09/12/2020
Por
Mauricio Ortín
Miembro
del Centro de Estudios Salta
Antígona, una lección de dignidad y rebeldía ante los abusos del poder |
La
hora es incierta. La bruma se confunde con el humo de fogatas que se extinguen.
Heridos que se lamentan. Soldados que recogen a sus camaradas muertos. El
ejército argivo ya se ha retirado. La batalla llegó a su fin cuando los hijos
varones de Edipo, Eteocles y Polinices, en lucha por el poder, mutuamente se dieron muerte
en una de las puertas de la ciudad. El primero, defendiendo el
trono que ya no le correspondía por el pacto de alternancia suscripto con el
segundo; éste, reclamando su derecho más sirviéndose en su afán de un ejército
enemigo. Muertos los aspirantes, el trono queda vacante. La sucesión recae en Creonte, el tío de los fratricidas.
Frente al palacio de Tebas una mujer aparece en escena. Es Antígona, hija también de Edipo y Yocasta. Al igual que sus hermanos
y padres, lleva la desgracia en la sangre. Parece buscar a alguien. Allí está Ismene, la menor de la familia. Llama a
su hermana y le cuenta la mala nueva: Creonte ha emitido un bando según el
cual, a Eteocles, que ha muerto defendiendo la ciudad, se le rendirán honras
fúnebres. No así a Polinices; quién por morir atacándola se le dejará a la
intemperie para que sea pasto de buitres y perros. La orden debe cumplirse so
pena de muerte. Antígona solicita a Ismene su participación para que juntas, desconociendo
la ley, rindan honras fúnebres a Polinices. No hacerlo, implicaría que el alma
del muerto, condenada a vagar por la tierra eternamente, nunca tendría paz.
Ismene, temerosa por la suerte ambas, vacila. Antígona ahora está sola en su
empresa.
Antígona dando el entierro a Polinices - Sébastien Norblin (1825) |
Pasan
las horas. Un guardia, aterrorizado de padecer la suerte del mensajero que trae
malas nuevas, llega al palacio e informa a Creonte que alguien, desconociendo
su autoridad, ha estado realizando ritos fúnebres sobre el cadáver de
Polinices. El tirano entra en cólera y exige se atrape al responsable. Antígona
es llevada ante Creonte. Orgullosa confiesa su responsabilidad de no cumplir
con la ley del estado en virtud de una ley superior de los dioses; esa que concilia la razón con la piedad.
Creonte insiste en que debe maldecir a un hermano y reverenciar al otro. Ella,
que ama a ambos, contesta: “No he nacido
para el odio sino para el amor” (textual). Se trata también de una cuestión
de gobernabilidad. Hemón, hijo de
Creonte y prometido de Antígona, pide a al padre clemencia para su amada. El
tirano sostiene que el orden de la ciudad se sostiene en el cumplimiento de la
ley. El desenlace llega. Antígona muere. Desquiciado de dolor, Hemón se tira
contra su espada. Eurídice, esposa
de Creonte, al enterarse del destino sufrido por su hijo se quita la vida.
Creonte, tarde y trémulo de pavor, toma conciencia de sus actos.
Sófocles |
Hace
dos mil quinientos años Sófocles
escribió y representó “Antígona. La democracia griega se valía del
teatro para la educación cívica de sus ciudadanos. Las representaciones
trágicas en la polis ateniense trascendían lo específicamente estético.
Sirviéndose del arte y la tradición operaban como una suerte de cátedra de
educación cívica que enseñaba a los ciudadanos los riesgos de la desmesura y la
virtud de la prudencia en los gobernantes. De allí que Aristóteles acuñara ese
aforismo de que “la poesía es más filosófica que la historia”. Ello porque
la historia narra lo que ha sucedido y la poesía cuenta lo que puede suceder;
es decir, nos ilumina acerca de lo universal en el obrar humano.
La
cita de Antígona en la presente nota no es ociosa. El primero de diciembre
próximo pasado se realizó en la provincia de Tucumán un homenaje al Capitán Humberto Viola. Muerto en un
atentado cobarde y salvaje que se cobró la vida de su hija de tres años María Cristina y graves heridas a María Fernanda, su otra hija. Todo
frente a la mirada atónita de Maby Picón,
esposa y madre. Pasaron más de cuarenta años de ese luctuoso hecho. Gobernaba
entonces, tanto en dicha provincia como en la nación, el partido Justicialista.
Los asesinatos del Capitán y su hija comportaron un claro acto de terrorismo
contra sendos gobiernos. Sin embargo, ningún funcionario provincial o nacional
de dicho partido tuvo el mínimo decoro de asistir al acto de homenaje. Ni el
gobernador Juan Luis Manzur, ni el
presidente Alberto Fernández, ni
nadie del partido Justicialista dijo nada al respecto. Y no es que,
consternados por la muerte de Maradona, se les pasó homenajear al Cap. Viola y
su hija. De que no se olvidaron lo
prueba el hecho de que, el ministro de Defensa de la Nación, Agustín Rossi, prohibió a los
integrantes de las Fuerzas Armadas asistir o realizar la mínima evocación de
esa masacre. El intendente de Yerba Buena, Mariano
Campero, algunos concejales de dicha
localidad y el diputado provincial Ricardo
Bussi fueron los únicos funcionarios presentes en el acto.
Yerba Buena: Homenaje al Capitán Humberto Viola y a su hija María Cristina, quienes fueron asesinados por el ERP |
La
prudencia indica que no se debe jugar con cosas que no tienen repuesto. Prohibir a militares que homenajeen a sus
camaradas muertos es un acto demencial que estos deberían repudiar. Pero en
la Argentina, para los jueces, fiscales, periodistas y políticos, que manda es
la política, instalada por el kirchnerismo y la izquierda a todo el país, de “venganza
infinita”[1] (también conocida como: política de derechos humanos). “Política” esta que, más propia de
Creonte que de Antígona, “ha nacido para el odio y no para el amor”…
NOTA:
Las imágenes, referencia, enlace y destacados no corresponden a la nota
original.
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