Desde hace varios
días por los medios de comunicación y las redes sociales se convoca al ultraje
masivo de un anciano de 88 años. En soledad y enfermo, Miguel Osvaldo
Etchecolatz, deberá resistir a los que se reunirán frente a su domicilio para
expresarle que lo odian profundamente. El “escrache
argentino” es un remedo del claro e inequívoco acto de incitación al odio
que inventaron los nazis contra los judíos. Acto de odio que (dado que no
acusaron recibo) para la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y el INADI
pasa por natural y democrático. Es más, nadie debería sorprenderse si Santiago
Cantón, el Sec. de DD.HH. de la Provincia de Buenos Aires, adhiriera o
participará activamente del mismo. Es que humillar y ofender a un militar o a
un policía en este país no sólo es gratis sino que está bien visto. Por el
contrario, nadie en su sano juicio escracharía, por ejemplo, a la Legislatura
de la CABA por ponerle el nombre del terrorista Rodolfo Walsh a una Estación de
Subterráneo. Cuando falleció el terrorista y escritor Juan Gelman se decretó
luto nacional por tres días (¿Apología del delito?). No recuerdo a periodista o
político alguno que en actitud de protesta se haya rasgado las vestiduras. Con
Etchecolatz en cambio se suman a la convocatoria de linchamiento o, en el mejor
de los casos, miran para otro lado. Por su parte, representantes de todos los
bloques del Concejo Deliberante de Mar del Plata manifestaron su repudio a la
decisión de la Justicia de otorgarle a Miguel Etchecolatz la prisión
domiciliaria. Tampoco es de extrañar. Años atrás ese mismo organismo dispuso
descolgar del edificio del Concejo el cuadro del Capitán Pedro Giachino ¡Héroe
de guerra! ¿Con qué autoridad moral, se preguntará, usted, estos individuos agravian
a un hombre al que no llegan a los tobillos?
Etchecolatz no fue un
genocida, ni pudo serlo, por la sencilla razón que en la Argentina no hubo
ningún genocidio. Hubo una guerra; la que fue iniciada por los hijos de Taty
Almeyda, Hebe de Bonafini, Nora Cortiñas, Estela de Carlotto, etc.; quienes
asesinaban, secuestraban, torturaban, robaban en pos del poder. A dichos
criminales enfrentó Etchecolatz primero, cumpliendo órdenes del gobierno
peronista y, luego, del militar. ¿Qué se debería haber combatido con la ley en
la mano y no asumiendo los métodos terroristas de los sediciosos, es fácil
decirlo? Había que estar ahí, cuando al Comisario Alberto Villar y a su señora
esposa los Montoneros los destrozaron con una bomba o cuando, con otra,
masacraron a 24 policías que almorzaban en la Superintendencia de la Federal.
Sí, escuche, eso hacían los papás de Donda, Cabandié y de casi todos aquellos
que trabajan de hijos de desaparecidos.
Suena macabro
escuchar a un premio nobel de la Paz, Pérez Esquivel, convocando a escraches. Y
cínico hasta el escándalo, también, que las organizaciones de derechos humanos
escrachen con la consigna “No olvidamos,
no perdonamos, no nos reconciliamos” ¡Qué tendrá que ver el odio con los
derechos humanos! ¡A ustedes no les interesan ni la paz, ni los derechos
humanos! ¡Sáquense la careta, militantes del odio! ¡HIPÓCRITAS Y FARSANTES!
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