miércoles, 22 de agosto de 2012

III ANIVERSARIO DE LA AAJyC


Palabras pronunciadas en la cena de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia el lunes 13 de agosto de 2012



Estimados amigos:

En primer lugar, a la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia le digo, citando a mi abogado preferido: “nada de un párrafo de gracias, escuetamente gracias” por haberme invitado.

Pido perdón por mi lenguaje coloquial, no académico. Siento que es el único que me cuadra.

Entre los presentes hay muchos académicos, amén del Obispo -Monseñor Baseotto- que según nuestra ¿anacrónica? concepción jerárquica es el invitado principal.

Pero están también las familias de nuestros presos políticos a quienes bauticé, hace unos años, “las nuevas víctimas”, las víctimas actuales de la guerra de los setenta. A ellas quiero dirigirme especialmente, en esta ocasión que se me brinda, porque para nuestros anfitriones, los abogados, y para todos los aquí presentes, ellas constituyen nuestra principal preocupación.

Presos políticos diseminados en abyectos penales. Familias, en la mayoría de los casos carentes de recursos económicos, que deben desplazarse por toda la geografía de la Patria: estas son las víctimas hoy.

Entiendo que aquellos que, como en mi caso, hemos sufrido en el pasado, la lucha actual sólo adquiere sentido si la sangre de nuestros muertos sirve como abono de la tierra donde plantemos la semilla de una esperanza cierta para la Patria.

Inscripta en esta esperanza está la causa de nuestros presos.

Las breves reflexiones que deseo exponer se centran en dos ideas.

Primero. Estoy absolutamente convencida de que ningún amigo preso se salva solo porque nuestros enemigos han pergeñado un plan perverso que los incluye a todos y las “sentencias” ya están redactadas de antemano. Después de cada juicio sólo podemos decir: Será injusticia. Creo, también, que la situación de nuestros presos no cambiará si no logramos una aunque sea modesta, mínima, recuperación de la Argentina. Tampoco es posible soñar con restablecer un recto orden jurídico si éste no se inscribe dentro de un recto orden político y social.

En el mismo nombre que identifica a la Asociación que hoy nos recibe está implícito lo que acabo de decir. En efecto, son abogados por la justicia, pues la justicia es el fin propio del Derecho; pero, además, son abogados por la concordia y esto es otra cosa, apunta más allá de la justicia porque la concordia es el fundamento del orden político. Sin concordia no hay vida política.

No cabe, pues, en estos momentos tener una mirada que se clausure en lo particular, en el caso individual, lo que siento mío por ser lo más cercano.

No está en mi intención dar consejos, ni menos proponer recetas. Pero sí me atrevo a hacer un pedido, ante ustedes, familia de los presos políticos, los que más sufren: que siempre tengamos el bien común como objetivo final de todas nuestras acciones. Los bienes particulares a los que legítimamente aspiremos y aún podamos lograr, deben siempre integrarse en la unidad del bien común. Esto no sólo es lo mejor, lo óptimo en el orden de los principios sino, además, lo más razonable y hasta quizás lo más eficaz, en el orden práctico.

Segundo. Tenemos que estar preparados para avances y retrocesos en el marco de una larga marcha. Un avance extraordinario, el suceso de este año, fue clavar una pica en Flandes en el lugar más sensible: la Feria del Libro que ha venido a ser, salvo pocas excepciones, el sancta sanctorum de la progresía vernácula, del pensamiento único, de la historia oficial amén de las tilinguerías de signos diversos. Realizar eventos exitosos y, encima, salir indemnes, para decirlo de una manera nada académica, fue un gol de media cancha de los Abogados y de las otras asociaciones que apoyaron y colaboraron. Y como sé por experiencia que para nosotros lo más difícil es la unidad en la acción, computo esto como el mayor logro de los Abogados. En cuanto a los retrocesos… ¡hay tantos! El número creciente de presos, el empeoramiento de las condiciones de prisión, las vejaciones y humillaciones a los presos y las familias. Pero para no quedarnos con el gusto amargo de los retrocesos, volvamos a los avances. La visita de las “chicas” a la Suprema Corte y los muchos libros publicados en los últimos tiempos. Aunque algunos de sus autores pertenecen a mi añosa generación, alienta nuestra esperanza comprobar que, en cambio, otros muchos autores son jóvenes, y hasta muy jóvenes.

De todos modos y más allá de estos vaivenes, la tarea de recuperar la Argentina, el orden de la República, la libertad de nuestros presos, dentro de un contexto internacional hostil o poco propicio, será ardua y difícil. No es de esperar que su realización se dé en el corto plazo, salvo milagro. Como cristianos, creemos en los milagros.

Por eso, para llevar adelante tan difícil tarea habrá que tener en alta estima la virtud de la fortaleza, y de la paciencia que es parte de ella; y recordar, como enseñan los clásicos, que el acto más propio de la fortaleza no es acometer sino resistir.

Esta enseñanza a menudo se olvida y es oportuno traerla a colación, precisamente ahora en que las circunstancias nos imponen resistir y no se avizoran, al menos en lo inmediato, posibilidades ciertas de acometer. De ahí, también, la paciencia porque la tentación de la impaciencia y de la desesperanza, que le es muy próxima, suele asaltar, con frecuencia, al que tiene que resistir, firme, en el puesto.

Resistencia activa, no pasiva. La resistencia luce menos que una gloriosa carga de caballería a la antigua usanza. Pero es más difícil y a, la postre, más heroica. La historia universal nos muestra el triunfo final después de largas resistencias. Para recordar una sola, y que nos es cercana y conocida por todos, la del pueblo polaco conservando su identidad, resistiendo a todas las invasiones y dominaciones consecutivas. Quizá en ninguna nación se haya dado en los tiempos modernos una total conjunción de Patria y Fe. La vida de Juan Pablo II es testimonio de lo que decimos: los seminarios clandestinos, la cultura, el arte de la tradición polaca mantenidos, también en la clandestinidad, las escuelas y universidades paralelas, la resistencia de los gremios, el triunfo final de un Papa polaco que supo asestar una gran derrota al comunismo internacional.

La resistencia se hace patente en el testimonio, testimonio que debe reiterarse cada vez que sea necesario y hacerlo público dentro de nuestras posibilidades. “El testimonio es eficaz, aún en la derrota”, decía mi padre. Debemos estar firmes y serenos en los triunfos y en las derrotas de una, quizás, muy larga resistencia. Dentro de esta resistencia, la suerte de nuestros presos se hace solidaria con el destino de la Nación. Y esta solidaridad del destino personal con el de la Patria es la cuota de gloria de su pesada Cruz.

En este punto estoy tan convencida -como en el de que nadie se salva solo- que el deber de la hora es resistir, con voluntad

Muchas gracias. ”inasequible al desaliento.”

María  Lilia Genta

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