Por Mauricio Ortín
26/11/2018
El problema no son
las barras bravas, Sr. Presidente. Barras bravas, piqueteros, matones, sicarios
y escrachadores nazi hay en todos lados. La especie humana, el homo sapiens, es
común en Noruega, Chile, Japón, Argentina o cualquier lugar del mundo. El porcentaje
de la población que está dispuesta a avasallar la vida, la propiedad y la
libertad de terceros es más o menos el mismo en cualquier sociedad sin importar
sus altos o bajos índices de educación, pobreza o salud.
En España resulta
inimaginable que un grupo de simpatizantes del Barcelona o el Real Madrid
embosque al vehículo que traslada al plantel de fútbol contrario. Mas no porque
en la madre patria no existan barras bravas potenciales con la ferocidad y el
salvajismo de los argentinos. Para nada. En España y en todos los países
civilizados tal cosa no sucede porque, sencillamente, el Estado, fun-cio-na;
entre otras cosas, haciéndoles pagar un costo muy alto al que, por ejemplo,
intenta asesinar a pedradas al prójimo. (Arrójele, usted, una piedra a un
jugador de fútbol en Inglaterra y después me cuenta).
Los asesinos que
atacaron al plantel de Boca el sábado, hoy lunes, ya están todos en libertad.
El estado moderno, dice John Locke, y nuestra Carta Magna abreva en su
pensamiento, tiene su razón de ser en la necesidad de un ente (el estado
liberal) que garantice la vida, la seguridad, la propiedad privada y la
libertad de los individuos; quienes, además, ceden al primero el imperio y
monopolio de la represión.
Este no es un
problema de barras bravas. He visto a unos energúmenos que se autotitulan
“mapuches” cortar rutas nacionales, atacar a gendarmes con bombas molotov e,
incluso, palpar de armas a policías que entraron a un territorio que aquellos
habían usurpado.
También, azorado, he
presenciado en directo, en diciembre del año pasado, cómo un millar de
delincuentes linchaban a unos pocos policías de la CABA que cuidaban el
Congreso. Lo grave del caso es que, con el antecedente de que siete días antes
los energúmenos enfrentaron a las fuerzas del orden, usted Sr, presidente,
debilitó la defensa del Congreso retirando a última hora a la Gendarmería
Nacional.
No me quiero olvidar
de las” feminazi” o como se llamen.
Incendiar iglesias,
pintarrajear los bienes públicos, agredir con gestos obscenos a quién no
adhiere a sus exigencias se ha convertido en parte inescindible del ser
nacional.
Sr. Presidente, el
gobierno anterior le entregó la calle a su clientela política y usted no hizo,
ni hace nada por devolvérsela a la gente decente. Ni la AFA, ni la COMEBOL, ni
los dirigentes de River, ni la policía, ni Cristóbal Colón, ni el Gral. Julio
A. Roca, ni Carlos V tienen la responsabilidad de garantizar la seguridad de
los argentinos.
Eso sí, el Ministerio
de Justicia y Derechos Humanos se muestra muy diligente y no escamotea recursos
a la hora de querellar a policías y militares por lesa humanidad. Ahora dice
usted que trataran en extraordinarias una ley contra los barras bravas. ¿Para
qué? Leyes sobran. Lo que a usted y a su gobierno les falta es voluntad para
reprimir.
Los que pagan con su
cuerpo esa falencia son los policías y gendarmes que hacen de carne de cañón.
Sería de gran instrucción pedagógica que usted, Rodríguez Larreta o María
Eugenia Vidal cuando dan la orden de contener, en lugar de reprimir, se
pusieran al frente de los policías que enfrentan a los que destruyen autos,
roban, matan, etc. ¿Cuántas veces vamos a pagar la Plaza del Congreso?
La renuncia de Ocampo
es un chiste para tapar la inoperancia de todos los funcionarios. No tiene
usted, la oposición menos, una política de Seguridad (tampoco de Defensa)
distinta a la que le marca Horacio Verbitsky, Carlotto o, en el mejor de los
casos, Durand Barba.
Háganos un favor:
impulse una ley que permita a la ciudadanía la libre portación de armas. Usted,
sus funcionarios y los jueces tienen custodia. Los jugadores de fútbol y los
ciudadanos de a pie no.
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