El diario La nación publicó un interesante artículo de Raquel San Martín, habla sobre la difícil tarea de enseñar en la escuela la historia reciente de los años setenta. Han pasado 35 años desde el último Golpe de Estado en nuestro país, casi todos los historiadores coinciden que la historia si es escrita inmediatamente después de la guerra lo hacen los vencedores y si es escrita en tiempo desde paz se hace desde el poder. Lo mejor es esperar el paso del tiempo, para que se pueden escuchar otras voces no interesadas en el conflicto y se agreguen pensamientos y ópticas de análisis históricos diferentes, todo ello redundará en beneficio de una mayor objetividad del período histórico en cuestión. Las pasiones están muy cercanas en el tiempo y como dice Raquel San Martín, en una misma aula pueden estar estudiando juntos alumnos de diferentes vivencias de los hechos ocurridos en los años setenta… ellos no son responsables de las acciones de sus padres o abuelos.
Si esa historia se enseña por orden del poder reinante será más parecida a un “lavado de cerebro” que a una enseñanza histórica. Basta con recordar el acto de barbarie de escupitajos de niños haciendo blanco en las fotografías de periodistas, artistas y otras personas el pasado y olvidable 24 de marzo de 2011.
La difícil tarea de enseñar en la escuela la historia reciente
La decisión de llevar a las aulas el debate sobre los años de la dictadura militar y el terrorismo de Estado genera no pocas controversias. Especialistas de diversas universidades hablan del espinoso trabajo de debatir en clase sobre pasados en conflicto, cuando la gestión social de la memoria está en pugna
Raquel San Martín
La escuela no está hecha para enseñar el conflicto. Se lleva mal con la controversia, se cree neutral, prefiere dejar la política fuera del aula y homenajear a héroes consagrados por epopeyas lejanas en el tiempo.
Por eso, cuando desde el Estado se le pide a la escuela que incorpore a la última dictadura en los programas de Historia, los docentes enfrentan en el aula un desafío mayúsculo: ¿cómo enseñar una historia que no tiene aún versiones definitivas? ¿Qué hacer si en el curso conviven el familiar de un desaparecido con el de un militar, o alumnos que escuchan en sus casas relatos contrapuestos de lo que sucedió? ¿Dónde poner las propias convicciones cuando se da clase?
Mientras desde el Gobierno se revaloriza la militancia de los 70 como clave de lectura del pasado reciente, y desde el Estado se elaboran materiales escolares acordes, en las aulas se ponen en escena, como en pocos ámbitos, las luchas por la memoria que la sociedad no termina de saldar y las dificultades de transmitir a las generaciones que no la vivieron una tragedia colectiva aún abierta. El tema de la dictadura en el aula enfrenta a adultos, que en algunos casos vivieron de cerca lo que deben enseñar, con adolescentes para quienes esos hechos pueden ser tan lejanos como la Revolución de Mayo. O no, o tan cercanos como cuando se trata de una experiencia que impactó en la vida familiar. En todo caso, la dictadura como tema escolar demuestra que las directivas oficiales a veces no ayudan a los docentes a enfrentar la vida real del aula.
"La enseñanza de la historia reciente interfiere con el deber de la memoria que se le ha puesto a la escuela. Hay un imperativo ético de recordar en la escuela pero hay que diferenciarlo de la disciplina histórica. En la clase de Historia no se recuerda, se reconstruye", dice Miriam Kriger, doctora en Ciencias Sociales, investigadora y directora hoy de un curso de posgrado en el Caicyt, dirigido a educadores, en el que se estudia, precisamente, el abordaje escolar de pasados en conflicto. "El esfuerzo de un docente de historia reciente es correrse del deber de la memoria y colocarse en la historia".
La última dictadura entró oficialmente en los programas de estudio del país con la ley federal de educación, en 1993, aunque ya estaba presente antes por iniciativas personales de algunos profesores. En 2006, con la ley nacional de educación hoy vigente, adquirió una centralidad especial, a tono con la política de derechos humanos de los gobiernos kirchneristas. Entre esos años, en los documentos pedagógicos se pasó del "Proceso de Reorganización Nacional" al "terrorismo de Estado". Sin embargo, la revalorización estatal del tema no allanó las dificultades.
Hablar de historia reciente en la escuela, se supone, es fundamental para formar ciudadanos comprometidos con la democracia. Ese es el consenso actual sobre el tema, sobre todo desde las autoridades educativas, y en general, los profesores o coinciden o no expresan abiertamente un desacuerdo.
Hay varios problemas con enseñar historia reciente en la escuela. Su carácter actual y controvertido, su condición abierta son algunos de ellos. "La posibilidad de historizar el pasado cercano es una discusión incluso dentro de la disciplina. La escuela tiene cierta 'alergia a la actualidad', porque lo actual es el reino de las pasiones y la escuela inculca datos que están fuera de discusión", dice María Paula González, historiadora, docente e investigadora de Universidad Nacional de General Sarmiento y del Conicet, especializada en didáctica de la historia reciente. "Además, las memorias en conflicto resuenan y la escuela no está acostumbrada a esas controversias. Se mueve más cómoda con el pasado lejano, no con temas que están en la agenda pública", explica. La naturaleza traumática de este pasado cercano suma dificultades -es una historia sin héroes, sólo hay víctimas y victimarios-, además de la cuestión ética que obliga a los docentes a posicionarse, más o menos explícitamente.
