El Teniente Coronel
Martín Rodríguez es un soldado veterano. Pertenece a esa clase de hombres que
son aplaudidos mientras la sociedad civil los necesita y olvidados cuando el
peligro ha pasado. Es esto, casi un paradigma de la ingratitud humana pero como
sucede desde hace siglos se podría decir que los soldados -sea cual sea la
bandera bajo la cual combaten- están acostumbrados a esa egoísta indiferencia
de aquellos que al deber la vida y la libertad no quieren o no saben cómo pagar
la dedicación que pusieron para protegerlos.
Párrafos como éste se
han escrito en todos los idiomas, lo que no es probable que se haya contado
nunca es que la sociedad a la que salvaron de vivir en una “república” de borregos no solo les haya dado la espalda, sino que
hoy mira con indiferencia como la revancha -disfrazada de justicia por político
y escribas mercenarios- les niega a ellos lo que falsamente dicen defender:
derechos humanos.
El Teniente Coronel
Martín Rodríguez es uno más de aquellos a los que la infame tómbola de la
justicia argentina puso en un banquillo para ser acusado sin pruebas y
condenado sin apelación, con la única ayuda que necesita un juez prevaricador y
un fiscal contumaz: no más de un par de testigos falsos. Vinculado a la causa
de Campo de Mayo, se negaron los jueces a investigar si él había revistado en esa
guarnición y se contentaron, y dejaron contentos a los mafiosos que los mandan
aceptando como verdadera la declaración de un detenido que escapó de Campo de
Mayo y que alegó que: “que cree”
(sic) que estuvo detenido en Campo de Mayo y que una vez escuchó a través de la
pared que al lado alguien hablaba por
teléfono y decía “Soy el Capitán
Rodríguez, deme con el Mayor Zambrano”. Al T.O.F. N° 2 de San Martín, jamás
le importó averiguar quién era el Mayor Zambrano pero asumió, con inicua
celeridad, que el Capitán Rodríguez no podía ser otro que él. Como una sola
declaración, que además era de una patética vaguedad, no daba para condenar, se le agregó otra de boca de un
sargento talabartero, expulsado del Ejército y totalmente desconocido para
Rodríguez que declaró que él había visto a Rodríguez en Campo de Mayo,
agregando el sargento que se había alegrado de que a Rodríguez lo hubieran
metido preso ya que a él lo habían dado de baja del Ejército por su culpa.
Estas dos declaraciones -perversas en su ambigüedad- sirvieron para que Rodríguez lleve más de
siete años de cautiverio.
El Teniente Coronel
Martín Rodríguez es una víctima más de una “justicia”
falaz y prevaricadora. Duele, pero también aburre, decir esto porque estas
situaciones se vienen repitiendo desde el inicio de estas parodias judiciales.
Duele porque en tantos años de siniestras puestas en escena no ha habido en
esos circos judiciales ni un par de huevos ni los ovarios suficientes para que,
en una muestra de dignidad que salvaría a la justicia argentina del fango en
que la vienen arrastrando, juez o jueza se plantaran frente a los que han hecho
de los derechos humanos una asociación ilícita dedicada al curro; curro que
alguien prometió terminar, y mostraran a la República que aún hay decencia entre
tantos payasos togados, pero, de entre los muchos viles que pueblan la justicia
argentina, él cayó en manos de Lucila Larrandart, jueza parcial si las hay, ya
que llegó a la justicia luego de ser “pesquisa”
en la Conadep y querellante en los “juicios
por la verdad” representando a familiares de desaparecidos; su manifiesta
iniquidad quedó plasmada en el escrito que condenaba a Rodríguez, ya que
utilizaba, para condenar, elementos de sus investigaciones en la Conadep. El
otro juez, cómplice en esta canallada jurídica, Héctor Sagretti fue catapultado a este
lugar por Eduardo Luis Duhalde, ex montonero y secretario de derechos humanos
en el gobierno Kirchner.
El Teniente Coronel
Martín Rodríguez tiene hoy 71 años, padece asma, hipertensión arterial, diabetes
y colesterol elevado; dos veces ha pedido la prisión domiciliaria, la primera
vez se rechazó el pedido de la misma manera que lo hacen los jueces que, en su
cobardía, ya que en su miedo imaginan que serán escrachados, si en sus
decisiones se dejan llevar por la misericordia que todo juez probo debe tener
frente al sufrimiento humano. La segunda vez fue rechazada en la sala 2 de la
cámara de casación. Pensar que los jueces de esta cámara aceptarían el pedido
hubiera estado dentro de los difusos límites de la ilusión, ya que quien lleva
allí la voz cantante es Alejandro Slokar, ex funcionario de Néstor Kirchner, ex
presidente de justicia legítima y famoso por intentar, de cualquier manera,
archivar la denuncia del fiscal Nisman contra Cristina Fernández de Kirchner.
Los otros dos, Ángela Ledesma y Juan Mahiquez son simples cuatro de copas
sumisos a los dictados del primero.
El Teniente Coronel
Martín Rodríguez, ante más de siete años de injusticia y desprecio de su
persona ha decidido dar su última batalla. Ha comenzado una huelga de hambre
que está dispuesto a llevar hasta las últimas consecuencias. No estoy de
acuerdo, quizás porque al no estar en lo que su corazón le manda, puedo dar
razones, quizás insustanciales, para que no lo haga. Pero es un soldado, y si
algo no se le puede negar a un soldado es caer peleando con la mirada fija en
el enemigo.
Buenos Aires, 25 de
septiembre de 2017
José
Luis Milia
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