Finalizó abril y luego de más de cuatro meses de gobierno de Cambiemos cuesta expresar, en términos definitorios, como vamos bajo la égida de esta nueva gestión y esa indefinición es, en sí misma, el indicio de una marcha plagada de dudas y contradicciones.
Hay áreas en que el gobierno actúa con decisión y firmeza
superando cualquier oposición. Otras en que predominan las dudas e inseguridades
y, finalmente, están aquellas en que claramente tambalea.
Esto puede atribuirse a que, tal como afirman los líderes de
PRO (núcleo central de la coalición Cambiemos), el gobierno carece de
ideología, lo que se traduce en la falta de coherencia en el diseño de
políticas públicas que a veces son crudamente capitalistas, con amagues
liberales, promesas desarrollistas y toques de populismo. También puede influir
el mosaico de ministros y demás funcionarios provenientes de distintos ámbitos
políticos y empresariales que se desempeñan con relativa autonomía y ciertas
dosis de improvisación. Lo cierto es que la fuerza, la firmeza y la coherencia
se han centrado, hasta el presente, en las cuestiones financieras vinculadas a
la liberación del dólar y el acuerdo para el pago a los tenedores de bonos
impagos, con la consecuente y exitosa salida del “default”.
La sociedad ha absorbido con resignación los aumentos en las
tarifas de servicios y transportes con sus consecuencias sobre la inflación y
la pérdida en la capacidad de consumo, asumiendo la necesidad de bajar
los subsidios que ya eran asfixiantes. Es la misma aceptación racional con que un enfermo bebe una amarga medicina aunque le
desagrade. Pero luego, con esa misma
racionalidad, se experimenta un natural
rechazo ante el cuarto aumento consecutivo en el valor de los combustibles que
parece dirigido a subsidiar a las empresas petroleras. El gobierno se dice
preocupado por la inflación pero aumenta con fervor todo lo que depende del
Estado sean impuestos, peajes o combustibles y eso contradice su mensaje.
Montados en los reclamos vinculados a la inflación, los
despidos y una supuesta insensibilidad gubernamental para atender las
exigencias gremiales, cuatro de las cinco centrales sindicales organizaron una
movilización que no compartimos.
Demasiado pronto para marcarle el terreno a un gobierno que recibió de su
antecesor un país destrozado y una herencia harto pesada, actuando con el aval de una buena parte de los
sindicalistas presentes. Fue una marcha con un componente básicamente político,
una demostración de fuerza tibia pero innecesaria y además extemporánea.
Creemos que este es el tiempo para tratar de
motivar al gobierno para que corrija sus errores señalando, dialogando y
debatiendo pero que aún estamos lejos de que la sociedad tenga la necesidad de
expresarse en la calle.
Con esa intención nos permitimos hacer notar, por ejemplo,
la deuda que continúa existiendo en el tema de la inseguridad. Las muertes de
varios jóvenes acaecidas en una de las
llamadas fiestas de “música electrónica”
ponen de relieve la hipocresía con que sigue manejándose el tema de la
drogadicción en nuestra sociedad. Intereses empresariales con complicidad de
quienes deberían controlar y regular, permiten la continuidad de estos
espectáculos que solo representan excusas para un consumo desenfrenado de “pastillas” altamente tóxicas y dañinas
entre un público mayoritariamente juvenil. Con tono doctoral, se utilizan
eufemismos como la “reducción de daños”
que proponen analizar el grado de calidad de las sustancias que se consumen a
través de laboratorios estatales, dando una autorización de hecho para la
destrucción masiva de los complejos neuronales de nuestros jóvenes con finales
trágicos. A la droga se la combate con toda la fuerza y todas las armas y no
está mal que los jueces prohíban las fiestas electrónicas y similares hasta que
los organizadores y las agencias gubernamentales estén en condiciones de
garantizar que las drogas sintéticas no circulen libremente durante su
desarrollo.
Otro tema irritante es el descontrol en la calle. El
protocolo anunciado por el Ministerio de Seguridad quedó en letra muerta y la
más patética de las demostraciones se observó
cuando la milicia particular de “la
Cámpora” se hizo cargo del control de la calle y del edificio de los Tribunales el día que
la ex presidente Cristina Fernández vino a Buenos Aires a declarar ante un juez. El control que el Estado debe
ejercer en los espacios públicos no es optativo sino irrenunciable y no es
excusa el temor a que se produzcan incidentes. Esta actitud es una demostración
de debilidad e inoperancia que los violentos aprovechan en su beneficio.
