por Enrique Guillermo Avogadro
Después de tanto triunfalismo del
Presidente al comparar su gestión de la crisis con naciones del mundo entero,
está claro su fracaso total tanto por el número de infectados y muertos cuanto
por la destrucción masiva de la economía que el confinamiento eterno y ayer
nuevamente extendido ha producido. La pobreza ya supera el 50% de la población
(era 30% cuando asumió), sólo en el segundo trimestre del año se perdió un
millón de puestos de trabajo y se duplicó el porcentaje de quienes pasan
hambre.
A la luz de los actuales indicadores
socio-económicos, encabezados por la monumental devaluación del peso que llevó
la cotización del dólar a $ 140 por unidad (en octubre de 2019 era $ 65)
licuando salarios y jubilaciones, y medidos por la caída en el consumo de los
más básicos alimentos, sorprende -aunque no debería- el silencio sepulcral de
las figuras públicas que, desde enero de 2016, se sumaron al “club del helicóptero” mientras lloraban
ante las cámaras por el desastre que -decían- provocaría la dictadura de Macri.
¿Qué fue de Pablo Echarri, Raúl Rizzo, Gerardo Romano, Dady Brieva y tantos
otros mediáticos que decían no poder, siquiera, pagar el alquiler?
A pesar de todo ese inventario de
monumentales desastres que la errática y torpe gestión de Alberto Fernández ha
producido y que, sin duda, deben incluir el cierre hermético de nuestra
economía y de la educación (por imposición de los gremios), la huída en
desorden de tantas empresas y la emigración de los más preparados de nuestros
jóvenes (tal como sucedió en Venezuela), el Presidente ha entregado el manejo
de la agenda oficial a Cristina Fernández, que la ha centrado en su ansia de
venganza e impunidad.
Así, a la conducción del Ejecutivo, donde
puso al grouchomarxista, y del Poder Legislativo, que ella ejerce
arbitrariamente en el Senado mientras su hijo Máximo y el ‘aceitoso’ Sergio Massa lo hacen en Diputados, esta semana le
agregó nada menos que el Poder Judicial. Desplazó, con su mayoría automática, a
los camaristas que confirmaron sus procesamientos y a un juez que debería juzgarla
por su tan desmedida corrupción; la Corte Suprema lo tolera guardando un ya
inexplicable silencio y abdica así del rol de última barrera frente a los
tiránicos avances sobre la Constitución.
Por expresas instrucciones de su
Vicepresidente, Alberto Fernández ha iniciado una guerra sin cuartel contra la
Ciudad de Buenos Aires, en la cual curiosamente ambos viven, para intentar la
destrucción del principal bastión opositor y del político -Horacio Rodríguez
Larreta- que encabeza el ranking de imagen positiva en todo el país y,
especialmente, en el Conurbano bonaerense, enclave del cual Cristina Fernández
extrae su caudal electoral. Como es tan habitual en él, el Presidente no duda
en mentir descaradamente, traicionar todas sus promesas y promover el odio entre
la capital y el interior, en un retroceso histórico de ciento cincuenta años.
La viuda de Kirchner, preocupada por la
alta probabilidad de perder las elecciones de medio término en 2021 por la
crisis económica, aceleró en todos los terrenos, incluyendo la persecución
personal a Mauricio Macri, traducida en el allanamiento a su casa para
verificar si violó la cuarentena al recibir a un par de intendentes; fue tan
burda la maniobra que obligó a recordar la reunión que el Presidente mantuvo
con Hugo Moyano y las familias de ambos en Olivos, sin barbijos ni distancia
prudencial.
Argentina se ha convertido en un país donde
no se respeta norma alguna, las reglas de juego cambian permanentemente, carece
de seguridad jurídica y la propiedad privada es desconocida, sea por la
imposición de impuestos confiscatorios, sea por la impune ocupación de tierras.
El cepo y la suicida política cambiaria, la mayor intervención estatal en la
economía, la falta de un plan de salida de la crisis y el dibujo de un
presupuesto incumplible obligarán a avances mayores sobre el sector privado,
puesto que no habrá un serio ajuste del gasto público en un año electoral tan
crítico para el futuro de la coalición gobernante. Este experimento chavista de
control social y de empobrecimiento general deberá financiarse, en un contexto
donde la confianza interna y externa ha dejado de existir.
Así, con excusas ideológicas pero sólo para
servir a los intereses bastardos de Cristina Fernández, hemos entrado en un
sendero de confrontación tan extrema que resulta harto difícil prever cómo
concluirá; el final podría ser un conflicto en la calle en el cual tendrán
especial protagonismo los recalcitrantes delincuentes liberados con la excusa
del Covid-19, las bandas de narcotraficantes que disputan a tiros el control
del territorio, ex policías defenestrados y hasta los barrabravas que, años ha,
fueron organizados por el kirchnerismo en Hinchadas Unidas Argentinas.
Para hoy mismo, a las 1600 hs., se ha
convocado a un nuevo banderazo; estoy convencido de la necesidad de que sean
los líderes de la oposición quienes se pongan a la cabeza del mismo, para
evitar un nuevo “que se vayan todos”
y porque sólo la ocupación masiva de la calle por quienes queremos vivir en una
república democrática podrá evitar ese triste y sangriento final.
Bs.As., 19 septiembre 2020
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