Por
Mauricio Ortín
En
el año 2015, diez ex-agentes penitenciarios de la cárcel de La Plata fueron
condenados a cumplir 14 años de prisión por el delito de “privación ilegítima de la libertad” que habrían cometido el 7 de
octubre de 1976 en ocasión de custodiar a 90 presos que fueron trasladados
desde el aeropuerto de Jujuy al de La Plata. El Tribunal consideró, y así
falló, que los acusados cometieron crimen de lesa humanidad durante las tres
horas que duró el viaje en avión.
El
2 de julio de 1976 un artefacto explosivo estalló en la Superintendencia de
Seguridad Federal de la ciudad Buenos Aires. Mientras almorzaban, 23 personas
murieron y otras 60 resultaron heridas. La organización Montoneros se atribuyó
el hecho mediante un parte de guerra. Dado que para los jueces este tipo de
crímenes no es de lesa humanidad se dio por prescripta la causa y se sobreseyó
a los acusados.
Es
que “No se puede pretender que se aplique
la misma normativa para delitos comunes que para aquellos delitos que ofenden
la conciencia de la humanidad. Estos últimos, son atroces y aberrantes”,
argumentan quienes avalan los fallos citados y la negación del 2 x 1, entre
otros, a los diez ex-agentes penitenciarios de La Plata.
Al
respecto, confieso mi desazón por el conflicto interno que en mí se desata. Ello
porque, aún con todo el empeño que me propongo, me resulta muy difícil concebir
que custodiar presos durante tres horas sea infinitamente más atroz y aberrante
que asesinar a 23 personas. Si la causa de esta incomprensión fuera por “Lo que Salamanca no da…”, no me
sentiría tan preocupado; sí, por el contrario, si ese origen (como sospecho)
fuera siniestro (el padecer, por ejemplo, el suficiente grado de discapacidad
moral para arrasar de mi conciencia el sentido de justicia.)
Sostener
que son los otros (los que yerran) sería muy cómodo. Mas, como es obvio, ello
resultaría inaudito ante la abrumadora y masiva reacción de políticos,
periodistas y hasta obispos que condenan, por injusto, el fallo de la Corte. Es
más, de sólo pensar que yo fuera el que está en lo cierto, me hiela la sangre
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