Afortunadamente, el discurso que pronunció la ex presidente
nos trajo los peores recuerdos y nos hizo estremecer al pensar que si hubiera
ganado las elecciones el Frente para la Victoria nuestro destino seguiría atado
a los caprichos de una asociación de inoperantes y corruptos. Ese sigue siendo
el mayor comodín con que cuenta el nuevo gobierno pero no debe dilapidarlo,
sino que debe aprovechar el período de crédito para avanzar con acciones firmes
y positivas.
Uno de los elementos que permiten mantener abiertos los ojos
de la sociedad es la visibilidad que han tomado los casos de corrupción de
funcionarios, que pasaron de las investigaciones periodísticas a los estrados
judiciales. Luego de marcar la cobardía de los jueces que esperaron a que los
funcionarios perdieran poder para empezar a actuar, ahora, la sociedad, está
exigiendo que actúen hasta las últimas consecuencias, alcanzando a todos los
cargos, aun los que detentaron el poder ejecutivo. Más allá de las opiniones
personales, la exposición de las incalculables fortunas que no pueden ocultarse
porque las constituyen fastuosas mansiones, estancias, hoteles, empresas y
vehículos de todo tipo, nos mueve a exigir que los ladrones corruptos y
lavadores de dinero terminen en la cárcel y que sus bienes sean confiscados y
vuelvan al erario público. Cualquier otra alternativa sería una chicana
inaceptable.
Finalmente debemos mencionar uno de los aspectos más insatisfactorios
de la nueva gestión. Suponíamos que cuando se habló en la campaña de terminar
con “el curro de los derechos humanos”
era porque se había comprendido que los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner
habían montado un negocio político pagando fortunas en indemnizaciones y
alimentando con fondos públicos a organizaciones de activistas que se hacen
pasar por defensores de los derechos humanos. Si bien claramente el gobierno
actual no exacerba esa política tampoco ha dado muestras todavía de estar dispuesto
a revisarla, a preocuparse por las víctimas de las bandas de terroristas que
asolaron la nación y sobre todo a cuestionar los fundamentos contrarios a
derecho con que se juzgaron y se juzgan a los miembros de las Fuerzas Armadas,
de Seguridad y Policiales (más algunos civiles).
Se han vulnerado principios fundamentales del derecho como
la irretroactividad de la ley penal y muchos otros que cualquier jurista no
comprometido con el “kirchnerismo”
reconoce como inaceptables. Apenas se ha logrado que algunas de las flagrantes
violaciones a los derechos humanos que sufrían los detenidos por causas
denominada de “lesa humanidad”
comiencen lentamente a ser corregidas. Sin embargo, el 5 de mayo amenaza con
ser la fecha en que se consumará una de las mayores aberraciones jurídicas de
la justicia argentina porque se iniciarán los juicios a los militares que
participaron en el Operativo Independencia en la provincia de Tucumán,
combatiendo a la guerrilla rural del autodenominado Ejército Revolucionario del
Pueblo, por decreto de la presidente constitucional María Estela Martínez de
Perón. Semejante aberración se agrava
porque uno de los querellantes es la Secretaría de Derechos Humanos de la
Nación, la actual, de modo que, si esa Secretaría no renuncia de inmediato a su
condición de querellante, el gobierno de Cambiemos ya no podrá mirar este tema como una rémora del
pasado y limitarse a decir que es “una
cuestión de la justicia” pues pasará a ser parte del problema. Esperamos
una rápida y eficiente acción pues este tema no puede esperar y esos juicios
son absolutamente contrarios a derecho.
Luego de repasar estos temas y volviendo a la pregunta
inicial acerca de ¿cómo vamos? hemos visto que no resulta fácil contestarla en
forma unívoca. Podemos decir que estamos infinitamente mejor que si hubiera
ganado el Frente para la Victoria pero que el gobierno tiene un crédito
que no puede dilapidar sin defraudar a
los argentinos que confiaron en la posibilidad de un cambio, no solo en lo material sino, y
especialmente, en los valores espirituales, morales y jurídicos que
corresponden a una verdadera república y que deseamos para nuestra querida
patria y sus sufridos habitantes.
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