Por: Ricardo Angoso | junio 22,
2015
Foto: tomada de infobae.com |
Rusia ha ganado una batalla,
arrebatándole Crimea y los territorios de la no reconocida “República del Donetsk” a Ucrania, pero todavía no ha ganado la
guerra. La rápida y vertiginosa guerra ucraniana ha revelado nuevamente a las
claras que la indefinición política es la peor de las políticas a la hora de
encarar una grave crisis, que se
manifestó en clave interna en sus orígenes y que después devino en una
descarada intervención militar rusa en territorio ucraniano.
Mientras Occidente dudaba, sobre
todo debido a la escasa determinación del presidente norteamericano Barack
Obama a la hora de tomar una decisión rotunda y contundente frente al gigante
ruso, Rusia actuaba rápidamente tratando de desestabilizar a Ucrania, se anexionaba
Crimea, intervenía militarmente en el Donetsk y otros territorios ucranianos e
incumplía todos los acuerdos firmados con los incautos occidentales. Vladimir Putin, que conoce bien
ese carácter pusilánime y cobarde a la hora de tomar decisiones audaces por
parte de los europeos, siempre divididos y enzarzados en gratuitas disputas
internas que fortalecen directamente a Moscú, actúo con rapidez, coraje y sin
dudar ni por un minuto en cuál era la mejor de las opciones posibles: usar la
fuerza frente a la escasa determinación occidental.
Pero también Ucrania ha pagado
los crasos errores cometidos en estos últimos 24 años por su clase política,
que perdió todo este tiempo en una suerte de transición a la democracia que se
convirtió en un viaje hacia ninguna parte. Eso en el plano interno, pero en lo
que se refiere a su política exterior fue todavía peor. Sin en estos largos
años en vez de haber estado coqueteando con todos sus vecinos, incluyendo a
Rusia, hubieran optado por una política exterior de inclusión paulatina en la
OTAN y en la UE, tal como hicieron los países bálticos y el resto de los
antiguos Estados comunistas, las cosas hubieran ido por unos derroteros bien
distintos. Pero ya se sabe, las guerras se pierden por dos palabras: demasiado
tarde. Así ocurrió en Ucrania, que nunca supo ver el peligro que representaba
para su integridad territorial y soberanía nacional la cercanía y vecindad con
Rusia.
Luego Europa, más concretamente
la Unión Europea (UE), tampoco fue capaz de articular una política correcta
hacia el desafío que representaba la intervención rusa en Ucrania. Algunos
países, como España, Grecia, Chipre e Italia, mantuvieron un perfil bajo en sus
críticas a Putin e incluso consideraban como contraproducentes las sanciones
aprobadas contra Rusia. En plena crisis, e incluso ahora, Grecia firma acuerdos
con Moscú, busca el apoyo financiero a sus reformas y desafía abiertamente a
sus socios europeos, en un gesto tan desleal como infame. La reciente firma de
un acuerdo energético entre Moscú y Atenas, en plena negociación entre los
responsables económicos de la UE y las izquierdistas autoridades griegas, es un
jarro de agua fría a los intereses de los dos grandes acreedores de Grecia:
Alemania y Francia.
LOS ERRORES ESTRATÉGICOS DE LA UE Y LA OTAN EN LA CRISIS
Luego que nadie se olvide: las
sanciones comerciales y económicas contra Rusia no han dañado ni erosionado, ni
en lo más mínimo, el omnímodo poder de Putin y la corte de oligarcas que le
apoyan y le jalean. Más bien han conseguido lo contrario: la popularidad de
Putin es cada día más alta y su poder se ha afianzado aún más. Todo lo
contrario de lo que ocurre en Ucrania, donde la elite que sucedió al depuesto
presidente Víctor Yanukóvich se ha mostrado incapaz de gobernar al país y le ha
llevado una situación económica catastrófica. Junto a estos elementos, que ya
de por sí son graves, hay que añadir el clima de corrupción reinante, la pésima
gestión de la guerra contra las milicias rusas en su interior y la actitud titubeante y poco firme de su
nuevo presidente, Petró Poroshenko.
Ucrania ha quedado atrapada entre
los intereses geoestratégicos rusos en lo que fue su antigua área de influencia
y los anhelos de Occidente por extender más allá de sus actuales fronteras a la
OTAN y a la UE. Sin embargo, el cálculo estratégico de ambas organizaciones fue
fallido y no tuvo en cuenta que la sociedad ucraniana era dual, que estaba
claramente fragmentada y dividida.
En Ucrania, casi el 20% de la
población pertenece a la minoría rusa y vive en las zonas cercanas a la frontera
con la Federación Rusa, en el Este del país, y aproximadamente un 75% es
ucraniana. Este frágil equilibrio, que se mantenía prendido por alfileres desde
la desmembración de la Unión Soviética, saltó en pedazos tras el anuncio del
nuevo ejecutivo de Kiev de acercarse e integrarse en la UE y romper sus lazos
históricos con Rusia, que había apoyado en la grave crisis política al ahora
exiliado, en Moscú, “casualmente”,
expresidente Yanukóvich.
DE MOLDAVIA A UCRANIA, PASANDO POR GEORGIA Y CHECHENIA
Rusia ha ganado todas las guerras
de la posguerra fría, desde Moldavia, cuando provocó la secesión de
Transnistria, hasta la de Ucrania, pasando por las de Georgia -donde se
anexionó Abajsia y Osetia del Sur- y Chechenia. La UE, pero especialmente las
grandes potencias, Francia, Alemania y el Reino Unido, deben sopesar hasta
dónde quieren llegar en su pulso con Moscú, pero lo tienen que hacer de una
forma realista y clara.
Pero, de la misma forma, Rusia
también debería evaluar si en un mundo global, cada día más complejo e
interconectado, su desafío permanente a Occidente no le acabará acarreando un
mayor aislamiento, graves consecuencias para su economía doméstica, como le
está ocurriendo ahora, y una nueva guerra fría que le generará un más que
seguro atraso tecnológico y cultural. Y, por cierto, ¿no fueron esas las causas
para que el bloque comunista se hundiera y la Unión Soviética saltara en
pedazos frente a un Occidente liderado por los Estados Unidos? Putin debería
reflexionar sobre todos estos asuntos antes de tomar decisiones precipitadas y
seguir con sus andanadas bélicas, pues no sea que vaya a morir de éxito, como
decía alguno, y perder la guerra.
Ricardo Angoso
@ricardoangoso
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