El destacado
historiador Omer Freixa, efectúa un correcto y preciso análisis sobre la figura
gigante de Nelson Mandela y su desenvolvimiento como gran líder de la
pacificación en Sudáfrica, al término del Apartheid.
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Mandela en Soweto |
Tuvimos la
oportunidad de ser testigos del cambio producido en la nación sudafricana,
durante los primeros años de Mandela Presidente y apreciamos la enorme tarea
que hizo para apaciguar los ánimos entre sus compatriotas –de raza negra y
blanca–. Los blancos tenían gran temor que los oprimidos duramente durante
tantos años, buscarán venganza y ellos fueran el blanco seleccionado…
seguramente era lo más previsible.
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Nelson Mandela y Frederik W. de Klerk
recibieron el premio Nobel de la Paz en 1993
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Mandela y de Klerk dieron una
lección al mundo, mediante sus políticas de concordia y reconciliación obtuvieron el más preciado objetivo “la Pacificación Nacional Definitiva”.
Tómese nota que sus beneficios aún perduran y se han instalado como una
política nacional. Hoy, hombres de todas las razas conviven en la República de
Sudáfrica en plena armonía y pacíficamente… los temores y errores quedaron
sepultados en el pasado.
Como bien lo señala
el autor de la nota –Omer Freixa– no podemos decir lo mismo por estas pampas,
la crispación del poder de turno nos mantiene a todos ofuscados en forma casi
permanente. Freixa señala muchos de los conflictos, con los cuales el poder de
turno aún irrita a la sociedad… pero… olvidó uno muy importante: las
consecuencias de la guerra revolucionaria de los ’70 y la venganza terrorista a
través de la injusticia de los llamados “juicios
por la memoria, la verdad, o cualquier nombre que le quieran poner”. Tal
vez su juventud no le permitió ser un testigo de esa violenta época, cuando las
organizaciones político-militares-terroristas ansiaban hacerse del poder del
estado, mediante una cruel guerra revolucionaria, para instalar un estado
marxista-castrista ajeno al sentir de la mayoría de la sociedad.
Esa minoría que abrió
la “Caja de Pandora” hundió al país
en la noche de las tinieblas, las únicas fuerzas legales correspondían al
estado argentino y ellas vencieron por las armas al enemigo que le fue ordenado
“aniquilar”… es decir reducir a la
nada.
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Antonio Gramsci
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Esa minoría astuta –como
la serpiente– supo mutar y transformó una derrota militar en una victoria
política, utilizando el método
historiográfico de Antonio Gramsci. En 1978 el terrorismo estaba derrotado,
en 1983 actuaba en política infiltrándose nuevamente en la clase dirigente y
algunos ocupan cargos en la democracia renacida. En 1990 su participación en el
estado es mayor y a partir de 2003, se sacan la careta: ansían vengarse de sus
vencedores. Cambian la historia e imponen un relato… la sociedad sorprendida,
se traga el sapo. Y hoy estamos… como estamos, divididos, ofuscados,
desesperanzados, disconformes, desavenidos, etc.
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Juicio a las Juntas Militares
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Con el juicio a las
Juntas Militares que gobernaron durante el Proceso de Reorganización Nacional,
sus sentencias, condenas y prisiones… las heridas abiertas comenzaron a
curarse. Posteriormente durante el gobierno radical del Dr. Raúl Alfonsín y las
leyes de perdón sancionadas por el Congreso Nacional, las heridas iniciaron su
proceso de cicatrización. Con los indultos dictados por el presidente de la
Nación, representante del Partido Justicialista, Dr. Carlos Saúl Menem, las
heridas iniciaron la regeneración del tejido social.
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Terroristas mutados a políticos y funcionarios |
Pero una vez más como
en la historia bíblica la serpiente hizo su trabajo, en el 2003 la concordia y
reconciliación nacional retrocedieron en todos los logros alcanzados por la
sociedad… las heridas se abrieron y aún mana sangre de ellas.
Es imprescindible que
la concordia, la reconciliación y la justicia se reinstalen nuevamente en
nuestra querida Patria. El próximo timonel del rumbo nacional, sin duda alguna,
debe ser un líder con las cualidades del estadista conciliador que fue Nelson
Mandela… ¿Se atreverá a subirse a la historia?
Sinceramente,
Pacificación
Nacional Definitiva
por
una Nueva Década en Paz y para Siempre
NELSON
MANDELA, LA RECONCILIACIÓN Y AMÉRICA LATINA
Por: Omer Freixa
África,
como se sabe, siempre es el rezago de las noticias internacionales, a menos que
haya catástrofes para deleitar a las audiencias.