La escuela fue creada para construir y transmitir una idea de nación y por eso conmemora mejor de lo que discute. "El motor de la historia es el conflicto, y el mayor sesgo de las historias escolares es evitarlo -reflexiona Kriger- . La enseñanza de la historia reciente actualiza el conflicto, porque la gestión social de la memoria está en plena pugna."
La historia reciente duele todavía hoy, y lo hace de manera particular para cada sociedad. "Una dificultad de enseñar historia reciente es la tensión entre explicar las cosas y juzgarlas. Una historia cargada de frustración como la historia reciente tiene ese tono que dificulta la explicación. Explicar exige tomar distancia, no suspender el juicio, sino administrarlo", dice el sociólogo e historiador Marcos Novaro. "La costumbre argentina de adoptar un tono de autoconmiseración agrega problemas. Se transmite que la Argentina es un país al que se le han frustrado oportunidades. Esa propensión al tono decadentista establece con los jóvenes un pacto de lectura bastante perverso. Para los adultos, es tentador interpelarlos diciendo que las generaciones anteriores les dejaron esa carga, como incentivo para echar la culpa a otros", afirmó.
A pesar de los documentos oficiales con sugerencias -que elaboran los programas "Educación y memoria" de los ministerios de Educación nacional y porteño-, cada profesor termina decidiendo en soledad si toca el tema o "no llega con el programa"; si se apega al discurso oficial o da lugar a otras voces. Para eso, debe considerar la edad de sus alumnos, los padres que piden "otras campanas", los directivos que reclaman moderación y sus propias convicciones. Las estrategias van desde llevar invitados para que cuenten su experiencia o analizar los medios de la época hasta detener la materia justo antes de 1976. Muchas voces recomiendan mostrar las diferentes miradas sobre la dictadura, pero eso tiene sus dificultades.
"Hay dos extremos riesgosos en el aula. Por un lado, los contenidos se pueden esquematizar y vaciar de sentido, y sólo decir que no hay que repetir lo que pasó. Pero por otro, no es fácil abrir la bolsa del pasado y mostrar abanicos de memorias en conflicto. Muchas veces no hay elementos para cerrar esas disputas, y para el docente no es fácil saldar esa discusión", explica Marina Franco, investigadora y docente del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam).
"No comparto eso de plantear todos los enfoques posibles. Es mejor para un adolescente que le hablen desde una posición y no desde una supuesta neutralidad", diferencia el historiador Luis Alberto Romero.
Avatares políticos
Muchos historiadores coinciden en que existe un "piso histórico" que no puede discutirse, que es también la postura oficial en los documentos pedagógicos. "Hubo asesinatos generalizados por parte de los militares en el gobierno, con complicidad civil. Ese es un piso de responsabilidad histórica y de discusión inamovible, establecido por la Conadep y las investigaciones de la Justicia. A partir de allí se puede complejizar la discusión", dice Franco.
Sin embargo, otros sostienen que ni siquiera la Justicia está exenta de los avatares políticos, y que ese "piso histórico" deja afuera las causas de la dictadura y no suma al escenario la actuación de las organizaciones armadas, por ejemplo.
"Como ciudadano adhiero a ese consenso. Como historiador no, porque una verdad judicial es distinta de la verdad histórica, más compleja y matizada. El historiador no sólo se pregunta quién es culpable sino que quiere saber por qué", aseguró Romero. "Creo que ese consenso básico, que suena tan justo y correcto, frena el conocimiento y paraliza el juicio. La explicación de lo que sucedió parte de la comparación de los crímenes horrendos de la dictadura con otros crímenes quizá menos horrendos si hubiera una escala, pero igualmente criminales. Como historiador y ciudadano necesito saber cómo la sociedad argentina naturalizó el asesinato por razones políticas".
La escuela tampoco puede escapar de las narrativas que socialmente se imponen sobre el pasado. Desde 1983, se sucedió el discurso del "Nunca Más", de la "guerra sucia", de "los dos demonios", de la "reconciliación nacional", la actual "memoria completa", que reivindica a las víctimas de la subversión. En los materiales escolares oficiales, y en el discurso del Gobierno, predomina hoy la revalorización de la militancia. "La idea de usar el aparato educativo para fortalecer un supuesto consenso kirchnerista no ayuda. Creo que ese discurso cala poco en la juventud y que los docentes están abiertos a escuchar otras cosas", puntualiza Novaro.
Hay quienes, en ese sentido, alertan sobre abusar de la memoria. "En las escuelas se trabaja mucho sobre la idea de democracia versus golpes de Estado, pero no tanto sobre las causas de la dictadura", dice González. Cuando el pasado no tiene respuestas definitivas, la escuela es un espacio en el que se puede, al menos, mejorar las preguntas.
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