Viejobueno, del Ejército Argentino, en Monte Chingolo, Quilmes,
provincia de Buenos Aires.
Tiempo antes,
el aparato de inteligencia de Montoneros había alertado al ERP acerca de un
infiltrado del Ejército entre sus filas: Jesús Ramés Ranier, apodado el Oso,
quien llevó a cabo "[...] una
impecable tarea de espionaje que le permitirá [al Ejército] atrapar a decenas
de miembros del ERP y detectar la preparación de una operación guerrillera de
características excepcionales", según refiere Gustavo Plis-Sterenberg
en su libro: Monte Chingolo: la mayor batalla de la guerrilla argentina.
En las semanas
anteriores al ataque fueron apresados, desaparecidos o muertos irreemplazables jefes
del ERP. El 7 de diciembre le había tocado el turno a quien planeó y debía
comandar el operativo contra el Batallón Viejobueno, Juan Eliseo Ledesma (Comandante
Pedro), quien fue reemplazado, inmediatamente por Benito Urteaga (Mariano), al
frente del Batallón José de San Martín, flamante creación del ERP.
“El ERP planeaba sacar de allí 900 FAL con 60.000
tiros, 100 [pistolas semiautomáticas] M-15, con 100.000 tiros, 6 cañones
antiaéreos automáticos de 20 mm con 2400 tiros, 15 cañones sin retroceso con
150 tiros, armas portátiles antitanques Instalazas [similares a bazucas] con
sus proyectiles, 150 pistolas ametralladoras”, según se relata en el
mencionado libro Monte Chingolo: la mayor batalla de la guerrilla argentina.
Plis-Sterenberg
también da cuenta de que el plan de ataque al Batallón Viejobueno incluía una
gran cantidad de acciones bélicas simultáneas, para aislarlo por varias horas. “Si el núcleo central eran alrededor de 60
compañeros, con toda la gente movilizada, los cercos, las postas sanitarias,
los equipos de logística que tenían que cargar el armamento [...], es decir
todo el conjunto, sumó alrededor de 300 personas”, refiriéndose al total de
integrantes del Batallón José de San Martín del ERP.
Cuando el
Ejército Argentino tuvo la certeza de que el objetivo eran las armas almacenadas
en el Depósito de Arsenales, se montó un contracerco alrededor de los cuarteles,
al tiempo que se reducía la cantidad aparente de tropas con el propósito de inducir
al estado mayor del ERP a creer que seguía contando con el factor sorpresa a su
favor. Los jefes insurgentes se tragaron el anzuelo.
La experiencia
en combate de la mayoría de los integrantes del ERP estaba lejos de ser la
requerida para “la mayor batalla de la
guerrilla argentina”. La logística estaba infiltrada; el armamento era
insuficiente, antiguo y precario; las comunicaciones nunca funcionaron; las
contenciones, cortes de rutas y acciones de distracción fallaron, y si se combatió
ferozmente en el asalto central fue porque la “moral revolucionaria” de los guerrilleros resultó temeraria.
El Ejército
repelió el ataque movilizando miles de soldados, sumando a la Policía Federal y
a la de la provincia de Buenos Aires y contando también con el apoyo de la
Fuerza Aérea y de la Armada, presentes con aviones y helicópteros.
“Desde la torre del tanque de agua norte [...] el
coronel Abud observó [...] la columna que se acercaba por el Camino General
Belgrano. Apuntó con cuidado. La cabina del Mercedes-Benz quedó en el centro de
la mira de su MAG [una ametralladora calibre 7,62 mm de gran poder de fuego y
precisión]". Ninguna
de las unidades atacantes del ERP logró sus objetivos y, apenas comenzado el
combate, los bisoños revolucionarios se vieron obligados a emprender una
retirada caótica y desesperada. Las víctimas fatales del ERP fueron 56, más
tres prisioneros y decenas de heridos; mientras que las Fuerzas Armadas y de
seguridad registraron siete muertos y 34 heridos. La tragedia se completó con,
por lo menos, seis víctimas mortales identificadas y decenas de afectados entre
los vecinos de Monte Chingolo, producto del fuego cruzado durante el repliegue
del ERP.
El Oso Ranier
sería ejecutado mediante una inyección letal, luego de un “juicio revolucionario” por traición, el 13/1/1976. Al decir de
Juan Arnol Kremer, único dirigente máximo del ERP sobreviviente hasta nuestros
días: “El problema con lo del Oso fue que
se llevó detrás de él todas las causas de nuestro fracaso”. El pensamiento mágico
de la “vanguardia iluminada” del
Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), órgano político al que estaba
subordinado el ERP, resultó suicida, y si desde el punto de vista ideológico el
plan de ataque al Batallón Monte Chingolo fue mesiánico, en lo estrictamente
militar fue una rotunda derrota.
El ERP fue
aniquilado en el Batallón Viejobueno y lo que siguió fue su exterminio, tal como
lo había ordenado, casi un año antes, el entonces presidente, teniente general Juan
Domingo Perón, primero en su discurso por cadena nacional, vestido de uniforme del
Ejército Argentino, y luego en su carta a sus camaradas de la Guarnición de
Azul, atacada por el ERP el 19 de enero de 1974.
Del total
general de 65 muertos identificados con nombre y apellido, contando guerrilleros
abatidos o prisioneros y vecinos, 55 de ellos figuran como “desaparecidos” o “asesinados”
en alguno de los tres informes oficiales de 1984, 2006 y 2015. En 37 casos se
pagaron indemnizaciones “reparatorias”:
dos por la ley 24.043, para “víctimas de detenciones
ilegales y exilios forzosos”, y 35
por la ley 24.411, para familiares de “víctimas
de asesinatos y desapariciones”. El total de dichas indemnizaciones, actualizado
a marzo de 2019, es de $281.000.000, a razón de $7.600.000 por caso. En el
Parque de la Memoria, 59 placas de pórfido patagónico llevan los nombres de
casi todos estos guerrilleros, quienes, se afirma, “murieron combatiendo por los mismos ideales de justicia y equidad”.
Los muertos de
las fuerzas de defensa y de seguridad han sido olvidados por la mayor parte de
los argentinos. Ellos son: el capitán Luis María Petruzzi, el teniente primero José
Luis Spinassi, el sargento ayudante Roque Cisterna y los soldados Roberto Caballero,
Benito Manuel Rúffolo y Raúl Fernando Sessa, todos del Ejército, y el cabo segundo
Enrique Grimaldi, de la Armada. La misma suerte corrieron los heridos.
El 24 de marzo
de 1976 comenzaría la última de las dictaduras militares, la que logró una tan
aplastante como impiadosa victoria militar en la guerra contra los ejércitos revolucionarios.
El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional terminaría en su propia
debacle, luego de la Guerra de las Malvinas, de 1982.
Ha llegado el
momento histórico de honrar a quienes, fieles al juramento de defender la Constitución
nacional, cayeron o fueron heridos resistiendo el ataque terrorista en Monte
Chingolo hasta horas antes de la Nochebuena de 1975.
Pedro José
Güiraldes
Ingeniero
civil