jueves, 25 de junio de 2015

OTROS TIEMPOS…

                                                   
Por Mauricio Ortín

En las páginas 28/29 de la revista: “Evita Montonera” (Nº 5,Junio-Julio de 1975)*, un artículo -sin firma- que lleva por título “La Epopeya de Ledesma” narra y reivindica una acción de guerra, llevada a cabo el 18 de abril de 1975, con la artimaña de que “… la respuesta militar era imprescindible: (dado que) la lucha espontánea de las masas (ledesmenses) demostró sus limitaciones y había desánimo.” Tal respuesta se materializó (sigue el artículo) en “… poner un caño en la casa de Lemos, gerente general del Ingenio” (Ledesma). Traducción, cuatro muchachos “idealistas” que no eran de Ledesma, con el objeto de levantar el ánimo de los “indiferentes” obreros del Ingenio, intentarían asesinar a Alberto Lemos, a su señora y a sus pequeños hijos. (La teoría foquista considera que este tipo de hechos instaura, en las masas, las imprescindibles condiciones subjetivas para hacer la revolución comunista). Al atentado que, por suerte, sólo causó daños materiales siguió la huida de los guerrilleros en un automóvil y la inmediata movilización de la policía jujeña. En tales circunstancias se topan con un control policial en el paraje El Quemado. Se detienen y, en el momento que dos  policías se acercan para identificarlos, les disparan a quemarropa y  continúan en su fuga hacia Salta (sin vida, quedan tendidos en el asfalto el Comisario Salomón Guerra y el subcomisario Herminio Álvarez). Conscientes de que no podrían sortear otro control policial, abandonan el vehículo en la ruta 34 y a marcha forzada atraviesan los cerros que los separan de la ciudad de Salta. Una vez allí, de ellos se ocultan en una casa-aguantadero ubicada en Villa San Lorenzo. El 20 de abril de 1975, a escasa horas de haberla ocupado, la policía salteña rodeó la vivienda y dio muerte a René Esteban Locascio Terán y a Ramón Antonio Díaz Romero. Por este hecho de sangre se llevó a juicio, acusados de crímenes de lesa humanidad, a los policías intervinientes. Refiriéndose a los sucesos descriptos y en orden a solicitar una condena para los policías por crímenes de lesa humanidad, el fiscal Francisco Snopek (El Tribuno 17/06/2015) sostuvo que “No hubo hechos aislados sino un plan sistemático” (de exterminio). Pero, ¿cuál plan y de quién? Las muertes de Locascio Terán y Díaz Romero no son otra cosa que una de las consecuencias previsibles de su propio plan criminal. El Estado, por ley, tenía y tiene el deber de reprimir el delito.


El señor fiscal Snopek, al que le pagamos un generoso sueldo los contribuyentes, tiene el encargo sagrado de actuar con responsabilidad. El poder judicial está para buscar la verdad y hacer justicia y no para, con argumentos tirados de los pelos, poner en riesgo la honra y la libertad de los contribuyentes. Por su parte y para no ser menos, el abogado querellante por la secretaría de DD.HH. de la Nación, Martín Ávila, (El Tribuno 17/06/2015) dijo: “No hubo una guerra. No hay justificación posible para los delitos”. Aparentemente, Ávila no leyó ni uno solo de los miles de ejemplares de las organizaciones armadas de los ‘70 en las que, por lo menos, una vez por página se afirma que en la Argentina se libraba una guerra contra el Estado. Guerra que también se pretende negar en infame resolución 33/2012 del Concejo Deliberante de la Ciudad de Salta que solicita la demolición del monumento al Combate de Manchalá.

fiscal Snopek

De los asesinados del otro lado casi nadie se acuerda. Los policías Hugo Salomón Guerra y Herminio Francisco Álvarez víctimas de Locascio Terán y Díaz Romero, como las ratas, no son sujetos de derechos humanos. Para ellos no se pide ni justicia, ni memoria, ni verdad. En el funeral de ambos, el por entonces gobernador justicialista de Jujuy, Carlos Snopek, los homenajeó en su carta de pésame: “El pueblo –nos dice- el sacrificio del Comisario Guerra y el del Oficial Principal Álvarez lo merece todo. Y esto, Señor Jefe de Policía, pese a los oscuros objetivos de los apátridas que no vacilan ante el asesinato, adquiere la dimensión de un símbolo y un ejemplo. Los jujeños de ahora en más tendremos en este suceso la clara visión de los que significa ser argentinos…”

Estoy persuadido de que si las cosas hubieran sucedido al revés; si, en El Quemado, los policías jujeños Salomón Guerra y Herminio Álvarez, hubieran salvado sus vidas abatiendo a los terroristas, seguramente, también el gobernador Snopek los hubiera homenajeado. Mas, entonces, a cuarenta años de ese reconocimiento, serían ellos los que estarían siendo enjuiciados por crímenes de lesa humanidad.

En fin, eran otros tiempos y, también, otros Snopek…

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