Sudáfrica, como parte de ese continente olvidado, también comparte esa pauta,
salvo que existan hechos que conciten el interés internacional de vez en
cuando. Si bien pasajero, uno fue en 2010, en ocasión de ser ese país sede de
la Copa Mundial de fútbol, por lo que dicho año se habló más de África en
general que en muchos otros. El 9 de
junio de 2013, el personaje más representativo de esa nación, Nelson Mandela,
entró en un declive por su acrecentada edad del cual no se repondría más, para
fallecer el 5 de diciembre pasado, a sus 95 años. De nuevo todas las
miradas del mundo se dirigieron a su patria para honrarlo como un ícono mundial
de la paz y de la reconciliación que, con
67 años de militancia, e incluyendo 27 de presidio, logró superar la infamia
racial del Apartheid y alcanzó la unidad de una nueva Sudáfrica democrática
de la cual resultó electo primer presidente, y el primer negro al poder de la
que denominara “nación del arcoiris”
en relación a su diversidad étnica y cultural, y la reconciliación post
Apartheid. En otro gesto loable de la
talla de uno de los estadistas más admirados del siglo XX, voluntariamente (a
diferencia de tantos mandatarios africanos que se enquistan en el poder) cedió
el mando en 1999. Finalmente, en cuanto a efemérides, se cumplen 20 años
del fin del tan repudiado Apartheid.
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Manos enlazadas por la conciliación |
Mandela concita la
admiración y el respeto en todo el mundo. Su ejemplo en aceptar dialogar con el
enemigo, perdonarlo por los agravios del pasado, y pretender la reconciliación,
debiera ser imitado en muchos lugares. En América Latina no hay figuras de su
talla, y lo más cercano a una homologación fue que al presidente José Mujica de
Uruguay lo hayan querido comparar con el sudafricano, pero “Pepe”, con su brutal honestidad, rechaza esa clase de comparación.
De modo que lo que urge en nuestra
región es la presencia de líderes con gestos conciliadores como el del
sudafricano más famoso.
Al momento del
fallecimiento de Mandela el presidente venezolano, Nicolás Maduro, comparó su
muerte con la de Hugo Chávez nueve meses antes, en el sentido de homologarlos
como dos grandes políticos del mundo, pero el
fenecido líder bolivariano no tuvo la capacidad de unir la nación como lo
hiciera hace 20 años el sudafricano, sino de dividirla, pese a las mejoras a
los sectores más postergados antes del inicio de la Revolución Bolivariana.
A su muerte, sobrevino el desafío de todo régimen basado fuertemente en el
carisma de su líder, preservarlo, misión que le tocó a Maduro, quien se declaró
hijo del Comandante. Pero la situación comenzó a complicarse con protestas
estudiantiles a comienzos de febrero pasado que desataron un panorama cercano a
la guerra civil y que para agosto cerró con un balance lamentable de 45
muertos, cientos de heridos y más de 2.500 detenidos, todo ello sumado a una
economía que tambalea, por ejemplo, con la inflación más alta de toda la
región. El chavismo, así como la
oposición, pierden el desafío de unir a los venezolanos ya que ambos
contribuyeron a generar una fractura sin precedentes de la sociedad
venezolana de la cual el estado de violencia que la asoló durante gran parte
del año es su mejor reflejo. Ni Chávez es Mandela, ni tampoco lo es el
referente opositor Leopoldo López, encarcelado desde el 18 de febrero, quien
comparó su situación a la del ícono negro por el injusto presidio que sufrió.
Para muchos opositores al gobierno, López es un nuevo Mandela, generado por
Maduro, ya que el gobierno lo catalogó de golpista y culpó de orquestar la
protesta fascista, así como de engendrar la violencia cuando también el
gobierno la promovió, por ejemplo, a través de los motorizados y la represión
estatal. Como sea, y más allá de la discusión eterna entre diversos actores que
se endilgan culpas, no hay espacio para
ningún gesto reconciliador y menos uno a la altura de Madiba, el apodo clánico
del primer presidente negro de Sudáfrica.
El
contexto argentino, si bien no tan ríspido como el venezolano este año, tampoco
ofrece una figura reconciliadora de la talla de Mandela ni mucho menos.
Los cruces entre oficialismo y oposición son permanentes y muchos subidos de
tono. Hace unos días el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, en conferencia de
prensa llamó a un periodista opositor “marmota”
en un juego de palabras por unas críticas efectuadas y el piquetero oficialista
Luis D´Elía, con su verborragia habitual, pidió simbólicamente en una pica la
cabeza del juez Claudio Bonadío, magistrado que pidió investigar un activo de
la presidenta Cristina Fernández. La oposición no se queda atrás. El periodista
y conductor televisivo Jorge Lanata, que el pasado 20 de febrero comparó a
Leopoldo López con Perón y Mandela en relación a su arresto, con el tono
incendiario y displicente que lo caracteriza, hace unas semanas cargó contra
todos los referentes opositores acusándolos de inútiles. La oposición y el
oficialismo podrían llenar capítulos de libros con episodios infantiles de
cruces verbales y peleas para todos los gustos.
Con tantos ejemplos a
la vista de confrontación y odio, tanto en Venezuela como en Argentina, es
claro advertir que no resulta fácil
vislumbrar algún fenómeno similar a lo ocurrido en Sudáfrica en cuanto a
reconciliación nacional, ni en los demás países de América Latina. Estamos
muy lejos de tener nuestro propio Nelson Mandela.
NOTA:
Las imágenes no corresponden a la nota original.