En nuestro
país, el Vicariato Castrense fue
erigido el 28 de junio de 1957 establecido por Acuerdo entre la Nación
Argentina y la Santa Sede “Sobre jurisdicción castrense y asistencia
religiosa a las Fuerzas Armadas”. El 18 de marzo de 2005 el entonces
presidente Néstor Kirchner firmó un decreto por el cual dejó sin efecto el
acuerdo gubernamental que había designado en 2002 a monseñor Antonio Baseotto como obispo castrense. Esa decisión duró
hasta la designación del nuevo responsable del vicariato castrense, recién el
30 de junio de 2017 asumió el nuevo Obispo
Castrense, Monseñor Santiago Olivera.
Es decir que
nuestras Fuerzas Armadas estuvieron sin guía espiritual religiosa durante más
de 12 años, un tiempo demasiado extenso para esas instituciones que no pasaron
durante ese período por sus mejores tiempos.
Desde su
asunción el nuevo Obispo Castrense ha ido construyendo su ministerio en base a
un sereno y prudente tiempo hasta poder construir un “puente de unión” entre su grupo particular fieles y el resto de la
sociedad, sobre la base que “la
misericordia no excluye la justicia y la verdad”. Lo demuestra, una vez
más, en su última carta de lectores a LA NACIÓN, la que dejamos a continuación:
DOS POR UNO
“La voz
valiente de los profetas”, titula Marcos Aguinis el
artículo publicado el 18 de agosto pasado en LA NACION; refiriéndose al libro Locos de Dios, del preclaro pensador de
nuestro tiempo Santiago Kovadloff. “...El profeta no solo condena, sino que llama a la autocrítica,
implora sensatez y arriesga su vida para que el pueblo llano y los
ensoberbecidos dueños de poder caminen por la senda de la moral...”. Las
palabras de Aguinis evocan la condición
bautismal de los cristianos por la que todos somos profetas.
Con humildad
medito y comparto aquello que estoy viendo y escuchando. No es fácil hablar en estos tiempos y no puedo evitar preguntarme qué
mueve el obrar de algunos. Será que
es más fácil hablar para la tribuna. No creo que Dios pida eso. ¿Cómo puede ser que abogados y jueces
plasmen en sus dictámenes discriminaciones hacia los delitos de lesa humanidad,
como si entre muchos aberrantes delitos algunos fueran más condenables/
perdonables que otros? Adhiero al editorial de LA NACION del 26/11 “El
dos por uno y la vigencia de la ley penal más benigna”. Aplicar
esta ley con la certeza de que todos somos iguales ante ella no quiere decir
que se aprueben inaceptables y condenables acciones acontecidas durante la última
dictadura. No habrá paz sin verdad y
justicia. ¿No será hora de que los
argentinos depongamos las armas ideológicas y veamos con objetividad y valentía
ese triste pasado en el cual perdimos todos? Además de los cientos que ya
obtuvieron sentencia, más de 400 detenidos por delitos de lesa humanidad,
algunos injustamente, aún aguardan condena y llevan años de prisión preventiva,
habiendo entre ellos mayores y enfermos. Esto
no parece justicia, quizá se llame de otro modo?
Santiago Olivera
Obispo
castrense de la Argentina
NOTA: Las imágenes,
referencias y destacados no corresponden a la nota original.
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