Por Mauricio Ortín
En las páginas
28/29 de la revista: “Evita Montonera” (Nº 5,Junio-Julio de 1975)*, un artículo
-sin firma- que lleva por título “La Epopeya de Ledesma” narra y reivindica una
acción de guerra, llevada a cabo el 18 de abril de 1975, con la artimaña de que
“… la respuesta militar era imprescindible: (dado que) la lucha espontánea de
las masas (ledesmenses) demostró sus limitaciones y había desánimo.” Tal
respuesta se materializó (sigue el artículo) en “… poner un caño en la casa de
Lemos, gerente general del Ingenio” (Ledesma). Traducción, cuatro muchachos “idealistas”
que no eran de Ledesma, con el objeto de levantar el ánimo de los
“indiferentes” obreros del Ingenio, intentarían asesinar a Alberto Lemos, a su
señora y a sus pequeños hijos. (La teoría foquista considera que este tipo de hechos
instaura, en las masas, las imprescindibles condiciones subjetivas para hacer
la revolución comunista). Al atentado que, por suerte, sólo causó daños
materiales siguió la huida de los guerrilleros en un automóvil y la inmediata
movilización de la policía jujeña. En tales circunstancias se topan con un
control policial en el paraje El Quemado. Se detienen y, en el momento que
dos policías se acercan para identificarlos,
les disparan a quemarropa y continúan en
su fuga hacia Salta (sin vida, quedan tendidos en el asfalto el Comisario Salomón
Guerra y el subcomisario Herminio Álvarez). Conscientes de que no podrían
sortear otro control policial, abandonan el vehículo en la ruta 34 y a marcha
forzada atraviesan los cerros que los separan de la ciudad de Salta. Una vez
allí, de ellos se ocultan en una casa-aguantadero ubicada en Villa San Lorenzo.
El 20 de abril de 1975, a escasa horas de haberla ocupado, la policía salteña
rodeó la vivienda y dio muerte a René Esteban Locascio Terán y a Ramón Antonio
Díaz Romero. Por este hecho de sangre se llevó a juicio, acusados de crímenes
de lesa humanidad, a los policías intervinientes. Refiriéndose a los sucesos
descriptos y en orden a solicitar una condena para los policías por crímenes de
lesa humanidad, el fiscal Francisco Snopek (El Tribuno 17/06/2015) sostuvo que
“No hubo hechos aislados sino un plan sistemático” (de exterminio). Pero, ¿cuál
plan y de quién? Las muertes de Locascio Terán y Díaz Romero no son otra cosa
que una de las consecuencias previsibles de su propio plan criminal. El Estado,
por ley, tenía y tiene el deber de reprimir el delito.
El señor
fiscal Snopek, al que le pagamos un generoso sueldo los contribuyentes, tiene
el encargo sagrado de actuar con responsabilidad. El poder judicial está para
buscar la verdad y hacer justicia y no para, con argumentos tirados de los
pelos, poner en riesgo la honra y la libertad de los contribuyentes. Por su
parte y para no ser menos, el abogado querellante por la secretaría de DD.HH.
de la Nación, Martín Ávila, (El Tribuno 17/06/2015) dijo: “No hubo una guerra.
No hay justificación posible para los delitos”. Aparentemente, Ávila no leyó ni
uno solo de los miles de ejemplares de las organizaciones armadas de los ‘70 en
las que, por lo menos, una vez por página se afirma que en la Argentina se
libraba una guerra contra el Estado. Guerra que también se pretende negar en infame
resolución 33/2012 del Concejo Deliberante de la Ciudad de Salta que solicita
la demolición del monumento al Combate de Manchalá.
fiscal Snopek |
De los
asesinados del otro lado casi nadie se acuerda. Los policías Hugo Salomón Guerra
y Herminio Francisco Álvarez víctimas de Locascio Terán y Díaz Romero, como las
ratas, no son sujetos de derechos humanos. Para ellos no se pide ni justicia,
ni memoria, ni verdad. En el funeral de ambos, el por entonces gobernador
justicialista de Jujuy, Carlos Snopek, los homenajeó en su carta de pésame: “El
pueblo –nos dice- el sacrificio del Comisario Guerra y el del Oficial Principal
Álvarez lo merece todo. Y esto, Señor Jefe de Policía, pese a los oscuros
objetivos de los apátridas que no vacilan ante el asesinato, adquiere la
dimensión de un símbolo y un ejemplo. Los jujeños de ahora en más tendremos en
este suceso la clara visión de los que significa ser argentinos…”
Estoy
persuadido de que si las cosas hubieran sucedido al revés; si, en El Quemado,
los policías jujeños Salomón Guerra y Herminio Álvarez, hubieran salvado sus
vidas abatiendo a los terroristas, seguramente, también el gobernador Snopek
los hubiera homenajeado. Mas, entonces, a cuarenta años de ese reconocimiento,
serían ellos los que estarían siendo enjuiciados por crímenes de lesa humanidad.
En fin, eran
otros tiempos y, también, otros Snopek…
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