Por Karina Mariani 13.10.2019
Mario Terán, sargento del ejército de
Bolivia, mata en la quebrada del Yuro cerca de la aldea de La Higuera el 9 de
octubre de 1967, al Che Guevara. Con
estos datos concretos y con el agregado intangible del material con el que
están hechos los sueños, se ha creado un relato que ascendió al asesino
impiadoso, al podio de los héroes sociales.
¿Cómo llegamos a la beatificación del
sanguinario Che Guevara? ¿De qué elementos se nutrió el mito? ¿Cómo se acalló
el collage de imágenes de asesinatos y vejaciones? ¿Cómo puede ser que aún hoy
sea la imagen identificatoria de partidos políticos? El mito no nace, se hace. Y no se hace como quien sopla botellas, es
necesario desfigurar la historia y reinventar la leyenda áurea para el disfrute
a medida. Después de todo, cualquier subida al Olimpo está pavimentada de
algunas cabezas.
UN
SEGUNDON
El
sacrificio de la verdad histórica supone esconder que, en el castrismo
triunfante, el Che fue un segundón.
Un idiota administrativo y burocrático.
Un jarrón chino para el régimen cubano y también para el soviético. Un sediento
de sangre bueno para nada. Sí, en cambio, hay que mirar el contexto
propagandístico internacional.
El comunismo como modelo a seguir
venía en picada: tanto, pero tanto así que pese a las desmentidas de meses
anteriores, en Berlín se construye en 1961 el famoso muro que pone coto a las
filtraciones que se hacían de oriente a occidente. El mundo entero despreciaba
al paraíso comunista, nada salía según lo previsto por la planificación estatal
igualitarista. Había hambre y desabastecimiento y sobre todo no había más
mística. La censura recrudecía para evitar que se sepa lo ya sabido: todo el que puede se raja del paraíso.
El Che es un bálsamo entre tanto
fracaso. Se le fabrica un curriculum a tal fin, viajes de ensoñación por
Latinoamérica, una moto y un mesianismo salvador, el justiciero agobiado por
los privilegios, el demócrata, el pacifista. Lo que resulta de este guiso
ideológico es un excelente un artículo de consumo, el “one of us” que embellezca al
alicaído sueño comunista de las elites intelectuales que, disfrutando del
capitalismo, son indolentes ante la tragedia marxista.
La figura del guerrillero argentino
pasa a ser inspiración de la órbita artística bienpensante que curiosamente
llega hasta nuestros días. Más de 30 canciones, al menos siete películas,
pinturas, poemas y una coordinada parafernalia de épica pobrista une a Pablo
Milanés, Víctor Jara, Ismael Serrano, Atahualpa Yupanqui, Silvio Rodríguez,
Mario Benedetti, Pablo Neruda, Julio Cortázar, Nicolás Guillén, Paolo Heusch,
Richard Fleicher, Aníbal di Salvo, Walter Salles, Josh Evans, Steven Soderbergh
y Benicio del Toro. El mito no se detiene.
Más de 40 años después de la fracasada
aventura boliviana que termina con su vida, Ernesto Guevara es la cara de un
nutrido despliegue de marketing promocional que va desde remeras, gorras,
posters, lapiceras, tazas, pins y hasta ambulancias. Generaciones completas
venerando a quien consideran un santo de la lucha contra la opresión. El
carilindo revolucionario no deja de ser paradoja para quienes se oponen a los
parámetros estéticos del occidente capitalista. Para la venta y consumo de la
progresía era un icono mucho más digerible, un tipo que hacía soñar a las
señoritas, un culto, un sacrificado. La conformación marketinera del mito
Guevarista responde a que la propaganda comunista necesitaba que se renueve la
fascinación en los países occidentales.
Ernesto Guevara de la Serna, un inútil
en la administración castrista que como médico nunca salvó una vida puso
especial celo en la tarea de exterminar. Fundador orgulloso de campos de
concentración como Guanahacabibes donde mostraba particular odio por los
homosexuales, no dudó en violar, torturar y ejecutar también a disidentes,
católicos, Testigos de Jehová y afro-cubanos en las Unidades Militares de Ayuda
a la Producción (UMAP). Culpable de acabar con la agricultura cubana como
director del Instituto Nacional de Reforma Agraria; también fue presidente del
Banco Nacional de Cuba, ministro de Economía y ministro de Industria. No tenía
ni remota idea de ninguna de estas materias. Su temprana muerte lo salva de
asumir la culpa de las décadas de fracaso de la dictadura cubana.
Con esta singular biografía pasó a
florearse en la Asamblea General de la ONU al grito de:
-
“Nosotros
tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado
siempre ante el mundo: fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y
seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a
muerte”.
y algunas otras perlas como:
- “¡Los jóvenes
deben aprender a pensar y actuar como una masa. Es criminal pensar como
individuos!”
-“Hay
que acabar con todos los periódicos. Una revolución no se puede lograr con la
libertad de prensa”.
-“Para enviar hombres al pelotón de fusilamiento, la
prueba judicial es innecesaria. Estos procedimientos son un detalle burgués
arcaico. ¡Esta es una revolución! Y un revolucionario debe convertirse en una
fría máquina de matar motivado por odio puro”.
Ante los ojos del mundo el Che gritó
estas cosas. ¿Cómo no es detestado como
otros predadores, como Hitler? Tal vez la respuesta consista en la maceración
de décadas y décadas que, de la imagen de Ernesto Guevara, han hecho la
industria de la educación y el entretenimiento. La reinvención de la
historia no es un fenómeno nuevo y del asesino serial pasamos al tipo que mira
esperanzadamente hacia el poniente desde las remeras. Este producto ensamblado
sirve para vender boinas y sirve para sostener el mito de que la “justicia
social” justifica la violencia.
Esta
semana se cumplieron 52 años de la muerte del asesino.
Lo que no murió es el ansia totalitaria. Tampoco murió su eficaz aparato de
propaganda. Porque aún no apareció un producto tan amortizable, aunque hay
varios prototipos en fase beta. Por eso no lo dejan morir de una vez.
Karina
Mariani
@KarinaLMariani
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No dejar comentarios anónimos. Gracias!