La Tablada es la
tercera ola de una ofensiva que comenzó con los juicios por los años 70 y
siguió con Malvinas. En diciembre de 2018, la justicia de San Martín comenzó a
juzgar al general Alfredo Arrillaga por la presunta desaparición de un
integrante del MTP, en el marco del copamiento del regimiento en 1989.
Agustín De Beitia
@agustindebeitia
El general (R) Alfredo Arrillaga está siendo juzgado por la presunta desaparición de un integrante del Movimiento Todos por la Patria. |
El combate para recuperar el cuartel de La Tablada, en el tramo final del gobierno de Alfonsín, dejó 28 muertos del MTP, 9 del Ejército y 2 policías. |
El mes pasado se
reinició el juicio por la recuperación del cuartel de La Tablada que comenzó en
diciembre pasado en los tribunales federales de San Martín, un proceso que bien
puede ser considerado como la tercera
ola de ataque judicial contra las Fuerzas Armadas.
Las dos primeras olas
apuntaron contra los militares que combatieron a los grupos armados de
izquierda en los años 70 y contra los que pelearon en Malvinas en el '82. Y las
tres tienen la misma secuencia: sed de venganza, testigos interesados, jueces
complacientes con esta maniobra, medios cómplices.
La última ola es esta
que comenzó el 10 de diciembre de 2018 en el Tribunal Oral Federal 4 de San
Martín. Allí se juzga al general (R) Alfredo
Arrillaga por la presunta desaparición de un integrante del Movimiento
Todos por la Patria (MTP), el grupo que intentó copar el Regimiento de
Infantería Mecanizada 3 (RIM3) de La Tablada, en el partido bonaerense de La Matanza,
el 23 de enero de 1989.
Arrillaga está en el
banquillo de los acusados por haber sido el máximo responsable del operativo
desplegado para recuperar el cuartel, en el tramo final del gobierno de
Alfonsín, un combate que dejó 28 muertos del MTP, 9 del Ejército y 2 policías.
El juicio es por cuatro presuntas
desapariciones: José Díaz, Iván Ruiz, Francisco Provenzano y Carlos
Samojedny. En este proceso oral y público sólo se juzgan los hechos que
rodearon el destino de Díaz, aunque las otras causas ya están en etapa de
instrucción.
En un juicio que
cuenta con una minuciosa cobertura de medios de izquierda, la novedad de la
semana última fue que citaron a declarar a otro militar de alta graduación, el
general (R) Sergio Fernández quien, como jefe de la Compañía de Comandos 601 y
al mando de un centenar de hombres, fue uno de los responsables también de la
recuperación del cuartel.
Fernández no tuvo que
responder sobre las desapariciones, ya que él estaba en otro lugar. Su
testimonio fue requerido por otro asunto: para dilucidar si Arrillaga negoció o no la rendición de los
terroristas a través de un megáfono.
El general contó que
el único que usó el megáfono fue él ese día, 24 de enero a la madrugada, y no para negociar sino para dar
indicaciones de que cesaran el combate, de que no corriera más sangre, ya que
no tenían salida, estaban rodeados.
REHENES
Fernández explicó que
no sabía cuántos rehenes tenían en su poder en el casino de suboficiales y que
la información que le llegaba era borrosa y a veces contradictoria. Fotografías
de la época registraron el momento en que los subversivos salieron con algunos
rehenes a la plaza de armas, todos con las manos en alto, para luego volver a
entrar, aunque sin que se pudiera dilucidar cuántos eran los cautivos. Después
se sabría que eran en total 22, entre
suboficiales y soldados, repartidos en distintas habitaciones.
La existencia de los
rehenes se ventiló así en la audiencia del miércoles último sin que a nadie le
sorprendiera. La privación ilegítima de la libertad, el uso de escudos humanos,
el tormento de una muerte probable, no parecen decir nada sobre sus derechos
humanos.
Fernández es veterano
de Malvinas y le tocó entrar en combate otra vez en Tablada, como al teniente
coronel (R) Emilio Nani, hoy en prisión domiciliaria mientras se sustancia un
proceso en su contra.
Son hombres que más
de una vez arriesgaron su vida por la patria y hoy desfilan por los tribunales
para rendir cuentas. No habría nada que decir si la Justicia no hubiera dado
pruebas de su doble estándar, de amañar los procesos y favorecer la venganza. De
los sediciosos que se alzaron en armas e iniciaron el baño de sangre en
Tablada, no queda ninguno en prisión. Favorecidos primero por una conmutación
de penas dispuesta por De la Rúa y luego por un indulto concedido por Duhalde.
Y ahora los mismos protagonistas impulsan esta causa para enjuiciar a quienes
fueron convocados a defender el cuartel.
La entrega de estos
últimos, en muchos casos heroica, es soslayada aquí como si no significara
nada. Un menosprecio que alimenta la impresión de que este es el único país que
a los héroes de guerra los arrastra a estas penurias.
Aún es recordada la
actuación de Fernández en Malvinas y cómo
derribó con un misil Blowpipe lanzado desde su hombro un avión Harrier GR3
pilotado por el teniente británico Jeff Glover, quien se eyectó y fue tomado
prisionero, apenas una de las proezas que realizaron estos hombres en
condiciones desfavorables y de las que rebosa esa contienda.
Fernández era
entonces jefe de la segunda sección de la Compañía de Comandos 601. Una
compañía que se formó específicamente para la Guerra de Malvinas. El jefe era
el mayor Mario Castagneto.
Aquella jornada, 21
de mayo de 1982, fue el día del desembarco
británico en San Carlos. Fernández se encontraba a menos de 30 kilómetros
con las dos secciones de la Compañía de Comandos. Apuntó al Harrier y le
disparó al segundo pasaje que hizo el avión sobre Puerto Howard, en la Gran
Malvina.
Aunque después diría
que fue un tiro afortunado, lo cierto es que en ese momento era el hombre más
experimentado del Ejército con ese sistema de misil antiaéreo de baja cota de
origen británico. Se había adiestrado durante casi tres años y desde el año
anterior era el jefe del curso de Blowpipe.
El disparo le arrancó
al avión un pedazo del ala. El piloto, que se había eyectado, fue capturado,
retenido un día en ese lugar y luego trasladado a Puerto Argentino. Estuvo en
el continente hasta julio de 1982 y luego fue devuelto a los británicos.
Los detalles del
impacto pudo saberlos Fernández porque tiempo después hicieron lo que se conoce
como After Action Review (revisión tras la acción) con el piloto británico aquí
en Buenos Aires. Desde entonces son grandes amigos, según repite.
Su historia, y el
presente juicio, vienen a recordarnos que con ciertos enemigos se puede recomponer
la vida y con otros se sigue combatiendo porque actúan artera y alevosamente
hasta muchos años después. Con el agravante de que son compatriotas.
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