por Enrique Guillermo Avogadro
"El futuro es nuestro
por prepotencia de trabajo".
Roberto Arlt
Gabriel Celaya incluyó el verso que da
título a esta nota en su memorable poema "La
poesía es un arma cargada de futuro", que casualmente escribió en
1955, el mismo año en que los argentinos cantábamos a gritos la "Marcha de la Libertad" contra
un régimen que, al igual que el actual, gastaba ingentes recursos fiscales, muy
escasos por cierto, en libros escolares que pretendían adoctrinar a los más
chicos.
Hay un tema -¿cuándo es el tiempo de
reaccionar frente a los avances autoritarios de los Fernández²?- que está
generando una nueva grieta en la sociedad; hasta mi mujer disiente conmigo, que
sostengo que ese momento ya llegó, que no se puede esperar, porque mañana será
demasiado tarde. La propia oposición con representación parlamentaria está
dividida al respecto, y ya se habla de palomas y halcones tanto en el Pro
cuanto en la UCR y la CC; mientras unos quieren plantar cara al Gobierno e
impedirle continuar avanzando, otros prefieren acompañar a Alberto, que hoy
goza de una inexplicable popularidad, por miedo al eventual castigo en las
encuestas.
Los argumentos que dan quienes optan por
esperar a que el confinamiento termine porque, sostienen, el pánico que se ha
insuflado a la sociedad impide que ésta no permitirá ni acompañará actos
masivos, como aquéllos que nos permitieron llenar la avenida 9 de Julio en
épocas recientes. Hoy mismo, en todo el país, sabremos si tienen razón, pero
ello no obsta a que actuemos de otra forma, en especial a través de las redes
sociales cuyo uso, precisamente, la "setentena"
ha exacerbado.
Tenemos que esforzarnos y trabajar en
ejercer sobre los legisladores y jueces la presión necesaria para que salgan
inmediatamente del inexplicable letargo en que se encuentran, disponiendo de la
tecnología misma a la que todos los ciudadanos accedemos. Excusas tales como
cortes de energía o riesgo personal de funcionarios, magistrados y empleados no
resultan ya aceptables, pues están poniendo en riesgo real y efectivo a la
República y a nuestros derechos; menos aún cuando se los compara con otras
actividades muchísimo menos esenciales para la vida en democracia.
En concreto, debemos impedir que cuatro
tránsfugas impidan que sea discutida en el H° Aguantadero la validez de los
inconstitucionales decretos de necesidad y urgencia del Ejecutivo que
conllevan, lisa y llanamente, la cesión de irrenunciables facultades
legislativas en el manejo del presupuesto nacional; que se designe a Daniel
Rafecas como Procurador General de la Nación, o sea, como jefe de los fiscales
federales; que el Consejo de la Magistratura mantenga en su cargo a Rodolfo
Canicoba Corral; que avancen con los disparatados proyectos populistas de
nuevos impuestos y de confiscación de acciones de las empresas; que se
paralicen los juicios por el saqueo al que sometieron los Kirchner al país. Y
todo eso debemos hacerlo ya.
Muchos intelectuales están comenzando a
despertar de esa somnolencia que ha provocado el confinamiento en las mentes y,
sobre todo, en los reflejos republicanos y democráticos de la sociedad. Beatriz
Sarlo, la más notoria de ellos por provenir de la izquierda, llamó la atención
porque se dijo sorprendida por la falta de autoridad del Presidente ante los
avances totalitarios de los seguidores de Cristina Fernández.
Su sorpresa resulta, al menos,
injustificada. Para no haberse sentido así le hubiera bastado revisar la
historia de este personaje que llegó a la Casa Rosada por exclusiva decisión de
su Vicepresidente. Ésta debe haber imitado -¡oh, casualidad!- a su amigo
Vladimir Putin, que eligió a Dmitry Medveded para reemplazarlo por un período
como Presidente de Rusia, mientras aquél se reservaba el cargo de Primer
Ministro y el poder real.
Hasta su renuncia, en julio de 2008,
Alberto Fernández padeció la enfermedad que afectó a todos los jefes de
Gabinete de los patagónicos: pese a tener el despacho al lado del Presidente,
jamás vio un bolso circulando y nunca se enteró de la tan extendida corrupción
kirchnerista. Mientras tanto, persiguió a la prensa independiente, castigó a
los gobernadores de la oposición, permitió la colonización del INDEC y toleró
la falsificación de las estadísticas oficiales.
Ya fuera del Gobierno, dedicó su tiempo a
denostar a su ex-jefa por radio y televisión y las escribió (https://tinyurl.com/ya242gwu); la acusó
de todo lo posible, incluyendo la traición a la Patria. Pero eso no lo hizo
perder su vocación de gerente y, cuando fue convocado para recibir el premio
mayor, se metió las críticas en el bolsillo y, muy suelto de cuerpo, nos exige
ahora que confiemos en su palabra. ¡Groucho Marx fue un poroto!
Bs.As., 30 May 20
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
E.mail: ega1@avogadro.com.ar
E.mail: ega1avogadro@gmail.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No dejar comentarios anónimos. Gracias!