Es difícil dimensionar la trascendencia de lo ocurrido en
Argentina. Se trata de un golpe devastador para el populismo latinoamericano,
incluido nuestro gobierno, el que ha optado, como advirtió The Economist hace
poco, por continuar la ruta que arruinó a nuestros vecinos.
Argentina, como sabemos, no siempre fue el desastre que es
hoy. Por casi cincuenta años antes de la Primera Guerra Mundial nuestros
vecinos crecieron a tasas de un promedio de 6% anual, la tasa más alta jamás
registrada en la historia del mundo por un periodo tan prolongado. Millones de
europeos abandonaban sus países para llegar a la tierra prometida de Argentina
a tal punto que en 1914 la mitad de los habitantes de Buenos Aires era nacido
en el extranjero. El país llegó a estar entre los diez más ricos del mundo
superando a Francia, Alemania e Italia mientras su ingreso per cápita era de un
92% del promedio de los 16 países más ricos del mundo. Brasil, por hacer una
comparación, tenía un ingreso de un cuarto del argentino. Y esto no era solo en
base exportaciones de bienes primarios.
Entre 1900 y 1914 la producción industrial de Argentina se
triplicó alcanzando un nivel de crecimiento industrial similar al de Alemania y
Japón. En el periodo 1895-1914 en tanto, se duplicó el número de empresas
industriales, se triplicó el trabajo en ese sector y se quintuplicó la inversión
en el mismo. Todo esto fue acompañado de un progreso social sin precedentes en
el país: si en 1869 entre un 12% y 15% de la población económicamente activa
pertenecía a los sectores medios, en 1914 la cantidad alcanzaba el 40%. En el
mismo periodo el nivel de analfabetismo se redujo a menos de la mitad.
Usted se preguntará cómo llegaron nuestros vecinos a ser uno
de los países más ricos del mundo. La respuesta es que desde mediados del siglo
19 introdujeron instituciones liberales que desataron las energías creadoras de
sus habitantes. El marco más relevante fue la constitución de Juan Bautista
Alberdi, brillante intelectual que admiraba a Thomas Jefferson y a los padres
fundadores de Estados Unidos. Reflejando la filosofía libertaria que inspiraría
su constitución, Alberdi diría cosas impensables para un político actual, como
por ejemplo, que "los pueblos del Norte no han debido su opulencia y
grandeza al poder de sus Gobiernos, si no al poder de sus individuos" y
que "las sociedades que esperan su felicidad de la mano de sus Gobiernos
esperan una cosa que es contraria a la naturaleza".
El mismo Alberdi agregaría que "los Estados son ricos
por la labor de sus individuos, y su labor es fecunda porque el hombre es
libre, es decir, dueño y señor de su persona, de sus bienes, de su vida, de
su hogar". Toda esta filosofía
liberal que encumbró a la Argentina a la cúspide mundial se desplomó de manos
del socialismo fascista de Perón y las nuevas doctrinas estatistas que
proliferaron a partir de la Gran Depresión de los años 30. Desde ahí nunca más
volvió a ser lo mismo. Hoy, Argentina es un fracaso económico y social con una
de las inflaciones más altas del mundo occidental, niveles de corrupción
récord, un ingreso que apenas llega al 43% del promedio de los 16 países más
ricos, inseguridad galopante, pobreza de un 30%, y además ha sido expulsada de
los mercados de capitales internacionales.
Pero la esperanza llegó, tras un siglo de declive. El nuevo
gobierno encabezado por Mauricio Macri puso fin no solo a más de una década de
degeneración institucional kirchnerista sino a casi cien años de dominio
político peronista. Así las cosas, la tarea que enfrenta Macri es nada menos
que derrotar la historia. Ya logró un primera victoria en las urnas el pasado
domingo. Esa fue la parte "fácil". Ahora le toca dar inicio a una
transformación sostenible en el tiempo que logre terminar, a nivel cultural e
ideológico, con el peronismo que ha destruido la libertad y condenado a la
decadencia y vergüenza internacional a un pueblo que ha probado tener lo
necesario para pertenecer a la élite mundial.
Si Macri logra la titánica hazaña de dejar iniciado ese
cambio permanente pasará a ser el más grande líder político que haya conocido
la Argentina en más de un siglo y sin duda uno de los más grandes que haya
conocido América Latina en toda su vida independiente. Los latinoamericanos de
buena voluntad no podemos más que desearle suerte y ofrecerle toda nuestra
ayuda, por el bien de Argentina y por el de América Latina.
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